Os traigo un capítulo largo. Es un poco de paso, pues lo importante vendrá en el siguiente. Pero todo esto tenía que pasar. La acción va moviéndose durante distintos periodos horarios, así sabéis lo que va antes y después, espero que no se os haga muy lioso y que os guste mucho.
Olvídate de mí
Madrid, 31 diciembre 20:34 pm
«Tengo que arreglar ese maldito letrero de una vez, el King's parece un local de carretera».
La voz de Benigna se coló en sus pensamientos. Y aunque lo intentó, no logró ver más allá de la plaza de los frutos. Ni si quiera el nuevo cartel del King's, que se había rendido al Neón, y que centelleaba a lo lejos. Tal vez se había fundido ya. La plaza estaba completamente sumergida en niebla, que se camuflaba perfectamente con el humo que salía de sus labios en aquellos instantes.
Había perdido la cuenta: lo cierto era que simplemente se trataba de una buena excusa para no entrar al interior. Quizás era egoísta o tal vez, tenía un verdadero motivo de peso para esconderse.
Y preguntarse cuántas vueltas iba a tener que dar la tierra al sol para olvidarla.
— ¡Luisita! —entre la niebla, escuchó su voz. No duró mucho el engaño. Pues la figura de Marina se coló entre la luz de las farolas, que poco iluminaban aquella noche, para acercarse a ella con una pequeña sonrisa en sus labios.
Tal vez se había mentido tanto a sí misma que ni si quiera sabía qué demonios quería. Si verla aparecer aquella noche iba a hacerla feliz o simplemente la enfadaría aún más. Porque estaba cabreada. Y no había dejado de estarlo desde que se había marchado. Pero lo que más le jodía era algo que había descubierto aquella mañana, y que, probablemente, había dado la vuelta a aquel juego en el que en aquellos instantes iba perdiendo por goleada: No estaba enfadada con Amelia. Estaba enfadada con el mundo. Con los productores, con París e incluso consigo misma. Porque Luisita siempre había querido eso: ser feliz, enamorarse y... y construir algo. Amelia era ese algo. Amelia y solo Amelia.
Y la vida se lo había arrebatado. Lo único que quería era recuperarlo: la inocencia, la incertidumbre, incluso. El querer comerse el mundo y no que el mundo se las comiese a ellas.
— ¿Qué estás haciendo aquí fuera?—preguntó Marina una vez llegó a su altura— ¿No te estás congelando?
— Necesitaba fumar. Ya sabes, las fiestas, tanta gente...— Dejó salir una carcajada nerviosa.
Marina miró al suelo. A sus pies. Justo donde descansaban las dos colillas que había pisoteado minutos atrás:
— Luisita, ¿Estás bien?, ¿Necesitas algo?
— Sí... claro, ¿Por qué lo dices?
Tal vez su hermana tenía razón. Tal vez nunca había sido una buena actriz. Después de todo, si una no sabe gestionar las emociones, ¿Cómo va a ser capaz de fingirlas?
El caso era que Marina la conocía lo suficientemente bien para saber que la rubia solamente se volvía una fumadora compulsiva cuando tenía algo estancado en la cabeza.
— Porque no lo pareces. Y después de tres cigarrillos menos—respondió, frotándose las manos.
Luisita chasqueó la lengua: — Pues estoy bien, ¿Vale?, solamente necesitaba respirar.