Las Aguas Encantadas, 09:09 am. Tiempo actual.
Llevamos un día navegando y hasta el momento el mar ha estado tranquilo. El viento ha soplado a nuestro favor y el barco no ha perdido la dirección hacia el reino de Capella, a pesar que la noche estuvo fría y larga. El príncipe Talorg sigue parado vigilando el timón de rueda y no quita la vista del horizonte, mientras yo le cuido las espaldas y vigilo de lejos a nuestros acompañantes. Si bien es cierto que han decidido venir por su propia cuenta, aún desconocemos mucho de la reina Deméter y sus súbditos.
El sol me quema la piel y eso me genera una sensación de molestia porque tiene una intensidad que nunca había sentido hasta ahora, así que busco un poco de sombra, pero sin alejarme mucho del príncipe. Cuando me muevo hacia la cubierta, él me mira y sonríe. Los rayos del sol le dan en la cara y por un momento veo la misma sonrisa de su madre. Le devuelvo el gesto. El graznido de un grupo de gaviotas rompe con el momento y miramos al unísono hacia el cielo. Son cuatro aves de pechos blancos y de picos largos que vuelan por encima de nuestras cabezas, luego dan la vuelta al barco y se posan en los mástiles para descansar. Nos miran y se rascan la parte interna de sus alas y sus patas. Se quedan ahí por unos minutos más y luego alzan vuelo y regresan por donde vinieron.
―Ya estamos cerca ―comenta el príncipe Talorg. Se cubre la cara con su mano derecha y vuelve a mirar el horizonte. No veo nada más que agua a nuestro alrededor, mientras las gaviotas se van haciendo más pequeñas en el cielo y se esconden entre unas nubes grisáceas que hay más adelante.
―¿Se acerca una tormenta? ―le pregunto.
―Al parecer sí ―contesta, pero en su tono de voz no hay preocupación―. Creo que es la misma tormenta que nos tocó pasar. Trataré de llevar el barco por otra dirección.
El sonido de unas botas sobre la madera me pone en alerta. La reina Deméter con las mujeres cuervos se acercan. Han dormido en el otro lado del barco y nosotros cerca al timón. Nadie utilizó la cubierta. Se ve demacrada, sin color en las mejillas y sus labios un poco resecos. Al parecer ha tenido una mala noche o no está acostumbrada a dormir en los barcos.
―No será posible ―interviene. Camina muy lento, mirando con el rabillo del ojo el océano, luego pasa por mi lado. Me sonríe y yo formo una sonrisa a media luna y le hago una reverencia de mala gana. Ella se da cuenta que lo he hecho por obligación y sus ojos no se despegan de los míos, luego mira al príncipe Talorg. Ambos se saludan como nobles―. Estas aguas tienen corrientes fuertes que nos podrían perder en cuestión de segundos. Esa tormenta es parte de la naturaleza, es como una puerta hacia las tierras que están al otro lado, donde vamos nosotros. La tormenta corta las corrientes más fuertes y, aunque no parezca, le da la dirección correcta a los barcos.
El príncipe Talorg y yo intercambiamos miradas. No sé qué decirle, puesto que ella es quien conoce ésta parte del océano. Si nos estaría mintiendo ella también se perdería y no creo que esté buscando eso.
―¿Y por qué cuando pasamos la primera vez casi perdimos la dirección? ―refuta.
Ella sonríe.
―Era yo quien intentaba que no pasen a mis tierras. No sabía para qué querían ir a Las Aguas Encantadas. Es la forma que tengo de protegerme de los extranjeros y exploradores.
―Casi nos mataste.
―No lo creo ―responde. Se vuelve para mirarme―. Sentí su presencia, muy débil, pero quería cerciorarme de que era un hechicera, es por eso que hice que despertara su poder. Y lo logró. Si hubiesen muerto con ese pequeño hechizo que hice, no merecían llegar a mi reino.
Salgo de las sombras y avanzo hasta donde está. Una brisa nos pega en la cara y los cabellos de la reina se mueven en un desorden que expresan demasiada belleza. La veo con atención, a pesar de que su tono de piel es demasiado blanco y hasta amarillo, sus facciones son hermosas. Sus grandes ojos adornados en un espeso dosel de pestañas, parecen las antorchas de los barcos cuando navegan en las oscuras aguas, pero hay algo en ellos que no me proporcionan luz. Su corona refleja los rayos del sol en pequeños halos circulares que, cuando se mueve, se extienden hasta tocar las aguas, Me detengo a pocos metros de ellos.
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El último reino
Fantasy[Tercer libro de la trilogía La bruja rebelde] Aquellos que amas siempre pagan las consecuencias de tus errores. ••• La guerra por el poder se acerca y solo uno de los dos reinos quedará en pie, pero la reina Deméter no es un peón más en este enfren...