-¿Podemos poner caramelo encima?
-Claro que sí -respondió Katniss, y limpió una mancha de harina en la nariz de Prim.
-Esto es muy divertido -dijo la pequeña al tiempo que metía las manos en la masa de harina-. Papá no me deja cocinar porque dice que soy muy pequeña.
Katniss se quedó algo preocupada. Quizá debería haberle preguntado a Peeta antes de ponerse a preparar pasteles con Prim. Aunque, por otra parte, él no estaba allí y ella sí.
-Le diremos lo bien que has cocinado, ¿te parece?
Prim le sonrió encantada, y a Katniss le pareció que esa recompensa valía más que cualquier problema que pudiera tener con él posteriormente.
¿Y dónde demonios se había metido Peeta? Ella llevaba dos horas en el rancho y ni rastro de él. Octavia, la esposa del encargado, estaba cuidadndo a Prim cuando ella llegó; y, debido a que estaba embarazada de ocho meses, se alegró de poder dejar a Prim con ella para poder marcharse a su casa.
Katniss había jugado con Prim, y después habían tomado el té con las muñecas preferidas de la niña.
La sorprendió ver que, a excepción del cuarto de Prim, la casa estaba escasamente decorada.
En la enorme sala de estar había dos sofás delante de una chimenea inmensa. En el momento que lo vio, Katniss empezó a imaginar ese espacio bien decorado; le encantaría que la dejaran en esa estancia con pintura y su imaginación.
Pero lo que más la sorprendió fue la cocina. Era un espacio magnífico, lleno de posibilidades.
-¿Están hechos ya los pasteles?
Katniss salió de su ensoñación y miró a Prim
- Ah, los pasteles. Vamos a ver.
Prim corrió hacia la puerta del horno, apenas podía contenerse.
Sonriendo, Katniss abrió la puerta del horno y el olor a pastelillos inundó la cocina.
-Estos ya están -declaró mientras sacaba la bandeja.
La siguiente bandeja ya estaba lista para entrar en el horno. Katniss la metió y cerró la puerta.
Prim respiró profundamente y miró a Katniss.
-¿Puedo tomar uno?
Cualquier adulto con sentido común diría: «Tienes que esperar a cenar; si comes un pastel ahora, te quitará el hambre».
Pero ella no estaba dispuesta a mirar a esos ojos y decir que no.
-Claro que puedes -respondió Katniss-. No hay nada mejor en el mundo que un pastel recién salido del horno.
Prim respiró profundamente y contuvo el aire mientras eligia uno. Lo probó y después sonrió.
-¡Está delicioso!
Katniss sonrió al ver la mancha de chocolate en la boca de Prim y el brillo de orgullo en sus ojos. Pobre criatura, sin madre, y con un padre que, aunque sumamente dedicado, trabajaba hasta muy tarde.
Katniss sintió una leve punzada en el corazón, sonrió y dijo con voz queda: -Eres muy buena pastelera.
-¿De verdad? ¿Puedo decirle a papá que soy una buena cocinera?
-Estoy segura de que vas a dejarlo impresionado -afirmó Katniss.
-¿Podemos hacer más pasteles?
Katniss rio y pasó una mano por la cabeza de la pequeña.
-Antes vamos a terminar estos, ¿de acuerdo?
-De acuerdo.
Katniss vigiló a Prim, mientras la niña seguía las instrucciones que ella le había dado, y, al mismo tiempo, miró por la ventana. Se estaba haciendo de noche.
Ella estaba acostumbrada a mirar por la ventana y ver las farolas de la calle y los coches. Ahí, en las afueras de la ciudad, la oscuridad era completa.
Se acercó a la puerta trasera de la casa, que estaba en la cocina, la abrió y dejó que entrara la fresca brisa nocturna.
A excepción del canto de Prim, el silencio era absoluto.
Hasta entonces, había imaginado que un silencio tan profundo la pondría nerviosa; sin embargo, lo encontró tranquilizante. Era un lugar lleno de paz, un lugar "casi mágico".
De nuevo, se preguntó dónde estaría Peeta y cuánto tardaría en volver.
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Peeta trabajó hasta no poder hacer nada más debido a la falta de luz. Darius, su encargado, se había marchado a su casa hacía una hora. Era natural, Darius estaba deseando volver a su casa con su esposa. Él, sin embargo, no tenía a una mujer esperándolo.
Peeta se dijo a sí mismo que tenía que volver a casa; no solo porque Katniss estaba esperándolo, sino porque Prim debía de estar empezando a preguntarse dónde estaría.
Peeta se subió a la furgoneta y puso en marcha el motor. Se había retrasado todo lo posible. Si seguía allí, necesitaría un saco de dormir.
Además, ¿por qué estaba permitiendo que Katniss lo apartara de su casa?
Por fin, Peeta emprendió el camino de regreso a su casa.
-Idiota -murmuró para sí mismo-. Es solo Katniss Everdeen, llevas años viéndola, y ahora de repente, no puedes estar con ella en una habitación.
Después de aparcar y bajarse del vehículo, volvió a decirse a sí mismo que no tenía motivos para estar preocupado por Katniss. Ella le había dejado claro que no quería que él resolviera personalmente su problema. Perfecto.
Se detuvo delante de la puerta trasera de la casa que daba a la cocina.
Dentro, vio a Katniss y Prim, una al lado de la otra, reían y hacían pasteles.
Justo en ese momento, Prim alzó la cabeza y lanzó a Katniss una mirada radiante.
Su hija tenía el rostro iluminado con expresión de deleite. Solo había una palabra que describiera la expresión de su hija: «adoración». Era evidente que había encontrado a su nueva heroína.
Pero antes de tener tiempo para decidir si eso era bueno o malo, Prim lo vio y gritó de alegría. Su hija saltó del taburete en el que estaba sentada y corrió hacia la puerta. En cuestión de segundos, abrió la puerta y se tiró a él.
Peeta la levantó en sus brazos, la hizo girar. Los brazos de su hija le rodearon el cuello. Y, al igual que le ocurría todas las noches, su corazón se derritió. Tenía el mundo entero en sus brazos, y jamás dejaba de darle las gracias al Cielo por el regalo, hija. Prim lo era todo para él.
-¡Papá, he cocinado!
Le dijo con una sonrisa que hizo que las piernas le temblaran.
-¿En serio?
Asintió violentamente, sus coletas moviéndose de un lado a otro.
-He hecho pasteles -Prim volvió la cabeza para mirar a Katniss -. Katniss me ha ayudado, pero yo lo he hecho todo.
-Prim me ha dicho que no la dejas cocinar, pero como yo la estaba vigilando, me ha parecido que podría...
Peeta alzó una mano para silenciarla; tenía la impresión de que Katniss se estaba disculpando, como si pensara que él estaba enfadado. Pero a él le resultaría muy difícil enfadarse con Prim tan feliz. Su hija estaba sumamente orgullosa de lo que había hecho.
-¿Quieres un pastel, papá?
Peeta apartó los ojos de Katniss y miró a su hija.
-Claro -Peeta la puso en el suelo y le dio una palmada-. Elige uno para mí.
-Voy a darte el mejor de todos -le prometió Prim corriendo hacia las bandejas.
Mientras Prim elegía, Katniss se le acercó.
-Gracias por no enfadarte.
-No soy un ogro.
-Yo no he dicho que lo seas, pero Prim me ha dicho que no la dejabas cocinar.
Peeta se metió las manos en los bolsillos antes de decir:
-Es porque a Octavia no se le da bien cocinar. En una ocasión, se le olvidó una sartén en la lumbre y estuvo a punto de prenderle fuego a la cocina.
-Dios mío.
-Exacto.
-En ese caso, ¿no te molesta que, de vez en cuando, Prim y yo cocinemos juntas?
¿De vez en cuando? ¿Así que esa no era la única visita que Katniss pensaba hacerle?
-Así que piensas venir con frecuencia.
-Al menos, hasta que solucionemos mi problema -respondió ella. -¿Cuánto tiempo crees que nos va a llevar?
¿Cuánto tiempo iba a llevar encontrar a un hombre merecedor de Katniss Everdeen?
Empezaba a pensar que era imposible.
Prim se paró delante de él con dos pasteles, uno para cada adulto.
