♚CAPÍTULO 1 - VICTORINO♛

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Los Bosques Rocosos, Reino de Capella, 11.59 pm. Días antes del regreso de Marie.

Cuando Victorino sintió la espada perforando su estómago su grito se apagó al instante.

Un temblor le recorrió el cuerpo desde la punta de los pies hasta la cabeza y el dolor que comenzó a sentir le nublaba la vista. Solo escuchaba la voz del rey Dálibor que le decía algunas cosas que no entendía. Parecía que estaba delirando producto de una enfermedad mental que no lo dejaba pensar con claridad, puesto que su risa parecía una cacofonía del inframundo, de aquellas que su padre le había contando a él y a Marie cuando eran más pequeños. Marie, pensó. Se le encogió el corazón al recordar a su hermana y una vez más se lamentó por no haberla obedecido. Cerró los ojos con fuerza y se desvaneció. Su cuerpo hizo un sonido hueco al caer, por la abundante arena fina que había en la parte exterior de Los Bosques Rocosos. Sentía que sus extremidades ya no respondían a sus órdenes y que éstas habían dejado de funcionar, y que pronto, su corazón también dejaría de latir. Un hormigueo intenso le molestaba en el estómago. Abrió los ojos y lo primero que vio fue la hoja de acero de la espada del rey dentro de su carne. Estaba manchada de sangre y arena hasta la empuñadura donde estaba labrada la insignia del reino de Capella. Una gota de su sangre recorrió cada forma del símbolo hasta que lo completó. Su mirada se posó en su cuerpo y vio que su toga también estaba manchada de escarlata.

Lloró y se quejó por el dolor que sentía. Quería agarrar la espada y arrancársela del estómago para ver si con eso dejaba de sentirse tan mal, pero recordó que en las ejecuciones públicas que hacían en su reino, los condenados muchas veces se quitaban las espadas o dagas del cuerpo y morían desangrados en pocos minutos. Él no quería correr la misma suerte, pues tenía la leve esperanza de que alguien hubiera notado su ausencia y lo estuviera buscando. Una brisa helada le raspó la cara y le alborotó los cabellos que se le pegaron a las perlas de sudor que tenía en la frente y eso le provocó un escalofrío. La oscuridad estaba por todos lados y se sintió muy solo a pesar de tener al lado al rey y las dos Viejas del Oráculo. En una de ellas una sonrisa torcida y lóbrega se dibujó, mostrando sus dientes afilados; mientras que la que tenía ojos, lo miraba sin un atisbo de luz ni remordimiento. Ambas se arrastraban por la arena como reptiles hasta llegar a pocos metros de donde estaba. Sintió miedo, pero cuando la sombra del rey Dálibor se alzó sobre él, ese sentimiento de intensificó. Se movió para estar lejos, sin embargo, un retorcijón lo inmovilizó al instante. Gritó.

―Durante años he hecho esto, pero nunca había sentido algo parecido al miedo por ningún niño, como lo sentí por ti desde el primer día que pisaste mis tierras ―habló el rey. Esta vez quien tomó la palabra fue la cara que todos conocían, a pesar que la otra estaba impaciente por ser él quien participara en la conversación. Sus botas estaban justo a la altura de los hombros del niño y los ojos de ambos se conectaron. Comenzó a caminar a su alrededor, disfrutando su victoria, regocijándose porque tal vez, al fin encontró al verdadero niño de la leyenda que le ha carcomido la cabeza desde que nació―. Supe al instante que tu misión era quitarme mi trono, robarme lo que he construido con esfuerzo. No me parecía justo que aparecieras de la nada y te llevaras algo que nunca te costó ni una sola gota de sangre.

Victorino se dobló por un inesperado dolor que le apretó toda la columna vertebral. Entre sus sollozos, habló.

―Yo no le he robado nada ―susurró. A penas y pudo decir la última palabra.

El rey se detuvo y las Viejas del Oráculo se hicieron para atrás para dejarlo pasar. Continuó caminando. Sus botas se enterraban en la arena y el rechinar de su armadura se mezclaba con el sonido de las olas rompiendo en las rocas más cercanas. Levantó la mirada y observó la oscuridad en la que estaba sumergida la noche y la fuerza del viento embraveció las aguas aún más. Ambas caras respiraron con una tranquilidad tenebrosa.

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