Veinte y dos: Dolor.

31 6 0
                                    

Cuando tomamos algo que no debemos tomar, nos lavan el estómago. Nos resuelven el problema, para reiniciar nuestro estómago y dejarlo limpio, pulcro y purificado. 

Pero, nadie nos cura el corazón. Nadie nos dice que no tenemos que hacerlo, solo que no debemos. Y Dios, que malas experiencias hay con el querer y el deber. 

Cuando olvidamos a nuestros seres queridos, las cosas se tornan oscuras. Apartando a todos, cuando todo se vuelve solitario, intranquilo, inquietante. Y cuando los reencuentros no se vuelven cálidos, sino que tediosos, incómodos, hasta estúpidas. Las personas saben leer más a los otros de lo que creemos. 

Algo así sucedía.

Mi hermano no era una mala persona. Sin embargo, siempre se comparó conmigo. Diciendo que yo era exitoso, que yo: "Le quité su éxito". 

No puedo argumentar ante eso. Simplemente fue así como sucedieron las cosas, pensando que yo tuve todo fácil, asequible, pero no fue así. Sencillamente la desconexión que tuvimos de grandes, nos hizo odiarnos, o despreciarnos al punto de apartarnos por muchísimo tiempo. Y no me molestó en ningún momento. Él me necesitaba más que yo a él. Y la verdad, es absurdo arrastrarme una vez más por alguien que ni siquiera me agradece por algo sencillo como prestarle mi propio auto. 

Mas, prometí que nunca iba a dejarlo alejado, ni necesitado a lo que fuera que quisiera. Todo por mamá. Porque eso es todo lo que nos une. 

—Mingyu, ¿Ya nos vamos?—Preguntó apresurado, mientras él se ponía los los zapatos que claramente tenía los cordones desabrochados.—Vas a tropezarte. Dame tus pies.—Abroché sus zapatos, sacudí mis manos y salimos.

—Gracias, pequeño—Besó mi frente cuando estábamos ya en el ascensor.—. Soy hombre perdido sin ti, lo acabo de comprobar. 

—Sólo fue abrocharte los cordones. 

—No sabes cuantos accidentes he tenido por ello.—Rió y tomó mi mano para bajarnos del pequeño cuadrado que subía y bajaba. 

Subí a mi auto, el cual estaba siendo conducido por mi hermano, debido a que se lo presté por dos semanas más. Este lo iba conduciendo, para dejarme a mi y Mingyu en el trabajo. Ya que Mingyu se había quedado el fin de semana entero en mi departamento. 

Abrí la puerta, entrando, seguido por el más alto. Bohyuk ni siquiera nos saludó, no nos esperó a ponernos los cinturones, y tampoco nos pidió nuestros bolsos para dejarlos adelante, en el puesto de copiloto.

—Buenos días, por cierto.—Dije malhumorado, Mingyu suspiró, cerrando los ojos.

—No saludo a la gente que llega tarde.—Respiré profundo para tomar la mano de Mingyu, la cual estaba sobre su muslo. No quería explotar.—¿A quién dejo primero?

—A mi.—Susurré. Este asintió, y otra vez todo fue silencio. Seguro hasta alguien no presente puede sentir la incomodidad, cuando las direccionales daban el típico chasquido con ritmo, y la palanca de cambios daba un ruido particular. 

Al llegar a mi lugar de trabajo, con suerte pude despedirme de Mingyu.

—¿Voy a verte al trabajo cuando salgas? No tengo mucho que hacer hoy.—Sonreí antes de cerrar la puerta.

—¿Puedes cerrar la puerta luego?, hace frío fuera.—Dijo Bohyuk mientras revisaba su móvil en cuanto me fuera, quizá que mierda estaba haciendo. 

—Nos vemos luego del trabajo.—Mingyu sonrió, me dio un beso en la mejilla y rápidamente cerró la puerta. 

Más rápido de lo que pensé, el automóvil ya había arrancado con ambos dentro. Mi mochila colgaba de un solo hombro, y mis zapatos no estaban lustrados, me había olvidado la noche anterior al cenar tarde y desordenar mi ordenada rutina por culpa de Mingyu. Era verdaderamente desordenado. Sin embargo, me ayudaba a relajarme en cosas en las cuales me complicaba. 

Subí por el edificio de la editorial, y me fui a mi querida oficina, pequeña pero bonita. 

Me sentí acogido cuando me di cuenta de que no había mucha gente. El silencio me ayudaba, mi jefe parecía no estar; y la secretaria que me caía bien, estaba sentada detrás del mostrador, saludando a todo el que pasaba frente algo que aplicó para mi también. Dejé mis cosas, y me senté a seguir corrigiendo cosas, y editando lo que me habían pedido hace unos días. 

Fue un día relajado, entre varias llamadas, poco trabajo y mucha gente calmada con sus cafés y los tecleos de sus teclados llenando el sitio. 

No había mucho que contar, fue un día normal, liviano. 

Cuando fue el momento de irme, mi mochila colgaba sobre mi hombro, una brisa me golpeaba, pero a la vez me acariciaba los pómulos. Sentía mi pecho frío, y aunque fue un día agradable, necesitaba un abrazo para terminarlo con broche de oro. 

Una bocina sonó unos metros más alejada de mi. No pude sentirme feliz al ver la cabeza asomada de Mingyu con una sonrisa en el rostro. Mi propio auto estaba estacionado unos metro más allá. Fui en esa dirección, a un paso confundido, receloso. Abrí la puerta, viendo como Mingyu estaba con su uniforme, y su bolso que esta vez llevaba. Un beso fue depositado sobre mis labios, y Bohyuk estaba viendo su teléfono cuando me di cuenta de que estaba ahí al frente, distraído con quien sabe qué.

—¿Qué hacen aquí?—Pregunté, mientras Mingyu tomaba mi mano.

—Bohyuk lleva aquí un rato. Yo vine aquí a buscarte pero él ya me había ganado.—Sonrió susurrándome cerca de mi oído para que él no escuchara. 

—Oh...

En poco tiempo ya estaba manejando vuelta a casa. Me bajé con Mingyu, acordando que íbamos a quedar juntos por hoy. Me bajé con él, Bohyuk no tardó en irse.

—Hace tiempo no hacía esos gestos, pequeños pero valiosos.—Susurré, tomando la mano de Mingyu. 

—Ya, a veces las personas cambian, Wonwoo.—Besó mi mano y subimos a su departamento.

Estábamos agotados, así que rápidamente improvisamos una cena, nos pusimos el pijama y nos recostamos en su cama de dos plazas que aunque fuera peor que la mía, era más cómoda y cálida. Creo que las camas ajenas siempre son mucho más cómodas que la propia. Además, era muy diferente cuando él estaba cerca. 

—Estás callado. ¿Pasa algo?—Preguntó besando mi cuello, dándole la espalda, con sus brazos acariciando mi torso. 

—No, sólo... Estoy sorprendido de él. Hace tiempo no nos comportábamos tan cercanamente. No sé que ha cambiado.—Me encogí de hombros, me di la vuelta para mirarlo al sentirme pequeño, receloso, indeciso y dudoso al mismo tiempo. 

—A veces la gente se redime, precioso.—Besó mi frente y luego cerró los ojos.—Mejor descansemos. Mañana será otro día. 

Dios, tenía tanta razón. 

Pero me dolía al mismo tiempo; tanto, que intentaba ver todo con otros ojos, quizá con otra mirada. Para que al menos, pudiera tomarlo de la mejor manera como era que mi hermano podía ser una persona tan diferente que había cambiado tanto últimamente.

Dolía, pero al mismo tiempo me sanaba. 


«Remember»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora