Transcurrieron los siete días más largos en la vida de Peeta.
Estaba de un humor de perros, pero Darius, aún en las nubes por el nacimiento de su hijo, no notó nada.
-Peeta, te lo aseguro, ese hijo mío come como un toro.
-Me alegro -Peeta continuó arreglando la valla.
Al cabo de unos minutos, volvió la cabeza y vio a Darius apoyado en la furgoneta con una sonrisa tonta en su rostro.
Tenía gracia, pero Peeta nunca había notado lo exasperante que podía resultar la felicidad de otros.
-Octavia ha sido una valiente -dijo Darius, aún sonriendo al recordar-. Deberías haberla visto, ni gritos, ni lágrimas, ni nada. Otras mujeres en parto daban unos gritos de muerte; pero mi mujer no.
Peeta apretó los dientes. También él recordaba el nacimiento de Prim. Cashmere había sido una de esas mujeres que gritaban.
Lo había insultado hasta decir basta. Había gritado a los médicos y a las enfermeras; y luego, cuando la niña nació, no mostró por ella ningún interés.
Pero eso daba igual ya. El y su hija eran felices solos; mejor dicho, hasta la llegada de Katniss.
De repente, Peeta trató de imaginar cómo habría sido el parto si Katniss hubiera sido la madre de Prim. No podía imaginar a Katniss rechazando a su propia hija.
Se vio a sí mismo con Katniss, los dos sentados en el porche por la tarde, ella encima de él mientras sus hijos jugaban con unos cachorrillos.
Entonces, con la misma rapidez con la que había aparecido, la imagen se desvaneció y Peeta se vio escuchando la charla incesante de Darius.
Sintió rabia y, al mirar a su encargado, sus ojos echaron chispas.
-¿Vas a ayudarme o te vas a quedar ahí todo el día sin hacer nada?
-Perdona, Peeta -Darius se dirigió al otro lado de la valla y empezó a cavar.
Pero, mientras trabajaba, decidió arriesgar su vida-. Hace unos días que no he visto a Katniss. ¿Ocurre algo?
Peeta le lanzó una mirada asesina.
-No, no pasa nada. ¿Te importaría mucho que trabajemos?
-Disculpa, jefe.
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-Estos pastelitos están muy malos -se quejó Prim, dejando uno medio comer en el asiento delantero de la furgoneta.
-Son tus pastelitos preferidos.
-Las que hace Katniss son mejores.
Estaba totalmente de acuerdo con su hija. Había llevado a Prim a una pastelería en Monterrey, pero no era lo mismo. Hacía más de una semana que no veía a Katniss y no hacía más que tratar de convencerse de que era lo mejor. La evitaba como a la peste.
Pero no le estaba sirviendo de mucho. Podía evitar verla, pero continuaba pensando en ella.
-Katniss me ha dicho que va a ayudarme a hacer el vestido para la fiesta de primavera.
-¿Qué? -Peeta miró momentáneamente a su hija.
-Katniss va a ayudarme a...
-Sí, ya he oído. Lo que me gustaría saber es cuándo has visto a Katniss.
-Ayer -respondió la niña lamiéndose el chocolate que tenía en los dedos.
-¿Ayer?
-Sí.
-¿Dónde la viste?
-En el colegio. Viene para almorzar conmigo.
-¿Desde cuándo?
-Desde hace mucho tiempo -respondió Prim como si ella y Katniss llevaran siglos comiendo juntas-. Me gusta Katniss, papá. Es muy buena.
¿Desde cuándo Katniss iba al colegio de Prim para almorzar con ella? ¿Y por qué lo hacía? Su trato se había cumplido, ya no tenía motivos para ocupar su tiempo con Prim. Katniss llevaba nueve días sin ir al rancho.
Él la había estado evitando y no le cabía duda de que ella estaba haciendo lo mismo. Sin embargo, al parecer, no había interrumpido su relación con Prim.
Algo cálido y muy parecido a la esperanza creció dentro de él. Al mismo tiempo, debía reconocer que se había portado como un imbécil. Había hecho daño a Katniss, le había dado la espalda, había ignorado lo que había entre los dos por creer que era la única forma de proteger a Prim. Pero, al parecer, Katniss quería a la niña.
-Papá ¿por qué Katniss ya no viene al rancho?
¿Cómo contestar a eso? No podía confesarle a su hija que su padre era un imbécil.
-Bueno cariño, Katniss está muy ocupada.
-¿Le has pedido que se quede a vivir con nosotros? -lo interrumpió Prim.
-No, cielo, no lo he hecho -contestó Peeta.
-¿Por qué? -preguntó ella.
Buena pregunta.
-La gente no va a venir si tú no les dices que vengan -observó Prim con la dulce sabiduría de una niña.
-Sí, supongo que tienes razón.
De haber aceptado la declaración de amor de Katniss y haberla correspondido, ¿habría aceptado ella ir a vivir al rancho? ¿Se habría arriesgado a formar parte de una familia ya establecida?
Pero sabía la respuesta sin necesidad de pensarlo. Claro que lo habría hecho.
Katniss no era Cashmere. Katniss era divertida, inteligente, buena y quería a Prim como si fuera su propia hija. Le había dado más amor durante unas semanas del que él había recibido en toda su vida.
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El Hombre Perfecto
Storie d'amoreKatniss Everdeen había acabado siendo la última virgen de California y había llegado el momento de cambiar la situación. El problema era que el único hombre que le interesaba, el guapísimo Peeta Mellark, ya tenía ocupado su corazón.