𝖓𝖔𝖛𝖊.

411 57 29
                                    

-Lo relacionado con el antimonopolio ya está todo hecho y el informe final estará para hoy. Podemos empezar con los pagos la semana que viene-dijo Freddie Mercury abriendo la carpeta que tenía en la mano-Lewis ha calculado lo que le corresponde exactamente a cada empleado y la cantidad media es de cincuenta y ocho mil dólares por persona y... por Dios, Roger, ¿qué demonios te pasa?

Roger dejó de mirar por la ventana y se giró hacia su socio.

-Nada, no me pasa nada.

-Bueno ya, a mí no me engañas. Es la tercera vez que entro en tu despacho hoy y no le has sacado brillo al trofeo ni una sola vez. A ti te pasa algo. ¿Es por tu prometido?

-No, no es por Brian-contestó Roger
-Sé lo que estoy haciendo-le aseguró.

-Ya-dijo Freddie yendo hacia la puerta-¿Sabes? Si le dijeras lo que sientes por el, tal vez funcionaría.

Cuando Freddie salió, Roger suspiró. Respetaba y quería a su amigo, pero en aquella ocasión Freddie se equivocaba por completo.

Roger volvió a mirar por la ventana.

Recordó la noche anterior, cuando había entrado en la tienda y había visto a John con aquella camiseta, oliendo tan bien... Inmediatamente, se había dado cuenta de que iba a tener problemas.

Como un tonto, había ignorado la alarma que había sonado en su cabeza, se había dicho que podía controlar la situación y, por supuesto, no había sido así.

Sabía que no debía besarlo, pero no había sido capaz de resistirse. Había querido besarlo desde que tenía veintidos años y, por fin, tenía la oportunidad. ¿Cómo no iba a aprovecharla?

Recordaba el día en el que se habían conocido como si fuera ayer.
En ese momento, Roger sintió una punzada en el corazón. Qué guapo era. Tenía unos ojos hermosos y la piel pálida. John era un adolescente. Recordaba que era dos años menos que él. El pelo le llegaban a los hombros característico de los años 70 y su uniforme le quedaba pintado.

Rog tenia veintidos y, con la revolución hormonal, se había excitado. Por suerte, había conseguido disimularlo. Aquel joven era muy pequeño para él.

Cuando se enteró de que tenía diecinueve años a punto de tener veinte, decidió que, definitivamente, era muy pequeño para él, así que decidió ignorarlo, pero la lasciva era insistente. Se pasaba a buscarlo a su casilla, se sentaba con él en la cafetería a la hora de comer, se le pegaba al volver a casa andando.

En uno de esos paseos le había hecho sonreír por primera vez desde que sus padres y su hermana habían muerto.

Había bajado tanto la guardia con John que un día se encontró hablándole de Clare. Era su hermana pequeña, le llevaba seis años y era un incordio. La solía soportar como podía, pero una mañana, tras una noche en vela estudiando para un examen de cálculo, se había hartado y le había dicho que lo dejara en paz.

Unas horas después, en mitad del examen, el director había entrado en su clase con lágrimas en los ojos y le había dicho que lo acompañara.

No había llorado entonces y no lloró cuando se lo contó a John aunque el sí lo hizo y por los dos. Sin embargo, al llegar a casa de su abuela aquella noche, se había acostado y notó el nudo que llevaba seis meses en su pecho se había hecho más grande.

De repente, las lágrimas brotaron de sus ojos a borbotones y, tras un buen rato llorando, se quedó dormido con más facilidad de lo normal.

Se despertó sintiéndose un poquito mejor y desesperadamente enamorado de John Deacon.
Intentó convencerse de que lo tenía que tratar como tal, como un amigo, pero en lo más hondo de su corazón sabía lo que le estaba pasando.

𝕷𝖎𝖆𝖗 (𝖉𝖊𝖆𝖑𝖔𝖗)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora