Ser virgen ya no tenía ninguna gracia.
Pero Katniss Everdeen estaba dispuesta a cambiar su situación. La cuestión era... ¿quién iba a ayudarla a deshacerse de su cinturón de castidad? No había mucho de dónde elegir.
A través de los cristales del escaparate de su pastelería, Katniss observó a los ciudadanos de Tesoro, California, aquella mañana de primavera.
Con mirada calculadora, se fijó en los hombres que pasaban por la calle principal.
Primero vio a Dewy Foníaine, de noventa años de edad, de camino a la farmacia en frente de la pastelería. Se detuvo un momento para saludar a Dixon Hill, padre de seis chicos y casado tres veces. Katniss tembló.
Harrison DeLong, sesenta. Se presentaba una vez más a la candidatura de alcalde... ¿Quién se fiaba de un político?
Peeta Mellark. Katniss suspiró. Continuó mirándolo mientras se acercaba a la heladería. Alto, con vaqueros gastados y camisa blanca, cabellos rubios revueltos y ojos azules. Pero la única hembra de la que Peeta se fiaba era su hija Prim. Justo en ese momento, la pequeña corrió hacia su padre y le agarró la mano. Peeta bajó la mirada y dedicó a su hija una de esas escasas, pero increíbles, sonrisas.
Una pena que Peeta no estuviera interesado.
—¡Vaya suerte la mía! —murmuró Katniss para sí—. Ahora que por fin estoy dispuesta, no puedo encontrar a nadie con quién hacerlo.
En el pasado, cuando estaba estudiando, Katniss tomó la decisión de permanecer virgen hasta el día de su boda; por aquel entonces, le pareció una buena decisión. Sin embargo, no había contado con ser la única virgen del país de veintiocho
años de edad.
Había imaginado que acabaría sus estudios, encontraría a su príncipe azul, se casaría y tendría hijos. Un sueño muy conservador, pero se había criado en Tesoro, una pequeña ciudad donde la gente aún hacía concursos culinarios con el fin de recaudar fondos para la escuela y se dejaban las puertas de las casas sin cerrar con candado, donde los hombres solteros eran más difíciles de encontrar que el chocolate bajo en calorías.
Y ahí estaba ella, seis años después de salir del instituto, tan pura como el día en el que nació. La cuestión de la virginidad había perdido su encanto; sobre todo, ahora que sus dos hermanas estaban casadas y con un niño cada una. Se había dicho a
sí misma una y mil veces que ya encontraría al hombre apropiado para ella, pero últimamente había empezado a dudarlo. Además, no era la clase de mujer que dejaba a
los hombres sin respiración.
Sus hermanas eran bajas y guapas. Ella era alta, directa y muy obstinada. Se le daba muy mal coquetear, era demasiado honesta y el negocio no le dejaba tiempo para ir a bares o discotecas.
Lo que le había hecho reconsiderar su situación fue la aparición de Clove Sloan en su pastelería el día anterior. Clove, la chica que Katniss había cuidado cuando sus padres salían por las noches, iba a casarse; a los veintiun años.
Fue eso lo que le hizo cuestionarse su virginidad. ¿Para quién la estaba
reservando? Al paso que iba, acabarían enterrándola «intacta». Muy deprimente. Por eso estaba decidida a abandonala.
Por supuesto, había discutido su decisión con su mejor amiga, Annie, el día anterior durante el almuerzo.
- ¿Clove Sloan va a casarse? -dijo Annie con sorpresa-. Aún me acuerdo de cuando esa niña no sabía abrocharse los zapatos.
-Sí, ya lo sé. Hace que me sienta vieja.
-Debe de ser humillante para ti -comentó Annie, y bebió otro sorbo de su copa-. Clove va a casarse y tú aún pura como la nieve.
-Vaya, gracias -contestó Katniss-. Ahora me siento mucho mejor.
-Perdona.
