Ambos llegamos esa mañana, fue la quinta vista, tuvimos un efusivo encuentro, nos abrazamos mientras sonreíamos, ella llevaba un vestido blanco, haciéndole así hincapié a su reciente éxito "la viuda de blanco", luego de los saludos nos fuimos a la cafetería que estaba en el aeropuerto, ahí ella me aclaró lo de la nota, resulta que fue un productor con el que se le vio, Carlos sabía de esa reunión y sabía que había sido en el restaurant del hotel la cita, sin embargo, le sacó ventaja y se encargó de alguien que le ayudara a formar tal cuartada, le urgía el divorcio y buscó la manera más vil para conseguirlo, quedando él cómo el bueno, no obstante no le duró mucho, pues Itatí presento pruebas fehacientes de infidelidad por parte de Carlos y testigos a su favor que probaron que por su parte no hubo adulterio, la sentencia falló a su favor y a Carlos no le quedó más remedio que firmar lo que ella había dispuesto para la anulación de su matrimonio. Ahora Itatí era legalmente libre y había recuperado parte de su brillo. Charlamos más tiempo y al medio día acordamos cambiar el medio de transporte, nos aventuramos a viajar en ferrocarril, fue muy difícil conseguir pasajes, pero lo logramos. En el lugar citado yo llegué media hora antes de lo convenido, en cambio, ella legó veinte minutos tarde, desde lejos venía pidiendo perdón y lo siguió diciendo hasta que quedó muy cerca de mi oído, cuando nos abrazamos. Habíamos quedado en ir por separado a comprar cosas para ir a Monterrey, nuestro tren estaba por salir así que esta vez no hubo tiempo para ternuras, de modo que fuimos casi corriendo hasta el andén dónde estaba nuestro vagón y subimos dos minutos antes de que el tren comenzará a moverse. Un señor bastante amable nos acompañó hasta nuestras cabinas, tal vez le habrá extrañado que no tomáramos una doble, en fin, dejamos nuestras maletas y salimos a sentarnos en el sofá que estaba en el vagón. Itatí tenía acostada su cabeza sobre mi hombro, mientras contemplábamos la noche y las estrellas, «Martín, será que por fin estaremos juntos?», tomé su mano y la mire a los ojos, «no sé, pero si no estoy a tu lado no puedo estar tranquilo» exclamé, mientras apartaba un mechón de su cabello y lo pasaba tras su oreja, «quiero empezar con un comunicado oficial» dijo, «he llegado a la conclusión de que te quiero». «¿Y entonces porque desaparecías y te ibas a los Estados Unidos, te casabas y todas esas cosas horribles?». «Yo también podría preguntarte por qué te quedabas, malgastabas tu talento en una disquera que no te ayudaba, llegaba de improviso tu hermana, te casabas, te divorciabas y todas esas cosas horribles». Sí, era cierto. En algún momento deberé darme la cabeza contra el muro. Luego de esa plática, fuimos a cenar al vagón restaurante, pero no había ni crema aurora ni churrasco, así que tuvo que ser pasta con ensalada. «¿No te parece que desperdiciamos la vida?». mencionó «También hubo cosas buenas. Pero si te referís a la vida nuestra, a la vida entre tú y yo, estoy de acuerdo, la desaprovechamos». Avancé la mano, como en el vapor de la carrera, por entre las copas y el tenedor, ella la aceptó: «Aquí no somos hermanitos». Tuve la impresión de que recordábamos todas nuestras frases (después de todo, no eran tantas) pronunciadas desde 1990 hasta ahora. Glosé otro versículo: «Tampoco somos inseparables». ¿Te parece que no? Fíjate que siempre volvemos a encontrarnos.» Venía el camarero, traía y llevaba platos, vino, agua mineral, postres, café y no sentíamos vergüenza de que nos sorprendiéramos mirándonos, y no como rutina, sino así, encandilados. Pagamos. Volvimos al vagón, estuvimos un rato en el pasillo vigilando luces que llegaban, nos cruzaban y se iban, Le rodeé los hombros y ella recostó la cabeza. Como por ensalmo, los cuerpos empezaron a contarse historias, a hacer proyectos. No querían separarse. «Mañana en el hotel podríamos tener una habitación doble «, dije. «Podríamos». De pronto me apretó el brazo, no dijo nada y se metió en su cabina. Me quedé un rato más en el pasillo, luego entré a la mía.
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Hasta que llegaste tú
Fiksi PenggemarPedro e Itatí, se conocen de jóvenes y sienten una conexión al instante, pero el destino se empeña a que sus vidas no coincidan en el mismo camino, ¿Será que algún día logren estar juntos?