Ella
-¡Perdón, perdón, perdón! -rogaron Eugenia y Candela cuando él abandonó la habitación. Agitaste tus manos dándoles a entender que no había nada que hablar, que no necesitabas sus disculpas. Te acercaste a la venta y la abriste. El aire frío chocó con tu rostro e inspiraste profundamente para llenar tus pulmones y poder descargar todo en un suspiro. –Lalu...-te llamó pero no te moviste.
-Amiga... -y esta vez fue la rubia quien tocaba tu espalda. Te volteaste despacito y con tu cabeza gacha. Tomó tu mentón obligándote a mirarla y viste que ambas sonreían felices por lo que mordiste tu labio con nerviosismo. –Se iban a besar... -afirmó y vos asentiste con una ligera sonrisa y tus mejillas carmesí. Se abrazaron entre las tres y Candela fue la encargada de despeinarte.
-¿Todavía pretendés que te creamos cuando decís que no pasa nada? –cuestionó y rieron al recordar la conversación de esa mañana. Comenzaron a cambiarse ya que estaban agotadas (ella física y vos mentalmente) y Can tomó la notebook de tu cama para guardarla. –Jodeme que la escenita hot de Titanic los estimuló... -dijo sacando el dvd y ganándose tu grito y varios almohadonzazos.
-Yo voy bajando, chicas... -anunciaste ya que tus amigas no terminaban de cambiarse por quedarse remoloneando en la cama. Hacía un rato largo habían comenzado a servir el desayuno y no querías perdértelo. Esperaste al ascensor y una vez dentro presionaste el botón que indicaba el primer piso (el tuyo era el cuarto). Consiguió descender tan sólo dos pisos cuando se detuvo y al abrirse las puertas metálicas te permitió ver quien esperaba del otro lado.
-Hola...-saludó con algo de timidez y luego sonrió, te hiciste a aun lado y el entro, una vez que las puertas se cerraron se acercó a tu rostro con una seguridad aplastante. De repente el espacio parecía mucho más pequeño y tu corazón parecía no entender que tenías un límite y que sus frenéticos latidos te dejaban sin aire. Tomó tu nuca con una de sus manos y la otra la posicionó sobre un costado de tu cintura. No retrocediste y tampoco intentaste evitarlo, él terminó con la distancia entre ustedes y tu decepción fue inmensa. Sus labios presionaron tu mejilla y aún después de separarse permaneció allí, con la punta de su nariz delineando tus pómulos. Tus manos se posaron sobre su cintura y se quedaron así hasta que llegaron a destino.
-Lo de anoche...- mcomenzaste a decir cuando ya estaban sentados en su mesa. Te sentías en la obligación de abordar el tema y él parecía no querer hacerlo o no animarse. Ninguno de sus amigos se había dignado a bajar aún así que estaban ustedes sólos en una mesa para seis. –Yo... Peter... -él negó con su cabeza por lo que preferiste callar.
-No te preocupes La... está todo más que bien... -tomó tu mano sobre la mesa y te sonrió pero no pudiste imitarlo, te sentías demasiado nerviosa. –Porque está todo bien ¿verdad? –preguntó de repente nervioso y malinterpretando tu gesto. Vos asentiste algo más tranquila y son una sutil sonrisa. Fue entonces cuando llegaron el resto y la conversación se volvió más distendida.
-Gracias... -le dijiste a tus amigas en cuanto él se levantó de la mesa. Ambas te miraron confundidas pero antes de seguir te cercioraste que Agustín y Nicolás estuvieran lo suficiente distraídas como para no escucharte.- Por no sacar el tema a colación... -las dos sonrieron y tomaron tus manos.
-No te preocupes amiga... -te tranquilizó Eugenia.
-Te escupimos el asado pero no somos buchonas... -agregó Candela y las tres rieron con fuerza captando la atención de los muchachos, que miraron confundidos tus mejillas color carmesí. En ese momento peter regresó a la mesa y tomó tu mano para separarte un poco del grupo.
-¿Qué pasa? –preguntaste con tu ceño fruncido.
-Esta noche vos y yo salimos... -te comunicó (porque no te lo estaba preguntando) mostrando todos sus dientes en una amplia sonrisa. Vos abriste tus ojos sorprendida.