Una Ilusión a Ciegas

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Zeke llegó a casa unos ojos brillantes y una gran sonrisa pintada de oreja a oreja.

—Pieck... —susurró tras un suspiro, y soltó una risilla—, eres brillante.

Su sonrisa, sus ojos, aquella aura tan tranquila pero atrevida... Pieck le gustaba, y no iba a negarlo. Tal vez eso era precipitado, ¡pero su corazón aún era joven! Aún recordaba aquella vez que su padre, cuando iba a casarse por segunda vez, le había dicho: "Un corazón jovial siempre amará; cuando este deje de sentir amor, significa que ha envejecido, y no sólo eso, también se habrá endurecido". Quería vivir, quería sentir, quería amar, y no dejaría que nada le quitara ese deseo.

Aquel día, después de salir de la biblioteca de la universidad, se dedicó a buscar a Eren por el edificio de la preparatoria, pero al parecer, Armin y Jean, sus mejores amigos, lo habían visto saltarse la última clase junto con Mikasa, así que supuso que estarían en el cuarto de Eren haciendo alguna porquería.

Entró a la casa, y escuchó como un golpeteo en la pared, y algunos gemidos bajitos. Se dirigió al cuarto de Eren; el ruido era más fuerte ahí; abrió la puerta, y encontró a Mikasa sentada en el regazo de Eren mientras que este tenía ambas de sus manos posadas en la cadera de la chica, y ambos se encontraban completamente desnudos. En cuanto Zeke abrió la puerta, Eren tomó a Mikasa por la cintura para voltearse y ponerla debajo de él y cubrirla con su cuerpo.

—¡Carajo, Zeke, toca la maldita puerta!

—Ah, ahí estás. Lo siento. ¿Qué tal, Mikasa? —la muchacha se sonrojó a más no poder, y de inmediato se cubrió con la cobija.

Eren se puso los pantalones, y empujó a Zeke para salir de la habitación; cerró la puerta.

—¿Qué mierda quieres, cabronazo?

—No me hables así, Eren. Estoy de buen humor, no me arruines el momento.

—Carajo, Zeke, no me gusta que nos interrumpas.

—Entonces al menos avísame. Mándame un mensaje, o pon una nota adhesiva en tu puerta. Ya sabes, algo así como "Estoy cogiendo, toca la puerta" —dijo mientras avanzaba hacia su propia habitación; Eren le seguía.

—Joder... —entraron a la habitación de Zeke, y el menor cerró la puerta—. ¿Viste... a Mikasa? —habló despacio, y con la cabeza gacha.

Zeke lo miró por el rabillo del ojo, y suspiró. Se acercó a él, y lo miró a los ojos: unos ojos tristes, pero apasionados. ¿Debería decirlo...?

Porque sí, había visto a Mikasa desnuda. Alguna vez que ella estaba en casa, Eren había salido a buscar algo de comer, y la chica se había quedado en el departamento para esperar a su novio. Zeke aprovechó para meterse a la ducha.

Sólo recordaba la esbelta y delgada figura de Mikasa, piel blanca y radiante, un abdomen bien marcado con una cintura definida, y los pechos firmes y "perfectos" —de acuerdo a aquellos tóxicos estereotipos de belleza.

—Mikasa... —susurró él, y se cerró los ojos de inmediato. Por fortuna tenía una toalla atada a la cintura.

—Sé que lo quieres, Zeke —la muchacha decía mientras se acercaba a él—. He visto cómo me miras... podemos hacer algo rápido mientras Eren no está.

La muchacha llegó hasta la orilla de su toalla. Zeke tomó la muñeca de la chica con fuerza, y le tendió otra toalla —con la cual se estaba secando el cabello—, y la dirigió fuera del baño de su habitación. Cerró la puerta en cuanto ella estaba afuera.

—¡Zeke! ¡Lo lamento tanto! Por favor, no se lo digas a...

—¿Que no se lo diga a mi hermano? Podrá ser un cabrón, pero lo quiero. Deberías rezar, Mikasa, para ver si tengo piedad de ti.

Sólo Entre Nosotros (pieckxzeke)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora