Parados sobre unos andamios mojados por la lluvia me atreví a realizarte la pregunta. Llevaba ya unas semanas buscando la mejor manera de hacerlo, pero no encontraba la forma perfecta. Las palabras que escogía carecían de la carga emocional necesaria para poder aclarar mi duda. El café de tus ojos hacía temblar mi corazón. Tu mirada perdida en las nubes solo resaltaba tu tez pálida y tu castaño cabello. Hacia mucho ya que llovía, y no me refiero a la condensación del agua en las nubes que originó las frías gotas que corrían por tu espalda y tu rostro. Llovían insomnios originados por esas pecas de tus mejillas, inseguridades debido a la respuesta inesperada que me daría, sentimientos por esos pequeños gestos que hacía. El sol se asomaba y tras mi amante, a la distancia, un arcoíris. Ese momento parecía soñado. Llamé su atención, me mira y me dispongo a preguntarle. No alcancé a tranquilizar mis nervios cuando se acercó para responder. No quería escuchar su respuesta; mi vida parecía estar a solo tres metros de cambiar drásticamente. Se detuvo a centímetros de distancia. Tomó mi mano, mire y me pilló mirando sus labios. No se dijo nada, solo recuerdo que ese fue mi mejor beso. Ya había encontrado respuesta a mi pregunta. ¿Te apetecería un café? me dijo.