Δύο

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Frío, un frío agudo y que la hacía retorcerse en su duro y escueto lecho. Poca diferencia tenía su cama con el suelo mismo, y sin importar cuánto lo intentara, cuánto se frotara contra el colchón, no lograba calentar su cuerpo. La suave respiración de su compañera de celda llegaba burlona a sus oídos. Recordándole con saña que aquella mujer la había despojado de sus mantas de cama. Lena temblaba, esperando que pronto llegara la mañana y así pudiera recibir algo del calor del sol; si es que este no se ocultaba tras las nubes. ¿Cuántas noches aguantaría antes de morir congelada? Todo por culpa de Kara. De su anfitriona personal quien, para su sorpresa, no la tomó contra la cama ni la violó. Ella presenció en silencio como Kara, luego de aquel roce de sus bocas y con una burla cruel, tomaba las mantas de cama asignadas a Lena y las ordenaba pulcramente sobre la que era su propia cama. Mirando de reojo a Lena y ladeando una sonrisa vil. La americana no tuvo el coraje para reprochar tal bajeza y simplemente se resignó a la idea de que pasaría frío por las noches. Sin embargo, frío era decir poco. Seguramente se sentiría más calor estando a la intemperie. No sentía los dedos de sus pies, aun cuando usaba zapatos. Se cubría el rostro con sus manos en un intento por entibiar el aire que entraba por sus fosas nasales. Nada servía. Se removió una vez más, ocasionando que uno de los resortes de su cama rechinara. Escuchó a Kara decir algo ininteligible y rogó en sus pensamientos porque la mujer no se molestara y decidiera propinarle una golpiza o llevar a cabo la prometida consumación del acto carnal.

— ¿Tienes frío? —preguntó con voz adormilada.

—Sí —suspiró en respuesta.

—Hm.

No dijeron más. Lena escuchó como Kara al parecer volvía al mundo de Morfeo. Ignorando su padecimiento y ronroneando con pereza mientras se removía en su cama, haciendo sonar las mantas que la envolvían, manteniéndola apartada del frío glacial. Maldita bastarda. Cuando el cansancio finalmente logró vencer al frío, se dejó llevar por el sueño. Despertando de vez en vez por el gélido, pero milagrosamente volviendo a dormirse. Tenía que conseguir una manta para su cama, y buscar la forma para que Kara no se la quitara. ¿No había dicho que era su puta? ¿Quién trataría así a su puta? Eso era como, muy, muy vil. Mierda, Lena tenía demasiado que aprender.

— ¡Arriba, bastardas! Es hora del desayuno. ¡Vamos, vamos!

Las cuencas oculares de Lena se removieron por debajo de sus parpados. Siendo consciente que debía despertar, pero encontrándose demasiado fatigada como para abrir los ojos. Estaba agotada, física y mentalmente. Sin fuerzas para llevar a cabo los comandos que su cerebro le ordenaba. Escuchó una respiración jadeante, unos golpes secos y unos gruñidos que llamaron su atención. Con sumo esfuerzo, y alabándose a sí misma por ello, logró abrir sus ojos. Paseándolos por la extensión que se conformaba de esas cuatro paredes. Cuando logró enfocar su vista, apoyándose en los codos y soltando un último espasmo debido al frío que había traspasado su piel, alojándose en el interior de su cuerpo; vio a Kara. La garganta de Lena estaba seca e irritada. No quería pronunciar palabra alguna, temerosa de lo que resultaría de ello. Sus ojos recorrieron por completo a la mujer y un nudo se alojó en su vientre; tirante y doloroso. Cada uno de los músculos de su cuerpo se apreciaba excepcionalmente trabajado y tonificado. Abdomen bien definido, brazos y piernas torneadas. Envuelta en una capa de sudor perlado que hacía lucir el bronceado de su piel y resaltar la amalgama de tatuajes que la mujer llevaba. Lena parpadeó, sin dejar de analizar a esa Diosa griega con morfología humana que tenía frente a ella. ¿Ese era la mujer que la había hecho su prisionera? ¿Esa era su dueña? Wow. Kara tenía las manos enguantadas y su torso únicamente con un top. Sus pies vendados y daba pequeños saltos, encorvándose para levantar sus piernas alternadamente y golpear el saco de boxeo frente a ella. Los jadeos que dejaba escapar estremecían a Lena. Un solo golpe de esa mujer y podría decirle adiós a su vida. Sintió lástima por ese saco de boxeo. Rogó no convertirse nunca en ese saco de boxeo. Los golpes que Kara asestaba eran rápidos y certeros. Lucía como una maldita profesional, inclinándose de un lado a otro, golpeando con sus codos, rodillas y puños. Ladeando su cabeza como si esquivara golpes imaginarios. Lena ahogó un chillido cuando Kara en un rugido bestial usó su talón para, con una patada alta, golpear el saco de boxeo; ejerció demasiada fuerza, rompiendo la gruesa tela de cuero. Sin embargo, Kara se percató de su lastimero intento por pasar desapercibida. Detuvo su embiste al pobre instrumento de práctica y se volteó en dirección a Lena. Secándose el sudor de la frente. La observó con soberbia. Su mandíbula tensa y una carga de rabia palpable en su rostro. Lena se encogió en su lugar. ¿Había hecho algo mal?

PRISIONERA [SUPERCORP ADAPTACIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora