yo perreo sola

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Habían quedado para cenar en el bar Barraca, que regentaba un señor cincuentón de Valencia llamado Domingo. Era su templo, su sitio, "el de siempre", y todos se llevaban genial con Domi, el dueño. Llegaban con 20 minutos de retraso. Alba caminaba tan rápido como podía y Natalia lo hacía relajada y mirándola con una sonrisa. La rubia no soportaba llegar tarde, aunque lo hacía bastante a menudo.

—¿Se te ha pasado el rebote?— Le preguntó con falsa cautela.

—Olvídame— Corta y concisa.

Llegaron a la puerta del bar. La morena cogió a Alba y se puso de frente con las manos en sus hombros.

—Amor, antes de entrar, a ver una sonrisa— Alargó la última vocal y sonrió mostrando sus dientecitos con la intención de que la imitara.

—No. Quita que quiero entrar— La más bajita consiguió librarse y entró, dejando a la navarra atrás. Ella decidió quedarse un minuto fuera para fumar.

Cuando entró divisó a sus amigos en la mesa de siempre, al fondo del local. Notó la ausencia de Ici y de Marta, lo cual en seguida le olió a chamusquina. El panorama era, cuánto menos, interesante. Presidiendo mesa por la derecha, Miki tenía a Alba sentada en su regazo, quién reía mientras le robaba un cacahuete de las manos. De cara a ella, Carlos, Julia, Sabela y una silla vacía. El asiento del extremo izquierdo también estaba libre.  De espaldas podía reconocer los cogotes de África, Damion, Pablo y su tormento personal, la Mari, quien no tardó en darse la vuelta y levantarse, dispuesta a abroncar a la morena. Natalia, que ya sabía por dónde irían los tiros, decidió intentar distraer a María, fallando estrepitosamente.

—¿Y Marta e Ici? ¿No han venido?

—Calla, sabes perfectamente que no iban a venir, estas dos... Liadísimas están— Dijo la rubia, negando con la cabeza. — Pero no intentes distraerme, pedazo de capulla. Que ya me ha dicho la Albita que habéis llegado tarde por tu culpa, menuda cara de sepia traía. Menos mal que el Ratón enseguida me la ha animado un poquito. Aquí quién es la sargento, a ver.

—Tú.

—Muy bien, entonces tenéis que obedecerme todes. Si yo digo que se llega puntual, se llega puntual. ¿Entendido? — La más alta respondió con un pequeño asentimiento. —Pues ale, a tu sitio que quiero pedir unas bravas ya, que me muero de hambre, coño. ¡Domi! Cúrrate unas bravitas, hijo, que me tienes famélica. ¡Famélica! —. Y se volvió a sentar dando gritos.

Cuando ya estuvieron todos sentados en sus respectivos sitios, Natalia aprovechó para acercarse a Alba. Sabía que no podía aguantar mucho más en su papel de enfadada, porque ambas eran conscientes de que su enfado no era real. Era un comportamiento habitual en la rubia, fingir que se enfadaba con Natalia para que esta le dorase un poco la píldora. Otra cosa no, pero a Alba le encantaba que le regalara los oídos. Y a Natalia le encantaba ver a Alba picada por cualquier tontería.

—Albi, ¿se te ha pasado ya? — Nat puso ojitos de corderito degollado.

—No.

—¿Y ahora?

—Tampoco.

—Vale—. Tras unos segundos volvió a hablar. —Pero, Albi...

—¿Qué quieres?

—Que me perdones, jope.

Natalia vio la fuerza flaquear en los ojos de Alba. Ya casi lo tenía. Ya casi...

—Bueno. Ya hablaremos en casa, Natalia—. Y, con todo el desdén del mundo, le giró la cara.

Vaya, pues no.

Bajo la piel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora