Capítulo VIII: Aceptación

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Un hombre con un cabello extraño, se encontraba sentado en la mesa del café en el cual trabaja y, a su vez, es el dueño. Se encontraba bastante sereno, relajado y tranquilo, a pesar de que el día anterior había tenido unas clientas bastante inusuales.

Su tranquilidad fue interrumpida debido a que una chica joven de cabello morado, entró de forma brusca a la tienda.

—¡Maestro, necesito su ayuda! —mencionó bastante desesperada. Normalmente, el maestro de la cafetería, se hubiera asustado de gran manera, debido a la tan impetuosa₁ entrada.

8:15 a. m. Vignette se encontraba bastante desesperada y algo agobiada₂, y no era para menos, al día siguiente sería su cita con Gabriel y no sabía qué hacer. Por una parte, quería ser lo más romántica posible, pero, sabiendo cómo es Gabriel, podría frustrarla con facilidad; además de que no son pareja romántica. Por otro lado, quería salir como habitualmente (relativamente) lo hacen, pero creía que, de esa forma, arruinaría la sensación que ella quería conseguir.

Entre pensamientos e ideas, se le ocurrió acudir a la persona que le ayudó antes, el maestro de la cafetería. Ella no estaba segura de cómo actuaría él al saber que ella era lesbiana, aunque, ciertamente, no eran para nada cercanos, ella le había tomado un gran cariño a el, por lo que creía que simplemente no le tomaría importancia a ello.

Así que, decidida, al finalizar las clases, se levantó de su asiento, inhaló profundamente, y pensó en las palabras adecuadas antes de llegar. Antes que nada, se calmó, no quería cometer errores. Lastimosamente, no todo sale según lo planeado.

-¡Hey! Vigne -le habló Gabriel a la ya mencionada-. Si vamos a salir mañana, ¿verdad? -esas simples palabras pusieron nerviosa a la demonio.

-¿E-eh? C-claro -la pobre pelimorada ya no podía aguantar los nervios; realmente, ni ella sabía de dónde había sacado el valor para invitarla a una cita-. ¿P-por qué p-preguntas?

-Oh, bueno, por mera curiosidad -le respondió con su tono atípico de siempre, solo que ésta vez, volteó hacia otro lado, como si estuviera nerviosa.

-B-bueno, y-yo ya m-me tengo q-que i-ir -Dijo una Vignette nerviosa y con la cara completamente roja, mientras salió disparada hacia la entrada del instituto, para posteriormente, seguir corriendo como si su vida dependiese de ello.

Corrió, corrió velozmente hacia su destino, la cafetería. Una vez cerca de la puerta, no se le dio por frenar, así que entró de forma impetuosa y desesperada.

—¡Maestro, necesito su ayuda! —dijo despesperada.

El maestro, entonces, se levantó con una sonrisa serena y sentáronse₃ en las sillas.

—¿Gustas una taza de café? —le preguntó a Vignette.

—Me gustaría, pero no traigo dinero —le respondió bastante apenada. Realmente necesitaba esa taza.

—Descuida, yo invito, pareces muy preocupada —esa invitacion la puso feliz, así que, sin más, aceptó la petición.

El maestro fue hacia la barra donde prepara el café. Un café americano le calmaría los nervios. Una vez preparado, le llevó la taza a la pelimorada, la cual, aceptó gustosa y, ni rápida ni perezosa, tomó aquél café y le dio un sorbo. Realmente ella necesitaba ese café.

—Dime... ¿qué te molesta exactamente? —le habló el hombre. Esa pregunta era la que estaba esperando y la que, curiosamente, tenía miedo de que preguntara, pero, ¿qué puede hacer el por ella si él no sabe lo que tiene? Con esa pregunta en mente, Vignette decidió contarle la verdad.

—Verá... Mañana tengo una cita y quisiera pedirle consejos para que todo sea un éxito —respondió con un tono bajo la pelimorada—. Y, como es mi primera cita, estoy muy nerviosa.

