Vivía en un mundo de mares, océanos con forma de deidades, hechos a la imagen y semejanza de un creador desbordante de egoísmo. Ella tenía su propia forma oceánica, diferente a la de muchos otros mares, que se llamaban a sí mismos los Patriarcas Marítimos. Esos océanos nacieron con diferentes componentes en sus tormentosas aguas, que provocaban una extraña deformación en los cristales de luz que lanzaban al recibir los rayos solares, y enviaban un brillo deslumbrante y cegador contra sus congéneres oceánicos.
Los Patriarcas abarrotaban las calles de su ciudad, hecha de asfalto, concreto y tierra natural,lo cual podría sonar como una extraña superficie para las monumentales posaderas de nuestros habitantes acuosos (la existencia de una metáfora es a consideración de quien lo lea),pero ninguno tenía problemas para avanzar por aquellos caminos de mano anónima. Simplemente dejaban que sus preciosos cuerpos oceánicos se uniesen al suelo iluminado por el sol, poniéndose en medio de su haz solar para así producir sus imponentes cristales de luz,y avanzar moviendo dos articulaciones en la parte inferior de su masa. No, no son piernas,pero ni ellos saben qué son exactamente.
Se decía en esas tierras que, si un Patriarca Marítimo producía cristales de luz que no llegaban a deslumbrar a los seres que habitaban en el cielo (su vulgar homónimo, carente de aguas),no era un auténtico Patriarca. A cierta parte de estos océanos les importaba muy poco lo que la sociedad marítima los considerase, pero la mayoría de los altos señores se tomaban muy apecho estas consideraciones de actitud. Por ello, cada Patriarca se esforzaba, en la medida delo posible, en hacer sus cristales lo más brillantes posible, para así no verse desvalorizados ante la sociedad marítima.
Sin embargo, esto no pasaba con el otro sector existente en nuestro mundo de océanos: se encontraban también unos cuerpos acuosos con aguas mucho más tranquilas que las de los Patriarcas, de aspecto curvilíneo y singular, con una inusitada elegancia (contrario a la brusquedad y la robustez de los Patriarcas) y maneras de artista. A diferencia de los Patriarcas,su nombre les fue puesto por los espectadores marítimos de sus preciosas e incomparables formas, delineadas, elegantes y finas: las Musas, creaciones de un ser mucho más inteligente que el autor de los Patriarcas, quienes no luchaban por cosas tan banales como el brillo de un cristal de luz carente de densidad.
Y aquella forma, tan finamente confeccionada, no era la única característica que los diferenciaba de los Patriarcas: ciertas cosas como la espuma de sus olas, el crecimiento de su marea al alumbrar la luna, las formas de sus cristales solares, y muchos otros factores más,marcaban ese valioso dimorfismo entre océanos, que distinguía a una creación de la belleza de un guerrero bravo y robusto.
Quien vivía en esta tierra, nuestra protagonista, era una Musa. Joven, un océano más pequeño que la mayoría de mares "adultos" que recorrían su mundo mediante el movimiento de sus miembros acuosos. Era un pequeño mar, con un espíritu, supuestamente, "indigno de una Musa". En vez de cuidar de los habitantes de sus aguas y dejar que el viento acariciara sus olas cristalinas, prefería causar maremotos y fuertes oleadas en su superficie marítima.Cuando ciertos océanos, sin importar si eran Patriarcas o Musas, veían el fuerte oleaje de su escultural forma, agitaban sus propias olas en señal de desaprobación indisimulada, pues aquel no era comportamiento propio de una artística, elegante y fina Musa.
Las Musas siempre fueron las encargadas de mantener la paz en el mundo de los océanos.Ellas procuraban que las olas nunca crecieran más allá de la luna, y mantenían el agua siempre cristalina y pura, como un lente impoluto tintado de azul. Los Patriarcas, en un lado diferente, procuraban la frecuencia de las tormentas que hacían crecer los cuerpos marítimos de toda la población, al igual que alejar las nubes negras del cielo con sus altas olas, para así garantizar la luz del poderoso sol, que permitía la creación de los preciosos (y tan estigmatizados) cristales de luz. Eso me lleva a un punto que, hasta ahora, incluso para los océanos es incomprensible: las Musas nunca recibían tanta luz del sol como los Patriarcas. Cuando la sociedad acuosa se dio cuenta que no se debía al excesivo tamaño de estos últimos,no se molestaron en buscar más razones para esta injusta estratificación lumínica.
Pero nuestra Musa era diferente. No era una Musa cualquiera, que daba cristales de luz pequeños e uniformes y procuraba la tranquilidad de su oleaje. Era una Musa con un brillo deslumbrante, magnífico y luminiscente, que gustaba de crear peligro, emoción y miedo en su escultural oleaje. Usaba su propia elegancia y finura como un instrumento de destrucción: el caos que creaba el alejarse de una base, hacia los confines de la imaginación de la individualidad. Destruía la tranquilidad de las Musas con su oleaje incontrolable, y dejaba en ridículo la rudeza de los Patriarcas con su elegancia transformada en barbarie dorada.
Fue ella quien trajo la Primera Inundación. Se agitó, se revolvió en su diminuto tamaño y su rechazo social, se arremolinó tanto en su propio oleaje que se consumió a sí misma. Se transformó en el Océano En Sí, con mayúsculas, el Mar Entre Mares, la Musa de las Musas, la Última Gran Ola. Se alzó encima de todos aquellos otros océanos, por encima de los Patriarcas y las Musas, quienes admiraron aterrorizados a la vorágine marítima que se les venía encima, e intentaron correr en un esfuerzo fútil, pues el Océano En Sí se alzaba invencible, convertido ya en un dios de las aguas.
Y se dejó caer encima de todos los mares a quienes había llamado sus hermanos, y los consumió también. Los unificó a todos en una sola gran masa de agua salada y seres acuáticos,de ahí en adelante llamados "habitantes de las profundidades", y ya no se podía distinguir aluno del otro. Ciertos seres de inteligencia sobresaliente los dividieron en siete mares, con siete nombres distintos, con sus propias características y diferencias. Pero el Océano En Sí,el nuevo ente surgido de las diferencias, la estratificación, el estereotipo y el estigma, sabía en su interior que no era así. Ella sabía que todos los mares eran uno mismo, sin diferencias reales.
Que todos eran lo mismo, que todos eran iguales y equitativos.
Que todos eran uno solo.
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Estrellas caídas.
Ficção GeralAquí van a ir mis cuentos o, al menos, la mayor parte de ellos. No hay un orden ni algún tipo de correlación entre ellos (por ahora), así que siéntete libre de leer el que quieras y cuando quieras.