Annie Cresta, de ojos verdes y cabello rojo, parpadeó. Era una persona
sumamente fiel, divertida, impaciente y lo suficientemente creativa como para haber montado una empresa de tarjetas de felicitación que dirigía desde su casa. También era madre de la niña de seis meses más encantadora del país, y estaba casada con el sheriff de la ciudad, un hombre que la adoraba.
—¿Cuándo es la boda? -preguntó Annie.
-La semana que viene. El sábado.
Annie arqueó las cejas.
-Qué rapidez, ¿no?
-Sí -katniss agitó la paja que tenía en su vaso-. Clove no parecía tener muy buen aspecto, la he visto un poco pálida.
Annie sonrió.
-¿Vas a decirme que la envidia te corroe?
-No -katniss suspiró y se recostó en el asiento-. Es solo que hace nada de tiempo solía quedarme a cuidar de ella por las noches cuando sus padres salían, y ahora...
-Bueno, ya sabes que me encanta decirte «te lo dije» -dijo Annie-. Pero esta vez no voy a hacerlo. Lo único que voy a decirte es que ha llegado el momento de que hagas algo, Katniss. Sabes perfectamente que la mayoría de los hombres evitan a las
vírgenes como a la peste; las consideran demasiado románticas.
-Es verdad.
Por lo tanto, para encontrar a su príncipe azul, tenía que deshacerse de su virginidad. Katniss suspiró.
-Lo que tengo que hacer es dejar de ser virgen.
-¿No llevo años diciéndote eso?
-Has dicho que no me ibas a decir « te lo dije ».
-Perdona -Annie alzó una mano -. Nunca más te diré que te ha llevado demasiado tiempo llegar a la conclusión de que los hombres sin ataduras son una especie casi extinta. -Bueno, he de decirte que me siento mejor.
-Te sentirás mejor una vez que superes este pequeño obstáculo.
-¿Pequeño?
-De acuerdo, no es tan pequeño. Pero no te preocupes, ya encontraremos a un hombre. Espera y verás. Además, no puede decirse que seas una vieja solterona.
Katniss se imaginó a los sesenta años viviendo sola con una docena de gatos. No era esa la vida que quería para sí. Quería una familia. Quería amor. Y había llegado el momento
de empezar a buscar.
-Lo conseguiré.
-Por supuesto. ¿Qué límite de tiempo te has puesto?
-¿Límite de tiempo?
Annie asintió.
-Te conozco, Katniss. A la primera oportunidad, acabarás echándote atrás. Si no ponemos un límite de tiempo, no vas a mover un dedo. Acabarás esperando otra vez a
que se te presente el hombre de tus sueños.
-¿En serio crees que existe el hombre de tus sueños? -preguntó Katniss con voz queda.
Siempre había creído en que había un hombre destinado para cada mujer. Pero cuanto mayor se hacía, más dudaba de esa teoría.
-Sí -respondió Annie tras reflexionar un par de minutos-. Sí, lo creo.
Su suave sonrisa hizo que Katniss sintiera envidia sana. Su amiga había encontrado a Finnick.
-Bueno, dime, ¿qué tal está tu hombre?
Annie sonrió traviesamente.
-Estupendamente. Está con la niña en la oficina – miró el reloj y tragó
saliva-. Y, hablando de eso, será mejor que vaya a por mi hija. Pero antes de irme... ¿qué límite de tiempo?
-¿Cuánto crees que me va a llevar?
-Mmmmm. ¿Qué te parece tres meses?
Katniss meditó unos instantes. ¿Era capaz de hacer aquello? ¿Era capaz de convencer a un hombre para que la ayudara a deshacerse de su virginidad? Y si no lo lograba...
¿qué haría? ¿Comprarse unos gatos? No, de ninguna manera.
-De acuerdo, tres meses.
-Estupendo -Annie sonrió-. Ya verás como, antes de que te des cuenta, te
sentirás totalmente feliz.El reloj del horno sonó, sacando a Katniss de su ensimismamiento. Apresuradamente abrió la puerta del horno y sacó una bandeja con pasteles de canela.
Sonriendo, dejó la bandeja a enfriar encima del mostrador; después metió otra bandeja en el horno. El aroma a nueces y a canela inundó la cocina. Katniss se apoyó en el mostrador y miró a su alrededor.
La cocina era pequeña, pero sumamente funcional, y contaba con el equipo más moderno que se había podido permitir.
Con los años, se había hecho con buena reputación. El negocio iba viento en popa, tenía casa cerca de la pastelería, y unos padres y hermanas que adoraba. Lo único que le faltaba era una familia propia.
Siempre había creído que habría tiempo de sobra para eso. Se había centrado en su curso de pastelería; después, en montar su negocio. Una vez que abrió la pastelería, había empleado todo su tiempo en progresar en su negocio.
Pero ahora que su pastelería iba bien, tenía tiempo para echar de menos otras cosas. Los años habían transcurrido rápidamente; sus amigas se habían casado y ya tenían hijos. No quería cumplir los treinta años y encontrarse sin familia.
Por mucho que le gustara ser la tía favorita, no era suficiente. Y si quería cambiar su situación, tenía que hacerlo ya.
Había tenido un golpe de suerte. Todo asistiría a la boda de Clove. Era de esperar que, al menos, hubiera un hombre soltero y sin compromiso allí.
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-Por el amor de Dios, ¿cuándo ha sido la última vez que te has hecho la manicura?
Katniss apartó la mano de su hermana y examinó sus uñas.
-He estado muy ocupada trabajando.
-Ninguna mujer está tan ocupada como para no tener tiempo de hacerse la manicura -le espetó Magde volvió a agarrar la mano de Katniss para continuar limándole las uñas.
-¿Qué te has hecho en el pelo? -protestó Glimmer mirando a su hermana mayor -. ¿Has estado cortándotelo tú otra vez?
Katniss parpadeó.
-Me molesta que digas eso.
-Y a mí, como peluquea que soy, me molesta ver un pelo como el tuyo.
Katniss suspiró y las a sus hermanas. Bajas, delgadas y rubias. Magde y Glimmer, de veinticuatro y veintitrés años respectivamente, estaban felizmente casadas. A ella, como hermana mayor, no le importaría encontrarse en la misma situación. Sus hermanas, tan próximas en edad, siempre habían mantenido una relación muy íntima.
-Casi no puedo creer que por fin me estés dejando cortarte el pelo y peinarte.
-Por favor, que no se te suba a la cabeza -le advirtió Katniss.
Glimmer lanzó una carcajada.
-No te preocupes, te prometo que no voy a hacer nada extravagante.
-Me parece que te voy a poner uñas acrílicas -dijo Magde-. Las tuyas no tienen arreglo.
Katniss la miro.
-¿Por qué no me cortas las manos?
-Debería hacerlo; las tienes hechas un desastre.
Que la ayudaran era una cosa, pero otra muy distinta era que la humillaran.
-Ya estoy harta, me voy de aquí ahora mismo.
Glimmer la sujetó a la silla.
-Está bien, no vamos a meternos más contigo, pero tú no te vas de aquí hasta que no te haya dejado el pelo como es debido. Mi reputación se vendría abajo si salieras de aquí asi.
-¿No has dicho que no se iban meter conmigo?
-Te prometo que ha sido la última vez.
-Yo también te lo prometo -dijo Magde-. Quédate, ¿vale? Te vamos a poner tan guapa que hasta la novia te va a tener envidia.
Glimmer rio.
-Eso no va a ser muy difícil. Por lo que he oído, es posible que a Clove le den náuseas de camino al altar.
-Su madre dice que es un virus -dijo Magde.
-Sí, un virus de nueve meses.
Mientras sus hermanas charlaban, Katniss cerró los ojos y rezó por reconocerse a sí misma una vez que sus hermanas hubieran acabado con ella.
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Está historia no me pertenece, así como tampoco los personajes, que son propiedad de Suzzane Collins
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El Hombre Perfecto
RomanceKatniss Everdeen había acabado siendo la última virgen de California y había llegado el momento de cambiar la situación. El problema era que el único hombre que le interesaba, el guapísimo Peeta Mellark, ya tenía ocupado su corazón.