-Pruébalo, papá.
Katniss dio un mordisco a su pastel con trozos de chocolate. Él le observó los labios y se sintió torturado cuando Katniss se pasó la lengua por el labio inferior para limpiarse el chocolate.
-¿No tienes hambre, papá? -preguntó Prim.
-Sí, claro que tengo hambre -respondió Peeta, pero no de pasteles.
Katniss lo miró y sonrió; después, echó a andar por la cocina. El se quedó mirándole las nalgas y se preguntó por qué no declaraban ilegales los pantalones vaqueros
ceñidos.
Para pensar en otra cosa, se metió el pastel en la boca y lo masticó con furia.
Prim estaba encantada. Pero él seguía con hambre y no había suficientes pasteles para saciársela.
Durante las dos semanas posteriores, Katniss pasó casi tanto tiempo en el rancho como en la pastelería.
Seguía levantándose temprano para preparar los pasteles; pero casi todos los días, se marchaba de la tienda al mediodía para ir al rancho Mellark. Y cada día, se marchaba unos minutos antes que el anterior. A ese ritmo, pronto llegaría el día en el que serviría el desayuno a sus clientes y cerraría el negocio inmediatamente después.
Pero no podía evitarlo. Todo había empezado con la idea de que Peeta la ayudara a buscarse a un hombre, pero estaba convirtiéndose en mucho más que eso. Le encantaba estar con Prim, la pequeña le llegaba a lo más profundo del corazón. Prim necesitaba tanto el cariño y la atención de una madre que aceptaba con los brazos abiertos todo el afecto que ella le daba, y se lo devolvía multiplicado por diez.
Sin embargo, Peeta era otra historia.
Katniss apoyó los brazos en la valla que rodeaba el corral. En el centro del círculo, Peeta sujetaba unas riendas de cuero con una mano.
Al otro lado de las riendas, un precioso caballo se movía nerviosamente, sacudiendo la cabeza.
Pero Peeta continuó emitiendo palabras tranquilizadoras mientras trabajaba con el animal. La mayor parte de lo que le decía eran tonterías, pero el ritmo y el tono de su voz estaban hipnotizando al caballo, y a ella también.
Clavó los ojos en él y siguió sus movimientos con la mirada. Los pantalones vaqueros que llevaba estaban gastados y la camisa empapada en sudor.
Las botas estaban sucias y el borde del sombrero le hacía sombra en los ojos,
ocultándoselos. Pero ella los conocía muy bien. Y también conocía el poder de esa mirada azul.
¿No llevaba toda una semana soñando con esos ojos?
Era una tortura. Pero una tortura a la que voluntariamente se sometía todas las tardes. Se había convertido en una rutina, algo a lo que acudía con ansiedad y anticipación. Le encantaba estar con Peeta, verlo trabajar con los animales.
Apartó los ojos de él y miró a su alrededor, absorbiendo el amplio espacio y los campos. Ese rancho era precioso. Ni siquiera podía imaginar lo que sería levantarse todas las mañanas, abrir los ojos y ver aquello.
Vivir fuera de la ciudad, de repente, le parecía extraordinario.
La ausencia de gente y de ruido le daba tiempo para pensar y para soñar.
-Bueno, ya es suficiente por hoy -dijo Peeta.
Katniss parpadeó e hizo un esfuerzo por olvidarse de sus fantasías.
Vio a Peeta darle las riendas a Darius para dirigirse hacia ella.
-Bonito caballo -dijo Katniss cuando se aseguró de ser capaz de pronunciar palabra.
-Y cabezota -comentó Peeta que, sonriendo, se quitó los guantes de cuero-. Me va a ocupar toda la vida hacer que esa yegua lleve una silla encima y riendas.
Peeta parecía disgustado, pero no logró engañar a Katniss, que notó la mirada de admiración que Peeta lanzó al animal cuando Darius empezó a llevarlo al establo.
Riendo, ella dijo
-Te encanta.
Peeta la miró sin lograr disimular su sorpresa.
-Bueno, sí, supongo que sí -Peeta se quitó el sombrero y apoyó un codo en la valla-. El trabajo con los caballos y entrenarlos es lo que más me gusta de la vida de rancho.
-¿Y qué es lo que no te gusta?
Peeta clavó los ojos en los de ella.
-Nada. Me encanta estar aquí. Me gusta todo lo que se refiere a la vida de rancho. Jamás iría a vivir a la ciudad.
Katniss tuvo la sensación de que había un mensaje escondido en esa última afirmación.
-No te culpo.
-¿Qué?
Ella lo miró brevemente; después, volvió el rostro hacia el viento y clavó la vista en el horizonte. En la distancia, árboles frutales prologándose en filas como un ejército. Arriba, un profundo cielo azul salpicado de altas y deshilacliadas nubes.
-He dicho que no te culpo. Esto es precioso y tan tranquilo.
-Sí.
-A pesar de que Tesoro es una ciudad muy pequeña, a veces, el ruido y la gente me ponen nerviosa.
-Ya.
El tono de la voz de Peeta le hizo volver la cabeza y mirarlo.
-No me crees.
-Digamos que no es la primera vez que oigo algo así.
-¿En serio? ¿Y a quién se lo has oído?
-A Cashmere -Peeta casi escupió el nombre de su ex esposa.
A Katniss le dio un vuelco el estómago. La expresión de los ojos de Peeta le indicó que no quería seguir hablando de ello.
Pero también vio otra cosa en sus ojos: desilusión.
-¿Qué era lo que a ella no le gustaba de vivir aquí?
Peeta respiró profundamente y apartó los ojos de ella.
-Me llevaría menos tiempo decirte lo que le gustaba de vivir aquí.
-Entonces dime
Peeta volvía a mirarla
-Nada. No le gustaba ni la tranquilidad, ni el silencio, ni la soledad, ni siquiera le
gustaba Prim; y, al final, yo tampoco le gustaba.
-Era una idiota.
Peeta se encogió de hombros, pero Katniss no se dejó engañar. Peeta seguía sintiéndose dolido.
-Yo también lo fui -declaró él-. Creía que el deseo sexual era suficiente para
empezar una vida de casados. Me equivoqué y dejé que las hormonas dictaran mi comportamiento. No volverá a ocurrirme -añadió Peeta.
-Nadie te está pidiendo que lo hagas -le recordó ella.
-Parece gustarte eso -dijo Peeta, cambiando de tema bruscamente.
-Así es. Es un lugar precioso. Y la casa es enorme un lugar perfecto para formar una familia.
-Ese era el plan -admitió él-. Pero las cosas no salen siempre como queremos.
Katniss hizo un esfuerzo por añadir una nota de humor y aliviar la tensión.
-Será mejor que tengas más cuidado en buscarme un marido de lo que tuviste en buscarte tú una esposa.
-No creo que sea difícil -murmuró él.
-Estupendo -Katniss lo miró inocentemente-. He estado pensando ¿qué te parece Tony Díaz?
Peeta la miró como si estuviera viendo a un monstruo.
-¿Te has vuelto loca? Tiene veinte años más que tú.
Katniss contuvo una sonrisa.
-Lo que significa que tiene experiencia.
-Es viejo.
-En cuyo caso, lo más seguro es que me considere una dulce jovencita.
-Tienes veintiocho años, todavía te faltan unos años para ir al geriatrico.
-Eh, la edad no importa, lo que importa es el espíritu.
-Vende zapatos en unos almacenes.
A ella Tony Díaz le apetecía tanto como bailar desnuda en la calle principal de la ciudad.
-Un trabajo fijo -continuó Katniss-. Siempre se necesita calzado.
-¿Y qué me dices de que tenga una hija de la misma edad que tú?
-Podríamos intercambiarnos la ropa.
Peeta se la quedó mirando durante un minuto, hasta que notó el brillo travieso en los ojos de ella y lanzó una carcajada.
-Me estás tomando el pelo.
Katniss arqueó las cejas.
-¿Te gusta?
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El Hombre Perfecto
RomanceKatniss Everdeen había acabado siendo la última virgen de California y había llegado el momento de cambiar la situación. El problema era que el único hombre que le interesaba, el guapísimo Peeta Mellark, ya tenía ocupado su corazón.