Precipitado

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Cuando Zeke despertó, en el momento que abrió los ojos, sintió una fuerte taquicardia. También estaba sudando, y sentía un pequeño cosquilleo en la barriga. Una nueva sensación... la odiaba, pero a la vez, sonreía al sentirla. Todo el día estuvo así: nervioso por alguna razón, con las palmas sudorosas, y con esas cosquillas indescriptibles en la panza.

–Señor Jeagër, ¿se encuentra bien? –el profesor le llamó cuando él seguía recogiendo sus cosas para salir del aula de clases.

–¿Eh? Ah... me encuentro de maravilla, ¿y usted? –mostró una sonrisa cálida y encantadora, de esas tan típicas de Zeke.

–Me encuentro bien, –contestó su contraria en medio de una risilla–, es sólo que lo he visto un poco disperso el día de hoy.

–No lo negaré, estoy algo distraído –se sinceró–. Sin embargo, desconozco la causa de mi comportamiento.

–Bien... más le vale controlarse pronto; los exámenes extraordinarios están cerca, y usted tendrá la oportunidad de revalidar la materia. ¿Ha ido a la biblioteca como se lo mencioné?

El cosquilleo en la barriga regresó. Zeke sonrió, y desvió la mirada a la ventana, fingiendo toser para ocultar su sonrojo. Ah, la biblioteca: esa era la razón de la peculiar sensación que había sentido desde la mañana. No... no era la biblioteca... era ella: aquella muchacha de cabello castaño enmarañado, y ojos caídos preciosos, con ese espíritu tan pacífico y tranquilo que le daban ganas de abrazarla por siempre.

Zeke esbozó una nueva sonrisa. –Gracias por recordármelo, profesor. Se lo agradezco mucho.

El de pelos rubios le dio la mano al profesor, y salió del salón a un paso considerablemente más rápido que normal. Después de unos minutos, divisó a lo lejos la biblioteca. Juntó una bocanada de aire, acicaló su barba, e ingresó al lugar.

—Buenas tardes, joven –Damaris, la bibliotecaria, le saludó con una sonrisa algo misteriosa. Zeke la miró con ojos inseguros, y la mujer rió–. La señorita que busca está aquí, donde siempre –ella susurró, guiñándole un ojo al chico.

Este sonrió, y carraspeó: –¿Cómo podré recompensarle, mi querida Damaris? –contestó susurrando también.

Ambos rieron, y Zeke decidió dirigirse hacia donde había conocido a la muchacha; y ahí la volvió a encontrar, pero esta vez, con la mirada clavada en un libro. Se veía hermosa... ¿era precipitado pensar eso? Era sólo que, su mirada estaba iluminada mientras leía, y sus labios se figuraban en una pequeña sonrisa, dejando ver un poco sus dientes.

Zeke sonrió, y se acercó a la mesa, sentándose justo frente a ella.

–Buenas tardes –él dijo, y en cuanto ella reconoció su voz, se tensó.

Pieck tragó saliva, y levantó la mirada de su libro lentamente –tomando una pequeña nota mental de la última palabra que había leído para poder retomar su lectura, sabía sus prioridades. Sonrió, pero de inmediato cambió su expresión a una más seria, pero amable.

–¿Qué tal? –la sonrisa se le escapó.

–Me da gusto volver a verte, Pieck.

La chica sonrió, pensando en una respuesta. Recordó lo que Porco le había dicho un par de noches antes: ¿realmente Zeke era una mala persona como para no hablar con él? Porque no lucía así: se veía como un chico tranquilo y agradable, con una preciosa sonrisa y ojos encantadores –no lo negaría, Zeke era guapo, merecía estar entre los primeros tres. De cualquier forma, Pieck tenía un deseo de hablar con él; quería poder entablar una buena conversación, y tal vez llegar a tener una amistad.

Sólo Entre Nosotros (pieckxzeke)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora