Sentada en el pequeño sillón de mimbre de su terraza, se acariciaba el vientre con un vaso de zumo en la mano, pensaba en lo afortunada que se sentía. Jamás pensó que aquel sueño de niña, el cual se disipó un poco en la adolescencia, pero que había aflorado algunos meses atrás, se estaría cumpliendo. Recordaba perfectamente cuando vio peligrar aquella ilusión, con toda la impotencia del mundo.
5 de junio de 2015, 20:26 de la tarde
Paseaban con las manos cogidas y los dedos entrelazados por la arena, en la otra mano llevaban sus zapatillas. Alba miró hacia el este, hacia el mar, y pensó que no podía ser más feliz. Natalia miró hacia el oeste, la puesta de sol, y deseó que ese momento durase para siempre. Se miraron a los ojos, a través del cristal de las gafas de sol, que poco a poco dejaban de necesitar, y se dijeron sin palabras que se querían. Mientras anochecía reían, una carrera, cosquillas, "te quiero", "te quiero más". Y charlaban. De la vida, su familia, el tiempo o cualquier tema banal.
—No me puedo creer que hicieras eso. —La rubia reía por la anécdota que le contaba su novia. —Colgarte de la lámpara de araña fue una buena decisión, claro que sí.
—Lo mejor fue que, al soltarme, volcó la mesa del salón, que era de piedra. Un cuadro. Mi hermana estaba durmiendo la siesta y no se enteró pero Santi vino corriendo. Me ayudó a levantarme y afortunadamente nos dio tiempo a apartarnos porque dos segundos después la lámpara se descolgó. Cristales por todas partes, no te lo puedes imaginar. Nos quedamos sentados en la puerta del comedor mentalizándonos para la bronca de mi madre. Llegó como a los diez minutos, no he pasado más miedo en mi vida. —Natalia gesticulaba mientras explicaba su historia.
—Y, ¿qué te dijo?
—No me dijo nada.
—¿Cómo no te va a decir nada?
—Me echó una mirada que me dio terror. Escalofriante, te lo juro. Me levanté para irme a mi cuarto y huir pero me pilló. Me dio una somanta de palos... Se enfadó muchísimo.
—Normal, nena. Te cargaste su lámpara. Buah, con lo buena y agradable que es tu madre no me la imagino tan enfadada. La verdad es que pobre María, la paciencia que tuvo. que tener contigo... Admirable tener una hija como tú y no haberse vuelto loca.
—Oye, me estás poniendo fina, eh. Era un poco trasto pero no fue para tanto. Lo suficiente como tener anécdotas que contar en una cita a la chica que me gusta.
—Ah, ¿te gusto? Qué halago por favor.
—Sí, nos acabamos de conocer pero mira... Oye, no se lo digas a mi novia que me mata, eh. Esto es un secreto secretísimo entre tú y yo.
La rubia rió siguiéndole la broma. Un rato después, la joven pareja cenaba en un restaurante en el paseo marítimo. Eligieron para aquella ocasión una pequeña pizzería con un cocinero auténticamente italiano. Las pequeñas luces sobre sus cabezas le daban intimidad al momento.
—Bueno, ¿no me vas a contar ninguna ocurrencia más de tu pequeño y malévolo cerebro de niña?— A Alba le había hecho mucha gracia imaginarse a Natalia tan chiquitita haciendo trastadas.
—Pero es que no era tan mala, joe. También hacía cosas buenas... Mis padres me querían, eh. Y me quieren, supongo.
—¿Cómo no te van a querer, tonta? Pregunta: ¿lo de tu maldad es genético, hereditario o en tu familia solo eres así tú?
—Madre mía, te he dado para rato. No es nada de eso, tontaina, de vez en cuando la liaba un poco y ya está, como todos los niños.
—Ah, bueno, me quedo más tranquila. Aún así, si nuestros hijos nos salen malos será culpa tuya, que yo era una niña muy buena.