Abajo corre la gota solitaria, con su regusto salado, en una superficie de piel húmeda por el terror de contemplar la eternidad. Abajo va, siempre, sin destino concreto, abajo, abajo, abajo. Corre sin descanso mientras siente su carretera cutánea palpitar, debajo de toda su masa líquida, con el miedo de aquel que se enfrenta a la muerte. Termina su larga carrera en una división en su camino de piel, y sigue hasta que choca contra un muro de tela. Abajo,abajo, abajo.
Los ojos del pobre muchacho captaron los de su agresora, de ojos color miel, mas carecían de la inherente dulzura de este néctar antófilo. Los ojos del chico contemplaban más el cielo nocturno que a quien lo sostenía fuertemente del cuello, quien lo mantenía con los pies colgando sobre aquel gran abismo. No sabía qué tan larga era la caída, pero sabía que, cuando tocase el suelo, no habría poder capaz de hacerle levantar después. Miró hacia abajo, y vio el vacío de las calles al alba, abajo, abajo, abajo. Su agresora lo miró a los ojos una vez más, y el chico le devolvió la mirada. Trató de rogar perdón, pero se hundió tanto en esa mirada de odio, que sus fauces se cerraron como movidas por magnetos de potencia incalculable. Siguió cayendo por el abismo del miedo mordiente, hacia la desesperación de quien sabe que va a morir a manos de quien le dio la vida. Abajo, abajo, abajo.
Dejó de sentir la pinza de carne y hueso que tenía en el cuello, y alcanzó a esbozar una sonrisa de alivio, antes de borrarla al notar que se encontraba cayendo hacia el suelo. Abajo, abajo,abajo. Veía la acera de la calle enfrente del alto edificio, en cuya azotea se encontraba su agresora, acercándose rápidamente a su cara. Casi parecía estar volando hacia un techo gris y áspero, siendo como un superhéroe capaz de tocar el cielo con solo desearlo. Pero no. Él era un saco de carne, tendones, hueso y entrañas, siendo tirado por la imbatible fuerza de la gravedad que gobierna el mundo terrenal. Y ahí lo vi, caer más allá de lo que alguna vez vi caer a un párvulo, hacia su defunción inevitable. ¡Oh, ironía de la vida, ser empujado a la inexistencia por quien te concibió en primer lugar! Pero la muerte era la más ansiosa por ello,y extendió su intangible mano desde la superficie del suelo, esperando a que el pobre muchacho llegara a su, ahora incambiable, pero no por ello menos aciago, destino. Abajo, abajo, abajo.
No gritó al caer ni al tocar el suelo. Se oyó un golpe seco, un crujido, y el camino hacia la muerte tuvo su final esperado. La meta fue el flotar hacia la eternidad, hacia los aposentos del Eterno. Vi al muchacho flotar hacia mi dirección, y lo recibí en mis brazos como a un nuevo miembro del coro celestial, un nuevo cantante etéreo causa mortis. Sin embargo, la tejedora de aquel arrebatamiento del primer privilegio divino, la consumadora del crimen al alma más grave, eligió el camino de la más pura desesperación. Abajo, abajo, abajo.
Su mente comenzó a vagar por las cavernas más oscuras. Milagro (no por causa mía) fue que la ley terrenal nunca encontrara a quien tomó la vida de un ser tan puro y radiante con la curiosidad propia del párvulo y el cándido; pero su castigo fue otro. Miraba atrás de su espalda, aunque estuviera recargada contra la pared; cerraba las ventanas con llave, aunque viviera en un octavo piso; guardaba los cuchillos bajo candado, aunque hubieran perdido su filo hacía mucho. Más temprano que tarde, perdió la confianza en quienes le habían probado su lealtad y su amistad; ya no miraba a sus allegados a los ojos, ni les dedicaba una palabra de saludo de recuerdo efímero durante el día, y su mirada se ensombreció como si los párpados se le hubieran transformado en nubes bañadas por la noche. Y su cordura se perdió también, mientras llegaba a la parte más oscura de aquel pozo, al que se había condenado a caer, en un simple estallido de silencio en su mente. Abajo, abajo, abajo.
Sin que se diera cuenta, uno de los cuchillos de su propiedad adquirió un filo brillante y más delgado de lo posible. La mujer, pensando que era un amante perdido, le invitó a que le diera un tierno beso en el cuello, con su borde plateado y esbelto. El beso fue húmedo, rojo y liberador; tanto así, que los ojos de aquella mujer se cerraron ante la vida, y se abrieron ante la eternidad. Pero no me correspondía a mí reclamarla para que acompañara a su querubín,pues su destino era el de mi hijo exiliado. Abajo, abajo, abajo.
Los vientos de la pasión insaciable, la lluvia helada y los ladridos del perro tricéfalo, las interminables discusiones entre el avaro y el pródigo, la masacre de las aguas estigias, las flamas eternas de los sepulcros descubiertos, la sangre ardiente del Flegetonte, los árboles martirizados por las arpías, la inacabable lluvia de fuego, los diez horribles castigos del octavo círculo, y las cuatro rondas del helado Cocito. Todos esos castigos se le hicieron muy poco ante la gran figura del Hijo Exiliado, de aquel que masca interminablemente a los traidores. "Yo no soy traidora, sino mera irresponsable, impudente ante los preceptos del bien y débil ante las pasiones de la carne; ¿por qué estoy tan abajo, tan abajo, tan abajo, en estos campos de castigo?", exclamó la mujer, ahora alma en pena. Y el Gran Traidor, con su carga aun siendo masticada, le respondió con su atronadora voz, que aún conservaba su dote angelical.
"Traicionaste la confianza de un ser que te creía su mentora, su guía. Ahora ven, y recibe tu castigo, tal como le hiciste inmerecidamente a tu vástago." Y el Diablo la engulló, teniendo mi permiso de tragar una única vez, y la mujer descendió a un lugar que nadie ha podido describir, y nadie jamás podrá. ¿Dónde está, preguntas? Fácil. Está abajo, muy abajo, muy abajo. Abajo, abajo, abajo.
Lejos de mí, yo el intocable, que estoy arriba, arriba, arriba. Y tú, siempre abajo.

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Estrellas caídas.
Ficción GeneralAquí van a ir mis cuentos o, al menos, la mayor parte de ellos. No hay un orden ni algún tipo de correlación entre ellos (por ahora), así que siéntete libre de leer el que quieras y cuando quieras.