Origenes

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EDITADO

Nagare siempre creyó que las personas eran divididas como "malas" o como "buenas" simplemente porque si, porque una hada madrina hacía un hechizo o simplemente era un poof y listo, eras malo o bueno

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Nagare siempre creyó que las personas eran divididas como "malas" o como "buenas" simplemente porque si, porque una hada madrina hacía un hechizo o simplemente era un poof y listo, eras malo o bueno.

Después se dió cuenta que la gente mala se corrompía. Que se contagiaba de otra gente rota, y que era un círculo interminable. Como un virus sin cura. Eso le pasó a su padre Taiyō, después a ella, que después de un tiempo terminó contagiando a cuatro personas que más quería: Su mamá. Sus hermanos: Masamune, el mayor; y Nao, su hermana menor. Al final a su mejor amigo de la infancia, Shōto Todoroki.

Se dio cuenta que era la persona que las corrompía, que las rompía poco a poco, un proceso doloroso y lento. Pero eran las personas que más la apoyaban en todo. Su padre, un científico dedicado, nunca les prestaba atención, no sabía que había detrás de él o su pasado. No sabía nada.

Conoció a Shōto gracias a su padre, quien se juntaba frecuentemente con el de el por alguna razón, también sabía que por alguna razón el padre de Shōto la miraba de vez en cuando clavándome su mirada. Un tiempo después descubrió que el padre de Shōto estaba interesado en lo que Nagare podría hacer de grande, planeaba crear matrimonio con su hijo si es que resultaba exitoso lo que su padre quería, aún eran pequeños como para entender aquello.

— Nagare— le hablo Shōto, de aproximadamente cinco años— ¿Quieres jugar conmigo?— le preguntó, sacando dos carros de juguete de uno de sus bolsillos; ambos habían salido al parque a jugar un rato.

— ¿Tú madre no nos regañara otra vez?— le pregunto Nagare, ya que habían pintado la pared de su cuarto y su madre los había sacado de la casa para limpiar. Se habían dibujado, y arriba de ellos escribieron "Mejores Amigos"

Cuando conoció a Shōto el le tuvo miedo a ella por un tiempo, hasta que Nagare le extendió su mano con toda la valentía que tenía y le dijo que no lo tuviera. Que no le haría daño, estaría a salvo con ella porque lo protegería. En realidad, los dos se protegerían mutuamente.

— Solo me dijo que ya no jugara a pintar la pared— explicó extendiéndome un carro de juguete.

Sonrió tomando en manos el carro, pero se sintió extraña, como si los estuvieran... vigilando. Volteó su cabeza de golpe hacia donde sentía que les miraban. Detrás de un árbol, visualizó una sombra que se movió casi al mismo tiempo que ella, buscando esconderse. Shōto estaba distraído así que no le tomaba mucha atención. Se levantó, y camino hasta el lugar, sentía la tensión subir por sus hombros. No tenía ni idea del porqué alguien los vigilaría de tal manera, así que tomaba el valor necesario para enfrentarse a lo que sea que estuviera atrás del tronco de aquel árbol.

Se atrevió a dar un brinco sorpresivo por el lateral de quien sería su acosador, para percatarse al final, que no había nadie. Era de extrañarse. Juraba que había una presencia allí. Al querer girase y volver a donde su amigo, se percató de algo lo cual no estaba antes. Ese alguien había tallado algo en el tronco del árbol.

Hibanna...— leyeron sus labios.

Ese nombre. Nunca en su vida lo olvidaría.

Incluso pensando que esa sería la última vez de aquel siniestro encuentro, solo fue una de las muchas veces que sucedió. No sabría contarlas con exactitud, solo podía decir que perduraron incluso máximo dos años. Nunca le dijo a nadie, sabia que no le creerían, no era tan tonta como para que una niña de cinco años les dijera que una sombra le perseguía a diario. Una de las posibilidades era que fuese algún tipo de broma, pero no había alguna excusa como para decir que eso que veía lo fuese, ¿quién y por qué le haría a ella, una niña pequeña, una broma? Simplemente no tenía sentido.

