Final

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~Ocho años atrás~

Sana estuvo encerrada dos años en el sótano de su casa.

De vez en cuando podía ver la luz entremedio de la puerta y también escuchar a su madre revolcarse con distintos hombres, un intento desesperado de olvidar el abandono de su esposo siendo escuchado todas las noches por Sana.

Comía cuando a su madre le parecía conveniente —por lo tanto, no muchas veces al día— y tenía que asearse en el lavadero de ropa porque no había otra cosa en ese lugar.

Su madre, dentro de ese tiempo, consiguió un nuevo novio con el cual olvidar el abandono de su esposo. De vez en cuando Sana los escuchaba desde el sótano. Para evitar costos, su madre la convenció de dejar el tratamiento argumentando de que de todas formas no había hecho efecto, aunque la verdadera intención era abaratar costos y así poder gastar ese dinero en alcohol. Generalmente, cuando Sana estaba teniendo algún episodio a causa de la falta de medicamento, su madre bajaba a golpearla hasta dejarla dormida, sin tener que poner demasiada fuerza gracias al pésimo estado de salud en el que estaba la menor.

Un mes después de estar encerrada, el novio de su madre bajó con pasos trastabillantes hasta el delgado colchón donde dormía la japonesa. Se acostó a su lado y acarició su cabello un rato largo, el aliento a alcohol y comida chatarra chocando contra la nuca de la castaña.

—¿Estas despierta? —susurró casi en un murmuro inexistente, pero Sana no quiso responder, el pánico demasiado latente como para dejarla hacerlo.

El mayor, enojado por la falta de respuesta, la tomó del cabello y la arrastro hasta el primer escalón a la izquierda, golpeando su cabeza y rostro en repetidas ocasiones. Desde lo alto, su madre observaba todo con una media sonrisa en sus labios, para luego bajar las escaleras y sentarse a mirar.

Tampoco impidió que su novio abusara de su hija.

Vio como el mayor tomo sus ropas y las arranco con fuerza de su cuerpo, notando como los ojos de la menor se abrían con pánico y sus manos trataban de quitar al contrario de encima. Abrió las piernas de la menor y la escuchó chillar de dolor cuando introdujo su miembro en su interior, las manos de Sana arañandole la cara mientras con su garganta seca gritaba para que por favor la deje en paz.

Cinco minutos mas de sufrimiento y su madre decidió alejar al mayor de ahí, lanzandole la ropa suelta tirada en el suelo a su hija y mirándola desde su lugar con asco. Ligeras lagrimas corrían por las mejillas de la menor y, poniéndose de cuclillas, su madre las secó con sus manos.

—¿Por qué lloras? —murmuró con rabia, por el rabillo del ojo notando como su novio subía las escaleras y la dejaba sola—. ¿Acaso crees que no lo mereces? Tu padre no dejó por tu culpa, y ahora soy yo la que tiene que lidiar contigo.

La cabeza de la japonesa se elevó levemente y miró con desprecio a la mayor, escupiendo en su rostro para luego recibir una cachetada como respuesta. Chilló con fuerza y sintió como la mayor la lanzaba al piso y golpeaba en repetidas ocasiones, doblando uno de sus tobillos y causando que grite con fuerza mientras se protegía.

—Cierra la puta boca, Sana —masculló con ira la mayor, alejándose de ella y mirándola desde arriba. Limpio sus manos de sangre y subió las escaleras, la puerta siendo cerrada con fuerza detrás de ella.

Dos días después, con Sana acostada en el piso y sin poder moverse demasiado bien, su madre dejó a su novio solo en casa. No falto demasiado tiempo para que el mayor bajara las escaleras con una botella de vino en su mano izquierda y ganas de divertirse un rato.

Sana miró al mayor con pánico, casi aceptando su destino hasta que notó que la botella de vino reposaba a escasos centímetros de ella.

No lo pensó demasiado, tomando con rapidez el cuello de la botella y estrellándolo en la cabeza del contrario en un momento de desconsideración. La botella se rompió y Sana no esperó para asegurarse de que el mayor estuviese muerto, por lo que con las puntas del cuello de la botella, lo enterró en el cuello del mayor, la sangre derramándose con rapidez mientras el contrario soltaba incoherentes sonidos.

Horas después, su madre llegó a casa, extrañada por no escuchar ningún ruido por lo que se acercó a la puerta bajo la escalera, notándola extrañamente abierta. Con cuidado, bajó las escaleras y revisó el interior del sótano en busca de alguien dentro.

Un golpe sordo llenó la habitación, el cuello de su madre con sangre brotando hasta que la mayor cayó de rodillas al piso, ambas manos en la perforación de su cuello con la esperanza de que el sangrado se detenga.

Y Sana la vio morir, de la misma forma en que su madre la había visto ser abusada por su novio sin hacer nada, parada frente a ella hasta ver sus ojos perder su color y sus labios ponerse morados. Cayó a sus pies y la sangre le mancho los pies descalzos, un escalofrío recorriéndole las espalda cuando sintió la sangre metiéndose entre sus dedos.

Corrió escaleras arriba para bañarse y recomponerse un poco, demasiado abrumada por la situación como para hacer algo al respecto todavía. Estuvo dentro del baño una hora entera y cuando salió de la ducha, cayó dormida en el sofá por cinco horas más.

Cuando despertó, su madre y su novio se mantenían pálidos y tiesos a su lado, sus ojos sin vida y sus bocas entre abiertas mientras Sana trataba de levantarse con rapidez. Sus pies chocaron contra el estómago de la mayor, causando que sus manos se sostengan en el piso y, por consiguiente, mancharse entera de sangre mientras aún sentía sus ojos irritados.

Las alucinaciones auditivas se habían incrementado considerablemente, ya sin poder discernir bien que era real y que no.

Dos horas se demoró en recomponerse, el miedo a bajar las escaleras latente a cada paso que daba hasta finalmente llegar abajo. Sus ojos miraron con horror el cuerpo de su madre y tratando de no devolver los pocos jugos gástricos que le quedaban, busco alguna bolsa con la que poder moverlos.

En dos días, decidió enterrar los cuerpos en el suelo del sótano, recubriendo todo con dos centímetros de cemento y tablas de madera.

Apenas cerró la puerta del sótano, Sana juró no volver a bajar al sótano nunca más.

Pero la policía recibió el llamado de uno de los compañeros de trabajo de su madre, quien dio aviso a la policía luego de notar que la mujer no había ido a trabajar en más de una semana y que su casa parecía totalmente desierta.

Cuando la unidad de criminología llego a la casa, revisaron hasta el último rincón de ésta para buscar pistas de la desaparición de la mujer, encontrando sin encontrar absolutamente nada.

El cuerpo nunca fue hallado, por lo que el caso se archivó como homicidio premeditado al no poder dar con la ubicación de Minatozaki Sana, potencial sospechosa.

Killer ⚖︎  𝘀𝗮𝗵𝘆𝗼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora