Epílogo.

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DESDE QUE ABBY SE MARCHÓ y dejó a Bill solo en la habitación, supo que los ruegos a cerca de evitar sus miedos, no se cumplirían. El temor que ella tenía hacia él era indescriptible, pero ante todo, la incertidumbre era el sentimiento que reinaba en su interior.

El amor que tenía la chica hacia Bill era grande, puro y por eso necesitaba pensar. Porque se ponía a recopilar en todas las cosas buenas y las cosas malas que podrían albergar en esa relación y el miedo de volver a apostar todo por una relación era mayor.

¿Pero qué es lo que más se hallaba en la cabeza de Abby?

Que muy en el fondo, admiraba a Bill por ser el asesino de Derry.

Sí, aunque ella no lo admitiera.

Así que dejó que el tiempo pasase, que sus pensamientos se colocasen en orden y que intentase no volverse loca en el intento. Estar en Derry fue una opción clara, escapar no se le había pasado por su cabeza. No podía dejar todo esto, a sus amigos, a él.

Pero eso él no lo sabía. En la cabeza de Bill se hallaban miles de pensamientos masocas con tal de culparle a él como el malo. Pensamientos que lo señalaban como el monstruo al que su amada no quería volver a ver y que él debía de asumir en todo momento.

Le dio la oportunidad de escapar, de marcharse de su lado y de elegir. Después de seis meses sin saber nada el uno del otro, Bill lo tuvo bastante claro:

Abby no quería saber nada de él.

La cosa más dolorosa que tuvo que hacer en la vida, fue salir a la calle, seguir con sus matanzas y con su vida como si nada le doliese. Pero no, no es cierto. Bill tiene un puñal clavado en el pecho después de que Abby se hubiese marchado aquella mañana de su casa y nunca jamás volvió a contactar con él. Y él tampoco a ella.

¿Qué pensaría de él? Es una duda que constantemente pasaba por su cabeza.

Ella jamás dio la cara, jamás le expresó lo que opinaba, se marchó sin más y no dio señales de vida.

Él, por otra parte, aparte de no buscarla, tampoco la amenazó. Se mantuvo en su lugar, hizo su vida sin ella por mucho dolor que eso le causase y quebrantó una de sus normas fundamentales:

No matar a Luke por los daños emocionales que le pudiera ocasionar a Abby.

Sí, la amaba. La amaba profundamente y sería capaz de hacer cualquier cosa para demostrárselo, para demostrar que no es un monstruo, para que ella lo escuchara.

Pero cada día que pasaba sin ella en su vida, se daba cuenta que había perdido la última oportunidad de explicarse, de expresarse y de dormir con ella. No le bastó una noche entera para verla dormir, cuando deseaba poder hacerlo hasta el fin de sus días.

Abby no pudo evitar averiguar si Luke seguía vivo, o no. Si alguna de las dos opciones fuera correcta, no le sorprendería. Pero no quería a Luke muerto, a pesar de que haya hecho tanto daño en su vida.

Al cabo de los meses, Bill fue levantando cabeza y no le costó mucho volver a ser como era antes: inexpresivo, frío y calculador.

No podía negar que a veces se paseaba por la calle de Abby y observaba hacia el interior de su casa. Deseando estar dentro con ella, que la vida fuera de otra manera y que las cosas se las hubiera tomado de otra forma.

Pero el daño ya estaba hecho, los secretos desvelados y los sentimientos a flor de piel.

Bill no podía entrar en la cabeza de Abby ni ella podía entrar en la cabeza de Bill, por mucho que lo deseara.

Abby llevó una lucha interna con ella misma durante meses, queriendo ir corriendo a por él y por otra parte, deteniéndose y sabiendo que realmente debía quedarse al margen.

𝐌𝐎𝐍𝐒𝐓𝐄𝐑- bill skarsgårdDonde viven las historias. Descúbrelo ahora