viento de cara

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Te lo repiten hasta la saciedad:  Una otra vez. Pero siempre crees que habrá más. En el fondo, todos tenemos la esperanza que exista algo, un más allá creado sobre las bases del miedo y la nada. Es lo que nos hace humanos, ¿No?, lo que nos hace seguir estando cuerdos. Porque el presente es lo único que tenemos y para saber el futuro no hace falta saltar de un precipicio. Por eso nos renegamos a esperar y a creer que los finales realmente son solo puntos aparte, y que siempre habrá otra página más después del epílogo. Porque hay algo en tu cabeza que te dice: No puede terminar así. Como esa película que viste en el cine y que te dejó un sabor amargo en los labios.

Pero te vas a casa y te acuestas tranquila porque sabes, casi a ciencia cierta, que eso solo pasa en las ficción. Que en tu vida no hay una pantalla que se tiña de negro y te haga decir: ¿Y ahora?, ¿Ahora qué?, entonces, duermes pensando y sabiendo que tienes todo el tiempo del mundo.  Hasta que se acaba. Que no es un sueño, sino una pesadilla. Te despiertas y te enteras a malas maneras de que todo era una mentira: de que no existen los finales felices.

— ¿Puedo pasar? — unos golpes en la puerta hicieron que Luisita dejase la prenda a medio doblar sobre la cama. Aún, desde el salón, podía escuchar a su hermana y a su padre hablando.

Todo parecía haber vuelto a la normalidad, si es que ese era término para definirlo: habían pasado tantas cosas que ya no estaba especialmente segura de qué era lo correcto. Lo que se suponía que debía hacer... Hacer o sentir. Qué más daba: no tenía ni idea. Pero el hecho de que Amelia estuviese allí de nuevo parecía hacer feliz a todo el mundo, especialmente a su padre.

— Ya lo has hecho—respondió. Luisita se giró para mirarla. Amelia no parecía tan contenta como Marcelino. De hecho, la conocía lo suficientemente bien como para saber que se trataba totalmente de lo contrario.

— Luisita... yo si quieres me voy, no quiero estar así, de verdad—dijo. La rubia era orgullosa. Y se tomó unos segundos para responder. Respiró.

— Mira, Amelia, esto no es por mí...—suspiró la menor, cansada: —Esto es por mi hermana—frunció el ceño—. O por mi padre, depende de por dónde lo mires, no sé. Así que, lo que yo piense da igual— No era afirmativo ni negativo, pero Amelia sintió como esa respuesta le atravesaba el pecho como si del filo punzante de una espada se tratase—. En cuanto todo esto acabe pues... las cosas volverán a su sitio.

Y era más fácil. Era más fácil dejar a su orgullo salir que a admitir que echaba todo aquello de menos. Las charlas de sobremesa, coger su mano bajo el mantel y acabar en aquella habitación con el estómago lleno para acurrucarse entre sus brazos: Y así sentirse únicas en el universo. Solo ellas y esa habitación.

— ¿A su sitio? —Amelia frunció el ceño—. ¿Qué sitio?

Luisita la miró con cierta tristeza, pero solo un pequeño ápice que hizo brillar sus pupilas. Como una estrella fugaz. Efímero.

— Pues tú te irás a París... mi hermana a Boston y yo me quedaré aquí, con lo que tengo—se encogió de hombros.

Amelia bajó la mirada. Porque aquellas palabras dolían más de lo que parecía. Y no se atrevía a mirarla. Por si ella no sentía lo mismo. Porque parecía tan banal. Parecía tan enfadada que incluso tenía el tórrido reflejo de que Luisita la odiaba. Muy en el fondo, o muy en la superficie. No era ella, sino su mirada. Rencor: y tal vez, de todo lo que había pasado entre ellas, eso era lo que más le dolía.

— Mira, Luisita—suspiró Amelia: — Yo no he venido aquí a reprocharte nada—dijo, haciendo una pequeña pausa—. Y tampoco he venido aquí por tu padre o por tu hermana, he venido... -

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