a otro lado

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—¿Y?

—Vaya...

—Pero, ¿qué te parece todo esto?

—Bueno...

—¿Sí?

—Vaya...

—Vamos a ver, ¿me puedes decir algo? ¿Qué te pasa? Que estás cortocircuitando, chica...

—No, no me pasa nada. Es que... es fuerte, eh— se pellizcó el puente de la nariz, pensando en algo que poder decirle a la otra mujer sobre la cama—. O sea, que no te preocupes que no es nada malo, ni nada grave, ni nada en realidad. No tiene mucha importancia pero es que... Hace ya muchos años— rió levemente—. No es tan fuerte el contenido, me refiero, ya sabía yo que te había tenido comiendo de mi mano desde siempre— sonrió burlona y se llevó un manotazo en el brazo—.

—No seas chuleta que te doy. No eres para tanto, perdona— se quiso hacer la digna, con bastante poco éxito. Ambas sabían que mentía, eran numerosas las cualidades que aquella mujer, tan bella como inteligente, poseía.

—Bueno, voy a guardar todo esto y ya lo leeremos otro día que me está dando vergüenza—. Cogió todo aquel montón de papeles y los metió en una caja de recuerdos antigua en el altillo del armario. Volvió a la cama y se sentó con las piernas encogidas.

Después de mirarse fijamente, intentando aguantar las ganas de reír no lo soportaron más y estallaron en carcajadas que, tras apagarse, se quedaron en un cómodo silencio, la una con la cabeza apoyada sobre el hombro de la otra, que descansaba la espalda en el cabecero de la cama.

—Amor— la llamó después de un rato.

—Dime— siguió pasando las yemas de sus dedos por su brazo.

—Tenemos abandonadísima a nuestra amiga Szymborska, ¿Sabes?

—Tienes toda la razón del mundo, últimamente entre unas cosas y otras...— Y era verdad, ambas podían presumir de éxito profesional pero también era cierto que sus respectivos trabajos les quitaban mucho tiempo.

Se estiró todo lo que pudo para alcanzar el libro que descansaba sobre la mesita de noche. Era un poemario de la autora polaca Wislawa Szymborska que llegó hacía ya bastantes años a las manos de la más alta como regalo de su profesora de literatura. Acarició la tapa con cuidado y abrió el libro por una página aleatoria en la cual estaba, casualmente, uno de sus poemas favoritos.

—¿Lees tú, Albi?—. Se acomodó para poder escucharla cómodamente.

—Claro, mira cuál ha tocado—. Sonrió e inclinó un poco el libro para que la morena pudiera verlo.

—Te encanta, ¿eh? Pues va, dale—. Boca abajo, con las rodillas flexionadas y los pies hacia arriba, levantó la cabeza y apoyó la barbilla en las palmas de las manos y la miró fijamente.

Hora de la noche al día.
Hora de un costado al otro.
Hora para treintañeros.

Hora acicalada para el canto del gallo.
Hora en que la tierra niega nuestros nombres.
Hora en que el viento sopla desde los astros extintos.
Hora y-si-tras-de-nosotros-no-quedara-nada.

Levantó la vista y recitó de memoria la siguiente estrofa.

Hora vacía.
Sorda, estéril.
Fondo de todas las horas.

Nadie se siente bien a las cuatro de la madrugada.
Si las hormigas se sienten bien a las cuatro de la madrugada,
habrá que felicitarlas. Y que lleguen las cinco,
si es que tenemos que seguir viviendo.

Bajo la piel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora