Tres: Te extraño.

66 19 2
                                    

Una silla mecedora, un libro por la tarde, y un poco de música para ambientar, era de mis cosas favoritas en mi casa. 

Estaba tan cansado, tan agotado, tan exasperado con el trabajo, que debía tomarme un merecido descanso en un sábado luminoso, con sol y mi silla, con el libro sobre mi estómago. 

Mi vida desde hace dos meses, se consta de trabajar y visitar a mi hermosa madre. Sólo respirar el mismo aire a papel y tinta de impresora, el aire a ancianos y papilla y el de polvo de mi casa por el escaso tiempo de limpieza que tengo. Estaba tan atemorizado de todo, de cambiar aquella rutina, que me olvidaba de mi. 

De lo que me gusta hacer, de mis escasos amigos, de mi vida, de todo. De buscar tiempo para mi. 

Extrañaba mi vida, como era visitar a mi familia, antes de que se deshiciera, visitar a mis amigos, tener una pareja con la cual compartir momentos. 

¿Qué tengo ahora?

Una madre con Alzheimer, un hermano desaparecido, un hueco vacío en mi cama, y cero amigos aparte de Joshua que en verdad sólo es un compañero. 

No me quedaba nada. 

Dejé de leer, y me dediqué a disfrutar el sol sobre mi, con la silla mecedora de mamá que antes usaba para amamantarme a mi y mi hermano. Porque sí, esta silla tenía mi edad. Había pasado por tanto, que seguía siendo la mejor silla del universo. 

Estaba cansado de que todos me olvidaran y yo no pudiera olvidar nada. Que mis memorias terminaran por apuñalarme, por hacerme sentir mal. Eso que pensé apreciar para siempre, terminó siendo lo que más me dañaba. Los recuerdos se volvían en mi contra al no tener con quién compartirlos. Tener esas fotos del momento, para mi, lagrimar mientras las veo, y la brisa pareciera querer limpiar aquellas lágrimas. Buscar unos abrazos que me cubrieran, pero solo chocar con una manta que tenía mi calor almacenado. Buscar unos ojos que ver, pero sólo ver las estrellas. Buscar una persona por la cual correr, y ver mi sillón, mi cama, mi casa vacía. Llorar por sentirme solo, por sentirme desamparado entre dos gatas que me ronronean por ser un dueño entristecido. Llorar por sentirme desprotegido, por sentirme solo contra el mundo. Un mundo solo. Un mundo hostil, depravado, ciego, mudo, y sordo, el cual no escucha a nadie, no ve lo que hace, y tampoco habla de lo que destruye Un mundo tan mudo, que nadie sabe lo que pasa por detrás. Ver el pasado, ver la sonrisa de mi madre, su risa, verla alejarse, verla lejos, y verla... Se fue. Y aunque todo pasa, cuento los segundos de verla volver, feliz esperando, sólo por mi, por mi cuenta. Bajo el cielo que no tiene ni un fin, estando solo. Con años pasando como cuentos, como cuentos que años atrás contábamos, mas que ahora cuento solo viendo el techo de mi habitación, esta vez tristes, desolados, disueltos en lagunas de pensamientos y pocos momentos. Preguntándome cada noche si lo hago bien, si hago bien haciéndome daño con verla lejos de mi. Sólo una pregunta: ¿Será lo que mi mamá querría? ¿que yo sufra?

Me levanté de esa silla que se meneaba. 

Vi aquel libro, el cual dejé en aquel asiento. 

Suspiré para ahogar aquella tristeza que se almacenaba. 

Tomé las llaves de mi auto, y fui a aquel sitio. Entré en la residencia apenas llegué, con el apuro suficiente como para no respirar hasta ver su rostro. Necesitaba verla. 

—¿Dónde está?—Pregunté en recepción.

—¿A quién busca?

—M-Mi madre. Jeon Dae—Desvié la mirada de la recepción, y vi a Mingyu con su uniforme, casi entrando en la sala de descanso que entré hace semanas. Corrí hacia él, pese los gritos de la secretaria de recepción que me pedía detenerme. Tomé su brazo y sonreí con los ojos un poco llorosos.—Mingyu, necesito verla.

—¿Para qué? ¿Qué pasa?—Confundido, sólo asintió, y entendió cuando me vio tan desesperado.—Sólo la extrañas...

Asentí y me llevó hacia ella. Estaba durmiendo, y abrió los ojos apenas vio que un adulto de cabello negro, el cual no conocía se apoyaba en su cama. Su cara confundida me rompió el alma. 

—¿Qué haces en mi cama? ¿¡Qué haces en mi habitación!?—Gritó luego de que yo tocara su mano con delicadeza.—Mingyu, ¡Mingyu! ¡Llévate a este malparido de aquí!—Exclamó a la persona que supuestamente era mi madre. 

Me dejé llevar por los brazos de Mingyu, que casi a patadas me llevaba de vuelta a la sala de descanso. 

Me miró, me entregó un vaso con café, y no pude tomarlo. Mi cuerpo temblaba de pies a cabeza. No podía de dejar de pensar en esa palabra. "Malparido". Era mi misma madre la que me había gritado aquella cosa de la cual nunca había escuchado decir. Esa madre, esa imagen impecable de una señora adulta la cual no decía nada malo de los demás, porque sabía que eso no ayudaba en nada, se convirtió en una hostil imagen. No era mi madre, claro que no,  y debía entenderlo. 

—Wonwoo, ¿Sabes lo que pasa cuando...

Estaba llorando, no pudo seguir la oración por verme llorar como una magdalena. No podía dejar de llorar pese que me estaba avergonzando totalmente, en algo que simplemente era bastante obvio. Ella no era mi madre, la que hablaba ahí era su enfermedad, no era ella. ¿Verdad? Mi madre era la de los cuentos, la que hacía cada día, cada final de día un día mágico y espectacular. Ella no era la mujer que me tomaba en brazos a los seis años por llevarle una margarita. No era la madre que se enorgullecía de mi por saber de dinosaurios, o de cuadros que me llamaban la atención. No era la madre que me presumía por leerme enciclopedias por gusto, tampoco era la madre que sonreía por leerle antes de dormir o luego de la escuela. No era ella. Claro que no. 

¿Entonces quién era?

¿Mi madre era la de mis recuerdos? ¿Ella era la verdadera? ¿Por la cual estoy luchando ahora?

—No puedo más con esto.—Susurré con ambas manos en la cara. No podía, no podía seguir viéndolo. Mi voz grave se quebraba, y aunque era grave, seguía siendo igual de lamentable, igual de vergonzosa. Sentirme tan vulnerable. Pero, siempre me han dicho: "Llora si lo necesitas, llora si te sientes ahogado. Aquel dicho de que los hombres no lloran es una farsa, todos somos seres humanos que podemos llorar, sentir y lamentarnos. No te sientas mal por hacerlo, por ser humano."

Claramente mis padres me lo decían, siempre. De pequeño cuando me caía, cuando sacaba una calificación por la cual me había esforzado, o mi primera desilusión de amor a los diecisiete. Y Dios, tenía toda la puta razón. 

—Wonwoo, por favor.—Se sentó a mi lado, masajeó mi hombro y me miró, buscando mis ojos.—Puedes llorar lo que quieras. ¿Necesitas pañuelos?

—Gracias.—Los recibí luego de escucharlo tan suave, con un tono que acariciaba mis tímpanos, haciéndome más pequeño de lo que ya era. Me sentí por una vez un poco protegido por alguien más. 

Vivir bajo una coraza hecha por uno mismo, era peor que autodestruirse.

Porque cuando te sacas esa coraza y te ves desnudo, te ves expuesto, sabes lo débil que eres. Y eso al mismo tiempo te vuelve fuerte. 

¿Había que sentir dolor para luego afrontar el verdadero dolor?

—Puedes quedarte el tiempo que necesites. 

Mingyu era un buen chico, y me ayudaba. ¿Por qué?

—La extraño tanto.—Susurré, un poco más calmado.

—Normal, no es la que conocías. 

—Exacto. No sé si puedo seguir con esto solo.—Lo miré a los ojos. Los míos picaban, en un ardor provocado por las lágrimas. 

—Claro que puedes. Y si no puedes, busca a alguien. Siempre lo hay.

Se fue y se despidió con un cabeceo. Fue suficiente para sonreírle y despedirme.

Poco tiempo después me fui. No pude despedirme de mi madre, sino, rompería en llanto otra vez. 

Que complicado era esto, maldita sea. 

«Remember»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora