Capitulo 11

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-¡Guau! -Katniss se sorprendió a sí misma por haber sido capaz de pronunciar palabra.
-Lo mismo digo -susurró Peeta tumbado al lado de ella, intentado recuperar la respiración. 
-Soy consciente de que no tengo un punto de referencia, pero creo que ha estado bastante bien -dijo ella.
Peeta lanzó una carcajada.
-Sí, a mí también me lo parece.
-¿Te ha gustado de verdad?- Preguntó Katniss con nerviosismo.
Peeta la miró con una expresión que dejaba claro que consideraba que estaba loca por pensar que era necesario preguntarlo. Y esa mirada significó mucho más que cualquier cosa que Peeta pudiera contestar.
-Ha sido maravilloso -Peeta continuó mirándola como si la viera por primera vez-. Asombroso.
Peeta le pasó una mano por el cuerpo. Katniss contuvo la respiración cuando un ahora familiar cosquilleo empezó a crecer dentro de ella.
-Oh, Dios mío -susurró Katniss moviéndose, animándolo silenciosamente.
Peeta la estrechó contra sí y la colocó encima de él, piel con piel, corazón contra corazón.
Le acarició la espalda y las nalgas.
Katniss cerró los ojos mientras los dedos de Peeta continuaban sus caricias.
-¡Guaua!
-¿Quieres que lo deje?
-Ni se te ocurra.
Le encantaban las caricias de Peeta. Le encantaba el sonido de su voz. Su risa. Le encantaba la ternura que mostraba con Prim, su sentido del humor y su sentido de la responsabilidad.
Lo amaba.
Lo vio con claridad absoluta mientras Peeta empezaba a tocarla íntimamente. 
Despacio, Katniss descendió, apoderándose profundamente de él. Peeta la llenó, llegó a lo más profundo de su ser, y ella temió no saciarse nunca.
Sus senos anhelaban las caricias de Peeta. Su corazón anhelaba unas palabras que él no quería pronunciar.
Katniss se movió suave y lentamente, sintiendo estallidos de placer que no quería olvidar nunca. No, no quería olvidar aquel momento. El momento en el que se había dado cuenta de que amaba a Peeta y estaba celebrando su amor, recibiéndolo dentro de sí.
Peeta le acarició el cuerpo y jugueteó con sus pezones. Katniss echó la espalda hacia atrás y jadeó. Solo podía pensar en tocarla, en sentirla, en saborearla. Pero la quería bajo él.
Quería separarle las piernas y saborear sus secretos. Lo quería todo.
Nunca se había sentido así.
Nunca había sentido una unión semejante con una mujer. Pero no era ese el momento de reflexionar sobre ello.
-Peeta...
-Katniss, por favor, no te pongas a hablar ahora -dijo él con una sonrisa.
-Bien.
Entonces, Katniss levantó las piernas para rodearle la cintura con ellas. Tiró de él hacia sí, moviéndose con él, aferrándose a él, clavándole las uñas en la espalda.
Peeta se deleitó. Se entregó con un movimiento que envió a ambos a los límites de la pasión.
Dos más tarde, Katniss salió del dormitorio y fue a la cocina. Tenía sed y también hambre. Nunca se había sentido con tanta energía y tan cansada al mismo tiempo.
Se apretó el cinturón del albornoz de Peeta. Había encontrado esa vieja prenda colgando de un gancho; pero como Peeta estaba durmiendo, se lo puso sin pedir permiso.
Abrió el refrigerador. Estaba bien equipado, teniendo en cuenta que era un hombre el que hacía la compra. Agarraba un muslo de pollo asado y una botella de agua.
Llevó la comida a la mesa, y se sentó.
De repente, la puerta de la cocina se abrió.
Katniss se llevó una mano a la garganta y se puso en pie de un salto mientras Darius gritaba: -¡Peeta!
Katniss se sentía avergonzada.
No solo no llevaba nada debajo del albornoz de Peeta, sino que además la prenda estaba vieja y deshilachada.
Fue entonces cuando Darius se dio cuenta de su presencia. Rápidamente, se quitó el sombrero, la miró de arriba abajo y, al instante, movió la cabeza sin saber adonde mirar.
-Perdona, Katniss. Yo no sabía que estabas aquí.
-¿A qué vienen esos gritos? -preguntó Peeta, que en ese momento entró en la
cocina.
Iba con el pecho descubierto, aunque se había puesto pantalones.
-Siento molestarte, he venido para decirte que Octavia va a dar a luz y  nos vamos ahora mismo al hospital.
Lo más probable es que no pueda trabajar mañana.
Peeta, que estaba mirando a Darius, miró a Katniss y a Darius de nuevo.
