―Sabía que lo lograrían ―dice el rey. En su voz hay una grata satisfacción―. Del éxito de su misión depende nuestra victoria sobre Achernar.
Sus ojos me alcanzan y puedo ver solo oscuridad en ellos, a tal punto que la parte blanca casi desaparece. Hay algo extraño en su mirada, desafiante y confiada a la vez, como si ahora yo estuviera bajo sus órdenes, como si mi vida dependiera de él. Le sigo el juego por un momento, hasta que el Heraldo se da cuenta de lo que pasa y empieza a toser a propósito. El rey me quita la mirada y el Heraldo le sonríe en señal de perdón.
Detrás de los tronos, en un largo pasadizo crepuscular, puedo ver una pequeña sombra moviéndose, emergiendo de la oscuridad y otra vez escondiéndose. Mi energía despierta de un tirón, pero se calma cuando reconozco a ese personaje. Es una de las viejas del Oráculo. Sus cabellos dorados le tapan gran parte de su cara y avanza muy lento y casi arrastrando una de sus piernas, y se coloca detrás de los tronos. No veo a la otra. Uno de los guardias advierte su presencia y la apunta con su espada indicándole donde debe permanecer. Ella avanza en silencio hasta que se coloca a un lado, lejos de la familia real y de nosotros.
―Así es, su majestad ―contesta Talorg―. Tal y como lo pidió, trajimos a la reina Deméter con nosotros.
El rey la mira. Su sonrisa sigue en su cara, pero esta vez está congelada. No es real.
―Bienvenida, reina Deméter ―dice. Apoya las manos en el respaldar e inclina su cuerpo hacia adelante―. He oído mucho de usted.
Ella lo mira y él hace un gesto con el dedo para que se levante. Se pone de pie. La reina avanza unos pasos para estar más cerca, pero el Heraldo se interpone entre ella y la familia real. La reina lo ignora y sus ojos siguen posados en el rey Dálibor. Nunca me han gustado los Heraldos. Creen que porque tienen el don de la comunicación puede decidir todo lo que a ellos les plazca, incluso sin que los reyes le den las órdenes. Además, hacen uso de la inmunidad que, según los sabios, los dioses les han dado, por tal motivo, nadie puede tocarlos ni hacerles daño. Incluso en una guerra, los Heraldos son capaces de caminar entre la batalla sin que nadie pueda lastimarlos. Es un decreto que todos los reinos deben respetar, porque de ellos depende la historia, que luego será contada a los sabios y éstos la mantendrán durante siglos en la tierra.
―El rey Dálibor no ha dado la orden para que se acerque, reina Deméter ―murmura. Aunque está desafiando a una noble, el respeto que hay hacia ella es considerable. Sabe cuál es su lugar―. Regrese a su sitio.
La armadura del rey comienza a rechinar y eso saca de su ensimismamiento al Heraldo, quien vuelve la mirada y se da con la sorpresa de que su majestad se levanta. Tira de su capa que cae sobre el piso. Baja los escalones hasta llegar al mismo nivel de la reina.
―Déjala ―ordena. El Heraldo duda un segundo, pero hace caso. Se separa muy lento y regresa a su lugar.
La reina Deméter toma la palabra.
―Yo también he oído mucho de usted, rey Dálibor ―susurra. Tiene una sonrisa en la cara―. Las leyendas sobre usted se tejen una sobre otra, y todas llenas de miedo ―hace una pausa. Ambos están frente a frente. El rey le lleva una cabeza, pero eso no es motivo para que ella se sienta intimidada, al contrario, la hace ver más desafiante―. Debo reconocer, que es el mejor de todos los reyes. Ha sabido gobernar y mantener contento a su pueblo.
―Gracias por los halagos ―murmura―, pero la mayor prueba es la que se viene ahora, y ese es el motivo por el cual envié a verle. Necesito que forme parte de mi ejército para vencer a la reina de Achernar.
Ella esboza una sonrisa. Apoya todo su peso en su pierna derecha y coloca una mano en su cintura. Con su movimiento, su corona suelta destellos dorados y haces de colores por los diamantes.
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El último reino
Fantasía[Tercer libro de la trilogía La bruja rebelde] Aquellos que amas siempre pagan las consecuencias de tus errores. ••• La guerra por el poder se acerca y solo uno de los dos reinos quedará en pie, pero la reina Deméter no es un peón más en este enfren...