Capítulo 4

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Si lo pienso más sé que me voy a arrepentir. Me coloco las gafas de sol y me pongo la capucha mientras acelero mi paso. Me sudan las manos pero mi vista sigue en ese bolso. Lo necesito. Necesito dinero. Tiro de la correa y al sentir que se desprende de su hombro salgo corriendo. Siento que el corazón se me va a salir del pecho, pero no paro. Ignoro los gritos de la víctima y las miradas de la gente que no sabe como actuar. Ignoro todo. Ignoro la lluvia calándome los huesos. Ignoro el ruido del tráfico. Ignoro mi conciencia que me dice que tire el bolso ahora que puedo y pueda ser recuperado. Solo presto atención a mi instinto de supervivencia, el que me dice que hoy no tengo cama donde dormir, que soy una delincuente interna con historal psíquico mental grave y estoy en busca y captura literalmente. Solo miro por mí.

Giro por la siguiente esquina a la derecha y me meto el bolso en la sudadera. Creo que contínuo corriendo 10 minutos más, no lo sé. No paro hasta que me he alejado lo suficiente y me detengo en un portal de una casa abandonada. Me pongo de cuclillas y me relajo, hasta ahora no era consciente se lo cansada que estaba. Respiro tranquilamente. Abro el bolso y rebusco entre las cosas. Un pintalabios, maquillaje, compresas, un ticket de la compra... Y por fin un monedero. Me cercioro de que no hay nadie más en la calle y lo abro. Dentro encuentro 120€ y unas tarjetas de crédito, una foto de familia y algún que otro chicle. Me quedo el monedero con el dinero en metálico y meto lo demás en el bolso de vuelta.

Más tarde, puede que mañana, deje el bolso cerca de la comisaria para que al menos la mujer recupere las tarjetas.

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Una sacudida me despierta, miro el viejo reloj de pared, las 9.30. Me incorporo y un latigazo me recorre el cuello, está claro que en este motel tienen calidad precio muy acorde. Me calzo y antes de salir me miro en el espejo, unos pantalones de chandal rosa, zapatillas de enfermera y una sudadera gris. A lo mejor debería haberme fijado mejor en lo que cogía en ese trastero. Al salir a la calle me dirijo a una tienda con los 100€ restantes. Consigo unos vaqueros, una deportivas de segunda mano decentes y una mochila, la sudadera me es pasable y guardo lo demás.

Para ser tan pronto hay bastante gente en la calle, y por primera vez soy consciente de lo inconsciente que he sido. Irónico. No sé ni a que día de la semana estamos. Me acerco a un quiosco y en un periódico alcanzo ver Sábado 15.

Pan. Huele a pan. Proviene del otro lado de la plaza. Qué hambre. Todavía me quedan 50, así que podré desayunar bien por primera vez en años. Algo distinto a agua con cereales. Llego a la panadería prácticamente corriendo, me pido un café para llevar y una bolsa llena de comida, bocadillos y bizcochos varios. Pago a la amable dependienta y me retiro a un banco para empezar con el suculento banquete.

Una sensación de ansiedad me entra, siento que alguien me está mirando. Trago el trozo de magdalena que me queda en la boca y miro hacia arriba. Un chico me mira divertido con sus ojos castaños.

Open EyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora