VIII

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Seguiste tu camino y mi corazón no parecía capaz de calmarse. La bibliotecaria me miró de reojo y me hizo señas de que te entretendría un poco para poder acercarme. Ahí estabas tú, parada frente a su escritorio y yo a metros de distancia asustado de preguntar si te apetecía un café. Cuando me dispuse a acercarme ya estabas saliendo de la biblioteca y en el instante en que se cerraba la puerta entró el olor que la lluvia deja cuando cae sobre la tierra. Me encanta ese olor, esperaba que a ti también pues salí a buscarte unos minutos después. Te encontré a un par de cuadras del colegio, completamente mojada bailando al son de tus auriculares bajo la lluvia en un pequeño parque. Esa imagen, la imagen de una ninfa, el nacimiento de Afrodita me pareció a mí. Tu seguías en tu mundo, completamente separado del mío, pero era momento de que la gravedad hiciera chocar dos planetas y surgiera uno nuevo del desastre que se produciría. Mientras bailabas me acerqué con una sombrilla que abrí sobre ti. Al no sentir la frialdad de las gotas paraste y abriste tus ojos para verme frente a ti, completamente mojado con mi mano extendida evitando que las gotas de agua corrieran por el rostro que me paralizaba. Tomaste mi mano y corriste dejando atrás el parque y la sombrilla que te cubría de la lluvia.  Sólo tomaste mi mano y corriste, corriste sin ruta fijada, sin plan de emergencia, sin una palanca de freno.

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