Diecinueve: Sin ti soy un ser sin vida.

34 7 0
                                    

¿Has pensado en vivir sin una persona? Duele, ¿No? Duele como si te quitaran un pedazo de ti, pese que es sólo tu imaginación pesimista. 

Aún pensando o no, es difícil abandonar a las personas, más que a las cosas. Con las cosas tu tienes un apego material, algo que te sirvió antes y ahora no tanto. Pero, con una persona, suele ser mucho más difícil. Soltar a alguien, es como abrir la jaula que nunca estuvo cerrada, y dejar volar. Quizá para que vuelva, con las alas cortadas, y heridas, o que nunca vuelva, dejando tu jaula que nunca estuvo cerrada sola y fría. 

Dejar a las personas es difícil, tienes recuerdos, momentos por lo cuales pasaron, ya sea juntos o por su parte, pero al fin y al cabo muchas cosas conforman una relación. Una relación de lo que sea, con quien sea, con sentimientos encontrados que se entrelazaron formando una trenza de emociones, sentimientos y pensamientos que te llevaron a crear una larga o corta trenza. Es cosa de su decisión.

A veces, es mejor dejar de trazar más comunicación, cuando las cosas no funcionan en forma sencilla y se tornan turbias, difusas, complicadas. En ese momento, es mejor abandonarlo, dejar que todo se parta, y quizá; sólo quizá, dejar lo que fueron alguna vez. Por bien de ambas personas, sin necesidad de buscar perjudicar al otro. A veces no es entendible, mas, cuando pasa el tiempo parece cobrar el sentido que escaseaba antes en el pasado, el cual estaba camuflado por el dolor y la miseria de ser abandonado sin razón aparentemente lógica. 

Creo que así funciona con mi hermano. Debimos cortar nuestra conexión años atrás, cuando mi padre falleció y ambos sabíamos que habrían peleas por lo que sea. Él era avaricioso, flojo y muy ambicioso a extremos perturbadores. No me agradaba mucho estar siempre con él. De pequeños éramos inseparables, mas, la adolescencia llegó y ambos nos fuimos por caminos diferentes donde nuestros fines no eran los mismos, y mucho menos comunes. Era triste, pero fue mejor dejar todo. Cuando mi madre fue diagnosticada frente a mis ojos, estaba solo. Le conté por teléfono porque pensé que era lo correcto. Cuando escuché su tono indiferente, relajado y muy despreocupado, supe que esto no iba a funcionar. Dejé de informarle todo sobre su estado; dejé que él se enterara por sus propios métodos si quería; pero no lo lograría por mi parte. 

Sí, quizá era egoísta, no compartir información de nuestra madre era cruel. ¿Pero qué iba a hacer si le contaba? Nada, así que era normal. 

Era tarde, ya estaba bastante oscuro. Mingyu ya tenía una chaqueta de mezclilla puesta, y una impaciencia en su rostro que se detonaba mucho. Yo esperaba que mi hermano se despidiera de mi madre. Ella sólo lo ignoraba, pero él persistía. 

—Debemos irnos.—Me acerqué a Mingyu, quien puso una mano por mi cintura, apegándome a él. No me molestaba, pero me colocaba un poco nervioso.—Es tarde, está cansada.—Suspiré ya agotado. Volví del trabajo corriendo aquí luego de ser avisado por Mingyu de que él estaba aquí. Por el simple hecho de que Bohyuk no era identificado por mi madre, quizá por el largo tiempo que el inútil no la ha visitado.—Bohyuk, por favor. Debo dejarte a casa aún.

—Para eso no te molestas en dejarme.—Murmuró, mirándome de reojo guardando un libro que había sacado para pasar el tiempo con nuestra madre.—Mejor váyanse, quizá quieren hacer cosas en privado.—Rodó los ojos. Mingyu carraspeó viendo hacia otra parte. 

—¡Joder! No seas infantil.—Salimos de la habitación donde se encontraba mi madre, y me miró, dándome la cara. Suspiré con su rostro enojado y fruncido en un mohín de ira que se acumulaba en cada arruga de su cara.—No puede ser que sigas utilizando las mismas artimañas de cuando éramos pequeños.—Ya molesto, me aparté para ver a Mingyu, quien estaba en silencio viendo todo lo que pasaba. 

—Sí eso significa tener el derecho de ver a mi mamá, entonces lo haré las veces que tenga que hacerlo.—Comenzó a caminar hacia la salida, yo fui detrás, con Mingyu pisando mis talones. Los suspiros brotaron de ambos. 

Nos subimos a mi propio auto, Mingyu como copiloto luego de una pequeña confusión, y Bohyuk iba detrás, en el medio. 

—¿Tienen todos sus cinturones?—Dije mientras arrancaba el auto y me colocaba mi propio cinturón. 

—¡Listo!—La voz animada de Mingyu sonó bien, cosa que me hizo sonreír. Sin embargo, se borró al escuchar el bufido y rezongo de mi hermano que se abrochaba un poco frustrado el cinturón sobre su cintura. 

—Deberías comprarte un mejor auto, estos cinturones nos matarán en vez de salvarnos.—Moví la palanca de cambios para retroceder, me di la vuelta, encontrándomelo; cara a cara.—Trabajas y tienes buen sueldo, deberías comprarte un auto mejor.—Me detuve y frené. 

—Si vienes a cuestionar mi puta vida, entonces puedes bajarte de este jodido auto ¡E irte jodidamente a pie hasta tu puta casa!—Grité, golpeando el respaldo del asiento de Mingyu. Mi enojo me estaba subiendo considerablemente a la cabeza, y me sentía agobiado con la simple presencia de Bohyuk.—¡Si tienes algún problema conmigo o con como vivo, te digo que te vayas y nunca regreses!

—Vaya, no sabía que así recibías así a tu familia. ¿Quién pensaría que el gran editor terminaría siendo un gruñón?—Se cruzó de brazos, recargándose sobre el respaldo.

Respiré profundamente. Mingyu con mirada angustiada, me tomó del antebrazo, sonriéndome. Estaba siendo demasiado desagradable. Suspiré e ignoré su comentario. Arranqué rápidamente luego de mover el pomo de la palanca de cambios. Mi pecho pesaba en una especie de vaivén de enojo, en suspiros que se escupían en los semáforos rojos, y la palanca de cambios sufriendo aquella rabia, era lo que más destacaba en todo el viaje. Los tres íbamos en tranquilidad, pero no una que fuera placentera, sino que una tediosa; maldita y jodidamente densa. 

Conducimos por bastante tiempo, su casa quedaba lejos. 

En el momento que llegamos, me sentí aliviado. Se bajó, y con una tímida y vaga despedida se bajó del auto. Esperamos a que se metiera a su pequeño y estrecho departamento para luego tener las intenciones de arrancar nuevamente. 

—¿Qué rayos te pasa con él?—Preguntó Mingyu cuando saqué nuevamente el freno de mano. 

—¿En serio tú también?—Suspiré y vi el techo del auto, gris y un poco afelpado. 

—No hay motivos para que lo trates de esa forma.—Susurró, mirando un poco hacia la ventana. Su voz sonaba un poco rota, casi decepcionada.

—Mingyu... No entiendes lo que ha pasado entre nosotros. En la familia...—Apagué el motor. El ronroneo del auto no era importante. 

—¡Son familia! Ambos están perdiendo a su madre. ¿No pueden por lo menos apoyarse mutuamente?—Preguntó con la mirada afligida.—No quiero que seas así con tu familia, que seguro será lo único que te quedará cuando ella ya no esté y nada los una.—Tomó la mano que yo apoyaba en la palanca de cambios, y sonrió.

—A veces la familia es mucho peor que cualquier otra persona.—Ambos teníamos los ojos inundados en lágrimas, pero no dejábamos que corrieran.—No quiero ser malo con él. Pero... Me ha fallado tanto, que no tengo nada que esperar de su parte.

—Debes hablar con él, algún día, cuando tu madre no sea un tema.—Suspiró y volvió a abrochar su cinturón que no noté que había desanclado del broche de su lado izquierdo. 

Antes de volver a encender el motor, limpié las lágrimas que se acumulaban en mis ojos, para que la vista no se me tornara borrosa al conducir. 

Todo el recorrido, fue un tenso silencio, donde nuestros diálogos se repetían en nuestras cabezas, dudando en si habíamos dicho lo correcto, desistiendo ante el otro, inventando otras palabras que pudimos decir. Algo con lo que contraatacar su tema.

Llegué al departamento de Mingyu, y me detuve. 

—¿No nos vamos a quedar juntos?—Lo miré, no quería hablarlo.—Está bien, necesitas tiempo.—Abrió la puerta, y me dio una última mirada antes de bajar sus pies del auto.

—Necesito pensar. Gracias por todo, y sobre todo por aguantar todo.—Asintió, sonriendo. Nos miramos a los ojos, antes de escuchar el portazo que me hizo reaccionar nuevamente.

Suspiré, miré hacia adelante. Los pasos del castaño se alejaban de mi, de mi auto, adentrándose con cuidado al edificio. Cuando lo vi entrar, ya seguro, partí de nuevo a casa. 

Que vacío se sentía todo sin su sonrisa silenciosa, o su toque en la palanca de cambios.

«Remember»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora