Capítulo XI

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   Êkaro se siente aturdido, el fuego a su alrededor lucha por imponerse a los chorros de la espuma ignífuga y en sus oídos taladran disparos, gritos, crujir de metal y cristales. Luces rojas a un compás de infarto lo marean, siente el sabor de la sangre en su boca y unas ingentes ganas de vomitar. El golpe lo dejó aturdido, no tiene fuerzas para levantar su arma o siquiera mover un dedo. La nave se desmorona y con ella su consciencia cae hacia un abismo de insondable oscuridad.

   Ahora oía que los guardias del complejo en el que fue internado tras su rescate cuchicheaban sobre la condición del prisionero en su lenguaje nativo. Êkaro, siendo uno de ellos los oye a conciencia frente a la puerta de su sala, hablaban de una infiltración, debatían sobre si estaba parasitado o no, sobre si era posible encubrir la Kharapa en su sistema, sobre si debían matarlo o mejor dicho, cuándo sería mejor hacerlo.

   Mazziken lo había dejado hacía ya varias horas y aquellos chismes hacían que el artificiero echara de menos una compañía extranjera, menos banal, menos prejuiciosa como él era según se había dado cuenta hace poco.

   Pensaba en el famoso Loje que a todos tenía en vilo y en por qué él había arriesgado su vida para salvarlo ¿Lo había salvado? La escena era confusa y venía a su cabeza en flashes, primero, una horda de Oboismos y luego una mano salvadora y aunque a veces el orden se cambiaba desfigurando todo, Êkaro elegía creer que la suerte había estado del lado de ese Oboismo y del suyo por añadidura.

   Fue entonces que apareció Ciro, acompañado por Roglan y su círculo de altos mandos. De inmediato y a pesar del dolor remanente en sus heridas, el artificiero se levantó de la cama y efectuó su saludo protocolar.

- Descansa, muchacho, tu comandante me ha dicho que tus heridas eran de cuidado y no queremos que por abrirlas dejes a nuestra raza como unos vagos.

   La expresión amarga en la voz de Roglan lo avejentan de forma horrible. Êkaro bajó la mirada y esperó que Ciro dijera lo que obviamente venía a comunicar.

- El Oboismo está limpio, no tiene el parásito y su discurso es verídico respecto de su origen e intereses. De todos modos lo dejaremos bajo inspección Jusave dado que ellos así lo desean y consideran más seguro. Te digo esto porque tú aun habiendo desobedecido una orden directa y habiendo puesto en riesgo vidas de tus congéneres y camaradas fuiste salvado por él y entiendo que te podría llegar a afectar de algún modo su destino.

   Êkaro permaneció en silencio y se acomodó en la cama para seguir guardando reposo. Esta vez quien habló fue Roglan.

- En cuanto a ti no sabemos qué hacer, has sido estúpido e irresponsable pero no depende de mi sancionarte por ello, por eso en cuanto termines tu recuperación aquí podrás marcharte con bien.

-Si me permite quedarme creo que lo prefiero. Tengo asuntos que resolver con ese Oboismo.

   Ciro, adelantándose, intentó en vano objetar tales palabras de su subordinado ya que una mano poderosa pero gentil se posó en su hombro acompañada de la voz de Roglan.

- Explícate, ¿Cuáles asuntos?

- Me salvó la vida, general, debo retribuirlo y si usted me lo permite seré quién lo vigile en su estancia aquí.

- Êkaro, tienes un compromiso conmigo, con todo Poimu, con todos los que perdieron a alguien por el parásito.

- Él seguramente perdió a alguien por el parásito. ¿No tengo un compromiso con él tan válido como con los demás?

   Roglan negó con la cabeza. Ciro pareció aliviado por ello y lo oyó hablar con anhelo.

- Pero aunque sea tan válido, él es sólo uno entre incalculables vidas que podrían perderse si renuncias a tu causa. Êkaro, tu obligación es ir con Poimu pero tus deseos son nobles y válidos y por eso debo proponer una solución bipartita. ¿Ciro, crees poder dejar al Oboismo a cargo de Êkaro y poner a prueba sus intenciones en un entorno en el que él tenga algo que perder en caso de que tus evidentes dudas sean ciertas? Así no perderías a un hombre y en cambio ganarías un par de manos extras para tu cruzada.

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