Capítulo 2Está normalizado beber en navidad.
Puede que se esté acabando el mundo, pero nadie te va a decir nada por echarte una copa más de agua ardiente. Y como esa, existen muchas más excusas para enmascarar los problemas: El alcohol no es la verdadera panacea. Supongo, que al final, nos mentimos a nosotros mismos; nos miramos al espejo y nos decimos que todo está bien mientras que ese mareo impertinente azota nuestra perspectiva y lo poco que podemos salvar de un pensamiento coherente nos da con la realidad en nuestras narices. Bam. Sin anestesia. Tal vez era por eso que, cuando Luisita se levantó aquella mañana, se arrepintió tremendamente de haberse terminado la botella de anís que quedaba en la estantería tras la cena de nochebuena. Su madre no lo sabía, y su padre mucho menos, pero se había levantado a las dos de la mañana harta de pensar en ella: Amelia, Amelia... Hacía tiempo que no le pasaba, de verdad. Sí, pensaba en ella, pero no era una especie de necesidad primaria que le encogía el estómago y le hacía querer salir corriendo sin rumbo. Correr. Gritar. Llorar. Una mezcla de emociones irracionales casi sin causa tenían prisionera a su cabeza. Y lo peor es que la morena no era solamente protagonista de esa obra del Moulin Rouge, sino que también se llevaba el premio a la función que tenía lugar en su mente. Ya sabéis, como en las películas cuando te muestran el amor de forma idílica y te hacen vivir una vez más todos esos momentos que le hacen, al protagonista, estar seguro de que el amor existe. Que existe de verdad y ella es la definitiva. En su caso, la versión era mucho menos de color rosa.
Vale, sí. Sabía que el amor existía. Pero, ¿Sabéis de qué estaba segura también?, de que era la emoción más dolorosa. Porque sí, el amor te hace feliz. Esos instantes en los que parece que podrías vencer a cualquiera, a lo que fuese; porque lo tienes todo: Ella es todo. Pero también, son esos momentos que, cuando ya no queda especialmente mucho del fuego, más bien cenizas, los que te recuerdan que nunca jamás en la vida volverás a sentir algo así. Ni una vez. Imposible.
Sí, no iba a mentir: Luisita a veces pensaba en cómo sería su vida dentro de un tiempo. Años, quizás. A veces se resignaba a estar sola para siempre, otras a imaginarse cómo serían las cosas si Amelia volviese, si ellas dos volviesen, y una pequeña parte del tiempo, se hacía a sí misma una pregunta: ¿Qué era lo que verdaderamente quería y qué era lo que realmente, podía tener?
Lo tenía claro. Quería a Amelia. Y le daba igual lo demás. Pero, ¿Podía tenerla?, al final, el Madrid con el que soñaba, ese que acogía a su su futuro juntas, no era el Madrid en el que vivían. Tampoco era París, y probablemente, ninguna parte del mundo. Pero, bueno, eso dicen, ¿No?, no se puede tener siempre todo lo que uno quiere. Y estaba segura, de que Amelia también lo pensaba.
Así que... Bueno, realmente, ahí se quedaba todo. No tenía una respuesta. No había nada más. Todas sus reflexiones se acababan ahí: En la verdad más realista que había concebido nunca: Amelia y ella estaban hechas para estar juntas, podían intentarlo una y otra vez, que la realidad era esa. Madrid era ese. Madrid era lo que Luisita quería, pero Madrid no quería a Amelia al igual, que París, no la quería a ella.
Y podría buscar mil alternativas, podría, incluso, visionarse a sí misma en la capital francesa, recuperando recuerdos y haciendo nuevos en sus fantasías. Pero al final, eran solamente eso: fantasías. Y de las fantasías, no se vive.
— Charrita, menuda cara me traes hoy—. Le dijo su abuelo nada más la vio aparecer por el salón. Luisita evitó la inquisitiva mirada de su padre. Al final, llevaba toda la noche haciéndose preguntas y en aquellos instantes, no estaba para responderlas.
— Ya, abuelo, no he dormido mucho...
— Bueno, en ese caso, no hace falta que bajes al bar hoy, quédate en casa descansando, hija—dijo Pelayo. Marce miró a su padre y luego a su hija: ¿Podía negar lo evidente?, ¿Qué debía hacer en aquel caso?, ¿Coger el toro por los cuernos o dejar que pasase de largo?