Quien sabe..

156 7 0
                                    

Lo lamente porque habría sido otra coincidencia, pero la verdad es que no me atrevía modificar de ese
modo la historia. «Martín, no lo lamentes, es mucho mejor que no se lleven bien, así se ocupan menos ti. Si no viven agraviándose, se quedan con
una inquina espantosa y después se desquitan con uno».
Tomamos café, que estaba recalentado, casi diría que repugnante, pero ni ella ni yo teníamos ganas de volver a nuestros respectivos lugares.
Itatí compartía el suyo con una señora; yo, con un futbolista. Menos mal que la noche estaba espléndida. Aquí ya no había niebla y la Vía Láctea era emocionante. Estuvimos un rato mirando la noche, la luna resplandeciente y las estrellas,
pero hacía frío y decidimos sentarnos adentro, en un sofá enorme que se encontraba en uno de los vagones. Ella se puso un saquito porque estaba temblando, y yo, para transmitirle un poco de calor, apoyé mi largo brazo sobre sus hombros encogidos y empecé a jugar con su cabello. El ruido del Viento, el olor a café proveniente del restaurante en el vagón del tren que nos envolvía y los pasillos totalmente desiertos,
creaban un ambiente que me pareció cinematográfico. Era como si
actuáramos dentro de una película. Nosotros, la pareja central.
Estuvimos callados como media hora, mirándonos a los ojos, sonriendo, pero los cuerpos se contaban
historias, hacían proyectos, no querían separarse. Cuando apoyó la cabeza en mi hombro, yo balbuceé: «Itatí». Movió apenas el cabello rubio, esta vez sin mirarme, a modo de saludo. Un largo rato después, cuando yo creía que
estaba dormida, dijo despacito: «Pero quién sabe».

Hasta que llegaste túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora