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Procession ~ // May //
(Instrumental)
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El sonido de unos tambores iniciales, simula más bien el sonido de un agitado corazón latiendo al ritmo de de dos notas negras y dos corcheas; no quisiera saber si en realidad representó aquello alguna vez durante el sueño de su creación, tampoco me interesaría preguntarlo.
Comienza entonces la magnífica, la magistral batalla musical de verdad. El cielo nublado y completamente gris reina sobre la plaza real. Se abren las puertas del castillo, de la pequeña capilla casi situada en el bosque al final y de cada hogar para ver pasar al bien y al mal, por primera vez juntos y separados a la vez por millas y millas de emocional distancia.
Las personas corren de un lugar a otro, formando una entera procesión, un desfile donde su religión esta dividida entre la oscuridad y la blancura sin siquiera darse cuenta de ello. Ahora sí, ahora sí hablamos sobre esa magistral batalla:
Al ritmo de los percusionistas que a ambos lados del palacio se separan en grupos de tres para golpear su, llamémoslo propio corazón, comienza el majestuoso solo instrumental. Comienza la primera guitarra roja de mayo que recién se asoma y una más se decide a acompañar, rasgando sus cuerdas en el lado contrario.
La chimenea y vieja dama especial es pura y podría haber sido la única reinante si la envidia de su contraria, como pecado maligno del lado negro en el dividido mundo de Rhye, no hubiese decidido intervenir junto a la masa ferviente que conforma la procesión de la reina negra.
Ella se escapa a través de las puertas para desfilar por la alfombra roja primero. Quiere ser la ganadora en cuanto al trono y la gobernante final, nunca permitirá que su noble hermana melancólica le lleve la delantera. Su gente la venera y se inclina esclavizada, como si sintiera el deber y la sumisión de tenerlo que hacer, mas no el amor con que debería de hacerlo.
No, no el amor con que la milagrosa procesión luminosa, servicial por voluntad propia y cristalina como la propia agua de los siete mares de la legendaria Rhyeland; mas no exenta de pecados y malos hábitos todavía por corregir, recibe a su preciada reina blanca.
Ella no sonríe como su malvada gemela. Es imposible que sonría como la otra con malicia, si no es más que a la fuerza para agradar al pueblo que aplaude su andar con la espada congelada del destino en mano. ¿Qué clase de espada? La espada de su propia vida, gélida al igual que el vacío helado de ese solitario corazón que tanto le causa tristeza.
Nadie sabe por qué sonríe victoriosa la primera reina, ni por qué sus tambores siguen sonando al ritmo de castas negras y corcheas, ni por qué todo su público sobre el cual se asoma una invisible nube de oscuridad y depresión, de obligación y represión, aún continúa con sus desnudas rodillas de pantalones rasgados y vestidos harapientos en el suelo.
Nadie sabe por qué contiene sus ganas de llorar tras una falsa y fingida cara de felicidad la reina segunda, ni por qué igualmente no paran de escucharse sus tambores con manto de monje, ni por qué las personas le aplauden derrochando lágrimas de dicha por su bondad, creyendo ciegamente que comparten la alegría con su modesta soberana.
Nadie sabe por qué las guitarras todavía no se olvidan de pelear; por qué la única roja entre tanto blanco, nacida del trabajo duro desde mayo, intenta escucharse aún más alta que esa gemela totalmente idéntica que ha quedado secundada por su arduo trabajo.
Sí, ha sido secundado el mal por primera vez en el principio de una larga historia que se convirtió en leyenda, o al menos eso podría parcialmente afirmarse.
El chillido de una sirena se escucha y la multitud de cada lado se levanta sobre sus rodillas y deja de aplaudir respectivamente. El chillido de la sirena es demasiado agudo, molesto y cercano a mi oído. El chillido de la sirena da paso a la verdad tras el lado blanco, a ese primero porque la guitarra especial ganó.
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Qѵεεɳ σƒ Rɦყεℓαɳ∂
Fantasy/lαժօ ճlαղcօ\: P̳r̳o̳c̳e̳s̳i̳ó̳n̳, escucha un solo instrumental, una historia que trascendió de p̳a̳d̳r̳e̳ a̳ h̳i̳j̳o̳. El triste cuento de su amor perdido, la pura r̳e̳i̳n̳a̳ b̳l̳a̳n̳c̳a̳, a̳s̳í̳ c̳o̳m̳o̳ c̳o̳m̳e̳n̳z̳ó̳ todo. A̳l̳g̳ú̳n̳ d̳í̳a̳,̳ u...