Después, simplemente, desaparecieron. Así que decidió dejar en el pasado aquel extraño suceso.

Un día en específico, su madre le contó que Shōto había sufrido un accidente. No sabía de qué gravedad, no le habían dado detalles. A Nagare no le resultaba muy extraño, a menudo la familia del bicolor se metía en peleas, a ellos no les quedaba más que ignorar el hecho de que en algún punto alguien saliera lastimado. Sin embargo, ella no esperaba que fuese Shōto.

Su madre tocó la puerta de la casa, que se abrió después de unos minutos.

— Buenos días Enji, venimos a ver a Shōto, oímos que se lastimó— su madre sonrío, a lo que Enji la miró primero a ella y después a la pequeña que llevaba. Los dos cruzaron miradas: Nagare le frunció el ceño sin dudar. Después del gesto este simplemente despegó su mirar hacia su padre esta vez, intentando aplacar el desagrado.

— Adelante, necesito hablar con ustedes— les indicó, refiriéndose a los padres de la azabache. Enji siempre le dio mala vibra. Fuese o no fuese el héroe número dos, ella lo aborrecía por hacerle la vida difícil a su amigo. Shōto raramente hablaba de el, pero cuando lo hacia, a Nagare solo le recorría un sentimiento extraño su espalda baja y subía hasta convertirse en vértigo. Con el tiempo, reconoció que era la rabia que le tenía.

Se separó de sus padres, alejándose de la sala común que tenían en la casa y caminando hacia donde se encontraba la habitación del bicolor. Deslizó la puerta, adentrándose a lo que sería un giro drástico en su vida.

La sonrisa que llevaba con ella, desapareció al momento que dio un paso dentro de la habitación. Si le preguntaran como describir en momento, definitivamente te diría que fue algo aterrador. Algo que nunca había vivido. A lo que ni siquiera se percató de que las lágrimas ya rodaban por sus mejillas sin querer detenerse.

— Shoto...— un hilo de voz fue lo único que pudo salir en el momento. Sabia que sufría de días tristes a menudo, y ella estaba ahí para hacerle el día mejor; para distraerlo de el sabor amargo que su padre le dejaba al salir de casa. Pero ese momento... ese momento fue diferente a los demás. Con solo mirarlo al ojo que no tenía vendado, sabía que había sido algo grave.

Se sintió mal haber pensado en nunca haber querido conocerlo. Se sintió mal haberse quedado sin palabras cuando lo que él necesitaba era consuelo de su parte. Se sintió peor cuando escuchó un estruendo del otro lado de la casa dirigiéndose hacia ella. Quería abrir la boca y decir algo, pero su voz se había atorado en la garganta, simplemente no quería salir, no le hacía caso.

— Nagare, nos vamos— su madre la tomó bruscamente de la muñeca, arrastrándola a duras penas fuera de la habitación. Ella seguía imperturbable en su lugar.

— Espera...— pronunció entrecortadamente y la respiración agitada; ella ni siquiera la había escuchado—. Mamá, te dije...— sin percatarse aún de la llamada de atención de su propia hija, Seiza jaló nuevamente de la pequeña— ¡Te dije que esperaras!

De golpe todo se volvió color negro: las luces se habían apagado. Sentía un poder en su cuerpo, algo aunque jamás había sentido en la vida. Todos sus músculos estaban tensos y sentía como algo punzante e indoloro entraba y salía de ella, una y otra vez.

Los pasos de Eiji y su padre se acercaron más a la escena, iluminando en lugar con la particularidad de Endeavor.

— ¿Fuiste tu?— cuestionó su padre. Ella se estremeció, no era consciente del porqué le gritaba—Respóndeme! ¿¡Fuiste tú?!— gritó espantándola, haciendo que asintiera una y otra vez.

— Su Kōsei...— dijo Enji— ya despertó.

HIBANNA » BNHADonde viven las historias. Descúbrelo ahora