Capitulo cinco.

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La noche donde el deseo y la lujuria reinaba se hizo presente en aquella habitación. Bajo los débiles rayos de la luz de la luna, el aliento de aquel hombre que tanto me enloquecía, su figura tan esbelta y provocativa entre la luz y la oscuridad, sus palabras que eran susurradas en mis oído y hacían que mi piel se erizara por completo... Tenerlo encima de mi, ver sus ojos tan rojos como la sangre, tener ese pequeño y gran privilegio. Pequeñas caricias que me hacía dejar escapar suspiros, dulces roces entre mi cuerpo, ese entrelazamiento de sus manos con las mías.

Imagínense tener una de las manos de Sebastian jugando con cada rincón de la ropa, tu ropa, mientras te susurra cosas al oído, luego comienza a besarte el cuello, repitiendo la frase de que sólo te quería a ti, que te devoraría en cuestión de segundos, y de repente que sus frías manos hicieran un camino delgado entre tu vientre, subiera por tu torso, hicieran pequeños círculos juguetones en tu pecho y luego se quedaran en tu cabeza, jugueteando también con los mechones rebeldes de tu cabello. 

Entre la noche más oscura noche y el canto tan apasionado de los insectos —aunque ciertamente me molestaban un poco— las cosas se dieron sin que me pudiera dar cuenta. Todo fue tan nubloso, tan lento, tan rápido, tan apasionado, tan oscuro, tan intenso. El dolor y el sudor eran compañía de ambos, las caricias también, la forma en que los labios se envolvían también y los latidos del corazón que nos caracterizaban. ¿Cómo él esperaba que algo así pudiera ser digno de ser visto, de ser probado o poderse introducir ahí? Quizás todo tenía una solución pero Sebastian era alguien no digno para eso. Odiaba aquella sonrisa burlona, odiaba aquellos ojos que me miraban con deseo y esa pizca de lujuria... pero no podía odiarlo a él. Ya me pertenecía y eso sería hasta que el contrato pudiera cerrarse.

Pero no quería que este contrato terminara.



El brillo de la luz del día terminó por despertarme de mi profundo sueño. Fruncí ligeramente mi ceño para voltear y ver a ese mayordomo separando mis cortinas de color azul para dejar pasar los rayos del sol. Suspire, ya que no me quedaba de otra que levantarme de la cama. Estruje mis ojos un poco para que mi vista funcionara y enfocara su alrededor y luego me senté en la cama. Deje caer mis pies fuera de esta, me apoye en ambas manos, y mire aquella espalda del pelinegro que se encontraba ordenando todo para un nuevo día.

— Buenos días, Bocchan — se dio la vuelta para mirarme a los ojos. Una sonrisa salió después.

— ¿Te he dicho lo molesto que eres cuando abres esas cortinas? — cerré los ojos por un momento.

— Es la única manera de poder despertarlo — afirmó.

   Escuche unas pisadas de su parte acercándose a mi, pero lo que no me esperé fue que me besara. ¿Un beso de buenos días?

— ¿Un beso? — escondí mis labios en una mordida.— Pensé que me traerías el desayuno.

— ¿Acaso no puedo hacer un cambio? Cambiar las cosas suele hacer mejores efectos.

   Fue imposible no burlarme de eso y sólo asentir. Sabía que hoy sería una mañana ocupada. Tenía muchas actividades por hacer y reuniones con gente que de verdad me interesaban una mierda, pero según Sebastian, necesitaba tener una buena imagen.

   Minutos más tardes el carrito de comida que solía utilizar él se puso frente a mi, al lado de mis pies. Tome el periódico y comencé a leer mientras el aroma del té recién hecho inundaba totalmente la habitación. El olor húmedo y quemado de la plancha que Sebastian utilizaba para dejar mi ropa impecable y el aroma que se metía inmediatamente en mis fosas nasales del desayuno que tanto anhelaba mi estómago devorar. 
 Mis ojos se fijaron con cuidado en cada letra de la noticia de aquel papel que sostenía con ambas manos. Sebastian me miró con sutileza ante mi expresión.

Los Juegos Phantomhive.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora