III

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Subí y fume un poco, cada calada me hacía pensar en lo raro de las situaciones en las que me encontraba contigo. Eran casi como si alguien desease que mi despiste me llevara a ti. Luego pensé en tus ojos, esos ojos café que tanto me desconcertaban. Creo que la razón de mis parálisis cuando los veía era el hecho de ver mi reflejo en ellos con una claridad increíble, como si el cráneo que los contenía poseía un cerebro con las mismas preocupaciones e inseguridades que el mío. Pensé y pensé hasta que solo quedó una pequeña colilla en mi mano de lo que una vez fue mi cigarrillo. Me decidí a bajar y ver si seguías en mi salón de clases pero, quizás por tardarme mucho, ya te habías ido y no supe a quien habías ido a ver. Quizás era a tu pareja, o a un amigo: las dudas me atacaban como si no hubiese manera de calmar las preguntas que originaron mis pensamientos desvariantes. Luego como una estrella fugaz la idea de que los labios que bese en la fiesta fuesen los tuyos cruzó por el cielo de mi pensar. Ya no sabía cómo callar las voces que me susurraban que si eran tus labios y no los de nadie más. Decidí que debía buscarte, salir de dudas de una puta vez. ¿Por qué te buscaba? ¿Quién inició este jodido juego del escondite? ¿ Por qué no lograba encontrar esos labios de sombra que besé? Mi mente deambuló  tanto que no fui capaz de encontrar la incógnita original que desencadenó todas estas interrogantes. Las respuestas quizás yacen a simple vista; quizás no y esto me asustaba. Me asustaba el hecho de encontrarte y que no fuesen tus labios.  Deseaba que fuesen solo los tuyos y no los de nadie más, algo un poco egoísta de mi parte: ¿ cuándo ha sido tan bueno el universo como para cumplir nuestros deseos?

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