♚CAPÍTULO 6 - ANNIE♛

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Los rayos del sol llegaron hasta la cama de la reina Annie y la acariciaron la pierna que tenía fuera de las sábanas. Su piel blanca y suave, resplandecía como el agua cristalina de los lagos que corrían por el bosque de Achernar. Abrió los ojos y se levantó. Las sábanas se deslizaron por las curvas de su cintura apretada y cayeron al suelo. Su esbelto cuerpo quedó al descubierto y se miró por unos segundos. Ya era una mujer y su desarrollo se dio de una forma rápida desde el día que mató a su madre. Al recordarla, pensó que iba a sentir tristeza, pero solo hubo un vacío que le dio tranquilidad. Sus pechos eran voluptuosos y sus piernas firmes y contorneadas. No cabía duda, heredó la belleza de su madre y la frialdad de su padre. Una mezcla peligrosa para gobernar, para cerrar tratos con los demás reyes. Con su belleza, podría conseguir muchas cosas y con su frialdad, llevar a cabo sus oscuros planes; sin embargo, eso no lo necesitaba. Bastaba con la magia que poseía para arrodillar a todos ante ella.

Hizo un hechizo y agarró una sábana y la envolvió en su cuerpo, de tal forma que la curva de su espalda quedaba al descubierto. Se asomó por la ventana y vio una nación destruida y solitaria. Solo deambulaban sus guardias; algunos vigilando el reino y otros buscando refugiados hasta el último rincón. La última vez que le trajeron niños fue hace dos días, en los que tres hembras y un macho gritaban en la jaula. Los convirtió a todos en dragones para su ejército. Ya tenía nueve de estas bestias listas para destruir el reino de Capella. Con tan solo la mitad sería suficiente para desaparecer ese reino desde el cielo, pero quería ser ella misma quien mate a la hechicera. Han sido muchas humillaciones las que le ha hecho y necesitaba demostrar que su magia estaba por encima de la que ella. Además, su hermano aún seguía vivo y eso era una piedra en el zapato que no la dejaría tranquila nunca, así que se encargaría personalmente de eso. Estaba segura que no había muerto en el ataque que Cano había hecho. Lo sabía, porque de alguna manera podía sentir su energía vibrando a lo lejos. Se acarició el brazo y sintió la cicatriz que le hizo el guardia cuando defendió a la hechicera. Maldito bastardo. Te mataré, pensó.

Se dio la vuelta y caminó hasta donde estaban sus vestidos. Miró en silencio por un largo rato, hasta que se decidió por uno plateado con tonos negros cuya cola le arrastraba. Dejó sus hombros al descubierto y se preparó el maquillaje. Se peinó sola, no quería ver a ninguna de sus sirvientas a su alrededor, y se colocó su corona. Se miró al espejo y sonrió. Tantos años esperó este momento, esperó ser la única gobernante de Achernar, que cuando vio su reflejo, no pudo ocultar su satisfacción. Todo lo que había hecho para lograrlo, no tenía importancia. Ahora lo que realmente era primordial, era adueñarse de todos los reinos y conquistar nuevas tierras. Lo único que la movía, era el poder.

Se colocó sus alhajas y una gargantilla hecha de oro y diamantes rojos que le cubrió todo el cuello. Resplandecía como el mismo sol.

Tocaron la puerta.

―Su majestad ―la voz del guerrero Arthur se escuchó al otro lado―. Tengo noticias.

Quitó la mirada del espejo y miró en dirección a la entrada.

―Adelante ―ordenó.

Cuando Arthur entró, se quitó la máscara y se arrodilló al verla. Bajó la mirada al instante y se quedó en silencio. Ella se levantó de la silla y caminó hasta estar cerca de él. Tenía un mal aspecto y sus botas estaban mojadas porque había dejado huellas en la piedra del piso.

―¡Levántate! ¿Qué noticias me tienes? ―le preguntó.

Obedeció y la miró. La reina contempló los ojos de su sirviente. Si bien era cierto que era un plebeyo, tenía una mirada profunda y muy hermosa adornada por una capa espesa de pestañas rizadas y enmarcadas con cejas de un negro intenso. Una que mayormente solo tenían los nobles. Sin embargo, aún seguían rojos por el hechizo del Parásito que, después de la lucha con la hechicera, tuvo que potenciar, porque el guerrero logró liberarse. Era claro que mientras ella estaba herida, sus hechizos podían debilitarse y vacilar, pero no para romperlos. Esa era otra cosa que le llamó la atención de él, lo fuerte que era.

―Han llegado barcos extranjeros al reino de Capella ―hizo una pausa para tomar aire.

La reina frunció el ceño y su mirada se perdió en el vacío. Están buscando aliados, pensó.

―¿Qué? ¿De qué reino son?

―No lo sé, su majestad. Tenía una bandera que nunca he visto.

La reina apretó los dientes y su espesa energía se prendió al instante. Salió apresurada de su habitación y Arthur detrás de ella. Los pasillos largos tenían una luz matutina que iluminaban todos los espacios.

―Su majestad, ¿qué haremos? ―le preguntó el guerrero.

Ella se detuvo y sin voltear, le contestó.

―Ha llegado la hora de visitar Capella.

―Ha llegado la hora de visitar Capella

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