Después de darle al otro hombre una palmada en la espalda, dijo:
-Eso es estupendo. Dale un beso a Octavia de mi parte y deséale suerte.
-Lo haré -Darius se dirigió a la puerta -. Buenas noches, Katniss.
Una vez que la puerta se hubo cerrado y volvieron a quedarse a solas, Katniss lo miró.
-Vaya, ha tenido su gracia.
Peeta sonrió.
-Aunque no te hubiera visto aquí esta noche, habría visto tu coche por la mañana.
-Sí -admitió Katniss-, pero no me habría visto con tu albornoz. Y hablando de albornoces, deberías comprarte uno nuevo.
-¿Por qué? -Peeta se acercó a ella con paso lento-. Yo lo veo muy bien.
-¿En serio?
-Totalmente en serio -le aseguró Peeta.
Cuando se detuvo delante de ella, bajó las manos y las puso en el nudo del cinturón. Abrió el albornoz y le cubrió los pechos con las manos.
-Dios -katniss suspiró y se inclinó hacia él.
Le encantó la sensación de los dedos de Peeta jugueteando con sus pezones.
Caricias suaves e incitantes.
-Tenías hambre, ¿eh? -preguntó Peeta mirando elmuslo de pollo.
-Mmmmmmm.
-Yo también -murmuró Peeta.
Antes de darse cuenta de las intenciones de él, Peeta la agarró y la sentó en el borde de la mesa.
-Peeta...
Se le aceleraron los latidos del corazón salvajemente cuando Peeta se arrodilló delante de ella.
-Peeta, ¿qué vas a...?
-Ya te lo he dicho, quiero comer algo -respondió él antes de separarle los muslos.
Katniss jadeó cuando Peeta se inclinó y la poseyó con la boca. Unas increíbles sensaciones la sobrecogieron, haciendo que el placer le corriera por todo el cuerpo. No podía dejar de mirarlo. Lo contempló mientras Peeta le daba los más íntimos besos posibles. Lo vio saboreándola y se sintió disolver en una nueva explosión de deseo.
Katniss se aferró al borde de la vieja mesa de roble. Se echó hacia él y estuvo a punto de caerse cuando sintió la lengua de Peeta adentrarse en lo más profundo de su ser.
Y esta vez, cuando Katniss estalló, lo hizo sin pensar con la claridad suficiente para mantener la boca cerrada.
-Peeta... te amo.
Aquellas palabras retumbaron en el aire. No podían ser ignoradas.
Peeta se apartó de ella mientras trataba de pensar en algo que decir que no ofendiera a Katniss, que no le hiciera daño. Pero no había forma de arreglarlo.
-Katniss, ya te lo he dicho, no soy el hombre que necesitas.
¡Maldición, lo había estropeado todo! Nunca debería haberse entregado al deseo que lo había consumido. Debería haberla enviado a su casa; pero, para haber hecho eso, tendría que haber sido un santo. Y él no era un santo.
Katniss le puso una mano en el hombro y el calor de aquellos dedos le quemó la piel.
Hacía tanto tiempo que no sentía nada. Ahora, corría el peligro de perder la razón.
-Tranquilízate, Peeta -dijo ella sonriendo antes de apoyar la frente en su espalda-, no te he propuesto el matrimonio.
-Katniss, no quiero hacerte sufrir -dijo Peeta ton voz tensa-. Pero es posible que esto te haya parecido más de lo que es. Es sexo y deseo, pero no amor.
Katniss no contestó, por lo que él continuó hablando. Por primera vez en las últimas semanas, estaba callada. Y eso lo puso nervioso.
Se volvió de cara a ella y se obligó a sí mismo a mirarla a los ojos.
-Eres una virgen y...
-Era una virgen -lo corrigió Katniss.
-Exacto. Y debes de estar afectada. Quiero decir que, como yo he sido el primero... En fin, estás haciendo una montaña de un grano de arena.
-No me hables como si fuera idiota, Peeta.
-La cuestión, Katniss, es que me gustas. Y también te he tomado cariño.
-Vaya, me has dejado sin respiración.
Peeta ignoró el sarcasmo y lo intentó de nuevo.
-Eres una mujer extraordinaria. Te admiro mucho y me gusta pasar el rato contigo. Pero el amor no tiene nada que ver con esto.
Katniss lo miró y vio tristeza en sus ojos, y sintió quebrarse algo dentro de sí. Una profunda desilusión se apoderó de ella. Había sido lo suficientemente estúpida como para creer que, después de declarar sus sentimientos, él conseguiría admitir que lo que sentía por ella era algo más que deseo. Pero, evidentemente, Peeta estaba decidido a ignorar la fuerza del magnetismo que había entre los dos.
Bien. Pero no estaba dispuesta a darle pena. No quería la comprensión ni la pena de Peeta, quería su amor. Y si no podía obtenerlo, no iba a permitirle que se diera cuenta del daño que le estaba haciendo.
Lo miró a los ojos y pronunció la mentira más grande de su vida:
-No tiene importancia, Peeta. No quiero nada de ti - le tocó la mejilla-. Te amo, pero lo superaré.
Peeta parpadeó y cambió de postura.
-Lo digo en serio. Has sido una gran ayuda. Ahora que ya no soy virgen, estoy segura de que podré encontrar a otro. -Lo vio entrecerrar los ojos o era su imaginación?
-Estoy segura de que pronto me olvidaré de ti -sorprendente lo fácil que le estaba resultando mentir.
-¿Pronto? -preguntó él con voz tensa.
-Sí. Quiero decir que tendré que ponerme a buscar a un hombre porque no creo que sea buena idea que tú y yo sigamos viéndonos y como...
-Estás hablando sin sentido otra vez -gruñó Peeta, y la atrajo hacia sí.
Pegada al cuerpo de Peeta, Katniss se deleitó en la solidez y fuerza de él, esperando contra toda esperanza que no fuera la última vez.
-Si las cosas fueran diferentes... -dijo Peeta.
-Las cosas son diferentes -observó Katniss-. Yo no soy Cashmere.
-Ya lo sé. Pero creí en ella y mira lo que pasó. No puedo poner en juego la felicidad de Prim.
Maldita Cashmere. Esa mujer se había marchado, pero aún se sentía su influencia.
-No te estoy pidiendo que lo hagas.
-Me estás pidiendo algo.
Sí, así era. Le estaba pidiendo su corazón, pero Peeta no estaba dispuesto a dárselo.
-¿Otro beso? -sugirió ella.
-Katniss...
-Cállate y bésame.
La boca de Peeta le cubrió la suya y Katniss se entregó al placer del momento. La llevó de vuelta al dormitorio y Katniss trató de no pensar que aquella era la última vez.
Fue una noche de deseo y pasión. Por la mañana, cuando Peeta se despertó, Katniss ya se había ido.
Él estaba solo.
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Transcurrieron los días, uno detrás de otro, y Katniss no dejaba de repetirse  que el tiempo lo curaría todo. Lo único que tenía que hacer era olvidar a Peeta.
La pastelería la mantenía ocupada durante el día; pero por las noches, sola en su casa, el recuerdo la envolvía. Anhelaba sus caricias.
Pensó en llamarlo, pero no iba a hacerlo. Había sobrevivido veintiocho años sin un hombre y podía seguir así.
-Aunque es más fácil vivir sin algo que nunca has tenido a vivir sin algo que has tenido y has perdido.
-¿Hablando sola otra vez?
Lanzó una mirada a la puerta de la cocina y vio a Annie entrar.
-Hola. ¿Quieres pastel?
Annie sacudió la cabeza, agarró una silla y se sentó.
-Qué calor hace aquí -se quejó.
-Es por el horno.
-Has estado escondiéndote -dijo su amiga en tono acusatorio.
-He estado trabajando -replicó Katniss.
-No me has dicho qué tal te fue con Peeta la otra noche.
Katniss alzó los ojos y miró a su amiga.
-Ah, ya veo, no muy bien -añadió Annie.
-He de confesar que me fue maravillosamente -declaró Katniss.
-Felicidades. Así que ya está hecho, ¿eh?
-Completamente -contestó Katniss-. Y varias veces.
-Guau -la envidia asomó a la voz de Annie.
-Fue extraordinario -Katniss suspiró-. Hasta que le dije que lo amaba. ,
-¡Dios mío, no!
-Sí
-Ya -Annie alargó la mano y agarró un pastel de canela-. Dime, ¿qué vas a hacer?
-Estoy dejando que me eche de menos.
-¿Y está funcionando?
-Yo lo echo de menos. ¿Sirve de algo?
Annie mordió un trozo de pastel y luego contestó pensativa:
-Supongo que si tú lo echas de menos él también debe de echarte de menos a ti.
Un pequeño consuelo, pensó Katniss mientras metía pastelillos en el horno. Pero Peeta no la echaba de menos lo suficiente para ir a la ciudad. No había visto a Peeta ni a Prim desde hacía tres días.
Katniss se enderezó, se volvió y miró a su amiga.
-El amor no es de tontos, ¿verdad?
Annie negó con la cabeza.
-No, vale la pena. Pero hay que insistir.
-No sé, Annie. Por fin he encontrado el amor, pero me he enamorado de un hombre que no me quiere. Me tiene furiosa, Annie, podríamos tenerlo todo si estuviera dispuesto a correr el riesgo de abrir su corazón.

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