—Hum, así que quieres consejos, ¿no? —preguntó el hombre algo sorprendido, a lo que Vignette solamente atinó a asentir con nerviosismo—. Bueno, no se mucho sobre los chicos de hoy en día, pero estoy seguro de que... —la oracion no logró ser culminada debido a que la demonio lo interrumpió.

—De hecho... es una chica... —interrumpió nerviosa y con un toque de miedo; temía la respuesta del mayor.

El dueño de la cafetería se quedo «viendo» a Vignette con los ojos cerrados y con una sonrisa tranquilizadora. Parecía bastante sereno. «¿Una chica? ¡Y qué quieres que haga yo, no puedo darte consejos sobre cómo conquistar a una mujer, precisamente por eso estoy soltero!» pensaba el hombre para sus adentros...

Después de un silencio de a penas unos cuantos segundos el maestro decidió romperlo.

—¿Qué pasa? ¿Estás nerviosa aún? —preguntó sereno. Vignette se sorprendió ante tanta calma. «¿No está enojado?» no, claro que no lo estaba (por dentro, en parte estaba frustrado), al contrario, estaba como si nada pasara.

—E-eh, no, solo... me preguntaba si me podrías ayudar—. Aún estaba algo sorprendida de tal aceptación.

—¡Claro! Siempre podrás contar conmigo —respondió de forma animada y calmada a la vez, dando así la confianza que necesitaba Vignette.

Unas horas más tarde, Vignette salía de aquél establecimiento con una gran sonrisa, estaba lista para la cita que tendría al día siguiente. La plática fue todo lo que ella esperaba, y estaba segura de que los consejos del maestro, no fallarían.

En la habitación de Gabriel, reinaba el silencio y la oscuridad. Jugar hasta las 5:00 a. m. y despertar a las 6:00 a. m. Definitivamente no era la mejor decisión que había tomado la ángel, aunque, a estas alturas, realmente no importaba, prácticamente era su rutina diaria.

Gabriel yacía en su cama, acostada, mirando hacia el techo de su apartamento. Estaba pensando en lo que pasaría si decidiera formar equipo con los mejores jugadores que encontrara en el videojuego que Vignette le había comprado, cuando, de pronto, la imagen de Vignette se le vino a la mente de la pequeña rubia.

«¿En verdad me dejará?» Pensaba con cierto dolor. Gabriel, a pesar de que nunca demostrara tenerle cariño a sus amigas, le tenía un gran cariño a la demonio; no se imaginaba un mundo sin ella.

Vignette últimamente se había juntado mucho (en realidad nada) con un compañero de su salón que cuyo nombre desconocía completamente, ni siquiera sabía el nombre de la delegada de clase, menos sabría el nombre de un don nadie. Eso ponía celosa a Gabriel, la pregunta era: ¿por qué? Ni ella lo sabía en su totalidad, solamente intuía que esa era la persona de la cual Vigne estaba enamorada. Solamente le quedaba aceptarlo.

Gabriel seguía acostada, ya no pensando sobre el posible (en realidad nulo) abandono que la pelimorada les haría a sus amigas, sino, en, precisamente, Vignette. Por alguna razón, aquella demonio se había implantado en la cabeza de Gabriel; no le frustraba realmente, solamente se la hacía raro.

Entre pensamiento y pensamiento, el sueño le llegó a Gabriel y, mientras se acostaba de lado, cerró sus ojos y se quedó pensando un momento más, mientras unas pequeñas lágrimas amenazaban por venir. ¿Eran de miedo? ¿Tristeza? ¿Frustracion? No lo sabía, únicamente quedaba resignarse a que esas lágrimas llegaran.

Gabriel, ya de lado y con los ojos cerrados, comenzó a lagrimear poco a poco.

Rota por dentro, siguió pensando en la oscuridad de su habitación...




















































































«Creo que me gustas, Vigne...»

Un Ángel Y Un DemonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora