medicine.

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Capítulo 1

Navidad. 25 de diciembre y esas cosas.

Si Luisita era sincera, no estaba muy segura de en qué época del año estaba: Si la vuelta de Amelia era una jugarreta adelantada de los reyes magos o, si simplemente, una casualidad bastante desafortunada.

Aquella mañana el asturiano era una vorágine interminable. Sebas entraba y salía con cajas de marisco: Todo el que había sobrado de nochebuena y que 'se iba a poner malo'.  Pero era un montón, y, sin haber dormido ni un poquito, Luisita ya veía gambas hasta en el café. Por otro lado, estaban todos aquellos que perseguían unos buenos churros con chocolate: Ya sabéis, el típico gusto que se da uno una mañana de navidad; así como aquellos que iban detrás del roscón que había prometido su padre para el día de reyes. Su padre no era un cocinero de renombre, pero sí era verdad que se había ganado su puesto en la plaza, y como las croquetas le salían de muerte, las señoras apostaban que el roscón sería mil veces mejor. Luisita estaba segura de que Marcelino no se llevaba especialmente bien con los dulces, pero independientemente de aquello, Paqui la pastelera se había cogido un cabreo del quince y, en esos mismos instantes, el bar parecía una subasta de feria.

— ¡Niña, apúntame seis trocitos por aquí!

—¡Rubia!, ¡Otros dos por aquí!

Rubia, niña, corazón... Luisita ya ni sabía su propio nombre. Pero al menos le sirvió para desconectar y solamente tener que quejarse por el jaleo. A decir verdad, hasta se olvidó un poquito de Amelia. Pero solo un poco, porque cuando el ambiente se despegó, la morena volvió a aparecer en su cabeza acompañada con un mal de estómago y una angustia mil veces peor a la de las gambas. Eso sí, su padre estaba contento. Intentaba esconderlo, pero Luisita le conocía bien: Marcelino se alegraba de ver a Amelia. Al final, su hija pródiga había vuelto a casa por navidad. Vamos, estaba más feliz que los apóstoles cuando Jesucristo resucitó al tercer día. Pero tampoco iba a culparle: Era una fecha difícil, y sabía lo mucho que les dolía a sus padres el hecho de que todas sus hermanas estuviesen fuera. Y con todo lo de Manolín, Amelia era una brisa de aire fresco.

Por su parte, aún tenía que asimilarlo. No era que no le hiciese ilusión: Tantas veces había fantaseado con volverla a ver que ahora, simplemente, parecía un sueño. Pero tampoco podía mentirse a sí misma: Si Amelia había vuelto había sido por el reportaje, ella misma lo había dicho. No se trataba de un impulso navideño o de una revelación en horas bajas. Amelia no había llegado diciéndole que: todo lo que quería por navidad era a ella. Había sido mucho más distinto a su fantasía de lo que le gustaría. Y tal vez, por eso, le daba tanta rabia. Porque Amelia estaba en París, viviendo su sueño: Siguiendo su vida, y ella, simplemente, se sentía estancada.

— Pero bueno, mira por donde: mi rubia favorita—. Y ahí aparecía él: la única persona capaz de llevar su estado de ánimo de una punta a otra en cuestión de segundos. Tan bien quería abrazarle como darle un buen tortazo. No iba a mentir, Mateo había sido un gran apoyo, pero las cosas seguían algo tensas entre ambos. Luisita no terminaba de confiar en él y Mateo se estaba esforzando demasiado. Y cuando dice demasiado, es literalmente. Aquella mañana, Mateo entró por la puerta a duras penas, pues en sus manos, llevaba un ramo de rosas tan grande como él. Luisita quiso esconderse, pero ya era demasiado tarde.

— Mira, si es el pesao' de turno—respondió ella. — ¿Ya no te aguantaban más en tu casa o qué? —Luisita alzó una ceja mientras que veía a Mateo manejarse con el ramo hasta llegar a la barra.

— Tú lo que quieres es librarte de mí, pero no. — Y como había temido la rubia, Mateo extendió las flores en su dirección.

— ¿Y qué hago yo ahora con esto? — Luisita frunció el ceño. Flores. Solamente una persona en su vida le había regalado flores, y, por desgracia, Luisita no podía evitar comparar. O por lo menos, dejarse llevar a aquel día. En aquel mismo lugar: En el asturiano y un colorido ramo. Y ahí venía Mateo con rosas. Definitivamente, el pobre, era un cliché con patas.

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