-¡Apurate, Sagi!- gritó Capricornio.
Ella estaba esperando a su primo. Se suponía que iban a salir juntos, pero el chófer que los llevaría hasta la casa ya había llegado y Sagitario seguía sin bajar de su habitación.
Capricornio dio una última mirada al interior de su casa. Miró los pretenciosos cuadros decorando las paredes de un blanco impoluto, los sillones oscuros y bien cuidados de cuero falso en ronda y en el centro una mesita ratona de madera de ébano. La pantalla de plasma apagada y los libros perfectamente ordenados en la biblioteca. El personal de limpieza había hecho un buen trabajo con la casa.
Escuchó como se abría y cerraba la puerta del cuarto de su primo. El chico bajó corriendo las escaleras, sin decir nada, arrastrando su maleta y llevando una mochila colgada de los hombros.
-Casi me voy sin ti- dijo Capricornio- y no bromeo. No voy a esperarte siempre.
Él prefirió ignorarla, lo cual era raro considerando con quién estaba hablando. Sagitario no era de esquivar peleas ni insultos, y mucho menos bromas.
-¿Vamos?- preguntó él en cambio.
-Tenemos que revisar todo antes- dijo ella.
Juntos revisaron que todas las ventanas estuvieran cerradas, y después Capricornio puso la alarma y cerró la puerta, mientras Sagitario saludaba al chófer y le alcanzaba las maletas para meterlas en el baúl del auto.
Finalmente ella salió de la mansión en la que vivía la familia. Los padres de Capricornio esa mañana habían emprendido un viaje de negocios, pero se habían encargado de despedirse de ellos y de darles las típicas recomendaciones "cuídense y hagan que la familia se sienta orgullosa". De quiénes les costó despedirse fue de Sebastián y Claudia, quiénes eran los criados de la casa que más se relacionaban con ellos y los últimos en irse. Sus padres le habían dejado a ella la responsabilidad de cerrar la puerta porque no iban a confiar en unos simples criados.
El chófer la saludó cordialmente cuando entró en el auto y preguntó por la dirección.
-Al aeropuerto.
Fueron unas dos horas y media de Capricornio repasando nerviosa las autorizaciones y todas las pautas de comportamiento que había. Les asignarían a un par de tutores, eso también la preocupaba un poco porque no sabía nada de esos tutores.
Sólo sus nombres y apellidos. Brad Davies y Ryan Henderson.
El hecho de que fueran dos hombres también la incomodaba un poco. No quería tener prejuicios pero no podía confiar en los hombres tan fácilmente.Ya en el aeropuerto, el chófer, de quién no se molestaron en preguntar el nombre, bajó las dos maletas más grandes y los acompañó hasta el final. Le pagaron y subieron al avión.
Fue recién entonces cuando Sagitario empezó a soltarse más. A ser más él otra vez. Quería preguntarle qué le había pasado durante el viaje o si estaba enojado con ella pero no se atrevió. Si ya estaba bien, entonces no había porqué tocar el tema.
-Tengo sueño- dijo Sagitario de repente.-¿Cuánto falta?
-Un par de horas. Duerme si quieres.
Él reclinó el asiento y se recostó, pero no se durmió.
-¿Cómo crees que sean las cosas por allá? Digo, no conocemos a nadie.
-Espero que salga bien. Tenemos dos tutores. Dos hombres que van a encargarse de nosotros y eso. Pero no sé, sólo espero que cuando volvamos lo hagamos independientes. No quiero volver a vivir en esa casa.
-Yo tampoco.
Capricornio se fijo en él. Su primo era bastante atractivo, si no fueran parientes ya se habrían acostado, posiblemente.
Él cerró los ojos y ella pudo apreciar el color tenue de sus mejillas. Quiso decir algo, pero él ya estaba roncando.
Así que trató de dormir ella también.
[...]
Tauro solía sentirse constantemente ridiculizado por su familia. Por eso aceptó hacer el intercambio, además de que si ese proyecto salía bien él podría estudiar en una prestigiosa universidad, consiguiendo así muchas más posibilidades de las que tendría si siguiera en esa escuela.
Se sentía ridículo por no saber qué quería estudiar, se sentía ridículo por no tener el físico perfecto del resto de los hombres de su familia y se sentía ridículo porque hasta ese momento su familia le había asegurado que él podía contar con su apoyo, pero él sabía que no era así. Para contar con el apoyo de su familia tendría que abrirse a ellos y eso era algo que nunca se permitiría. Había mantenido la calma mientras su vida en la escuela se convertía en un infierno, él era becado; razón número uno de los bullies de la escuela para acercarse a hacer sociales con él, pero si dejaba que su familia se enterara de eso, sabía que ya no podría mantener la calma.
Por esos motivos, además de los anteriores, había aceptado hacer el intercambio. Era un nuevo comienzo para él. Y eso era precisamente lo que necesitaba: empezar de nuevo con personas nueva y una actitud nueva.
Estaba emocionado por haber aceptado hacer el intercambio. Tanto que no pudo dormir la noche anterior al viaje que lo llevaría a lo que sería su hogar por su siguiente año escolar.
El viaje fue demasiado largo, eran unas nueve horas en auto sin descanso, pero habían parado un par de veces para cargar combustible, comer e ir al baño. Así que serían al menos dos o tres horas más. Pero para Tauro fue eterno. Quizás más que nada, por los nervios que estaba manejando algo bastante raro en él, que no solía ponerse nervioso fácilmente.
Su madre iba manejando y conversaban con su padre, pero Tauro estaba como ido, no podía prestar atención a la conversación por más que quisiera y sus respuestas eran vagas y poco concisas.
"Ajá", "sí", "eso creo".
Parecía ser todo lo que podía decir en ese momento.
-¿Nervioso?- preguntó su madre mirándolo por el espejo retrovisor.
Tauro respiró hondo antes de responder.
-Un poco.
Su padre giró el cuerpo y lo miró con una sonrisa.
-Si necesitas algo los primeros días puedes llamarme. Voy a quedarme por la zona hasta que empieces las clases. Unos amigos me van a dar hospedaje en su casa.
Tauro se sintió avergonzado, pues su padre habían tenido que dejar de ir a su trabajo por el tiempo que él necesitara. No había pensado en eso, y no sabía qué decir al respecto.
-No es necesario que se queden si no pueden. Puedo llamarlos todos los días si quieren.
Su padre y su madre intercambiaron una mirada y ella tomó la palabra.
-Hijo, estuvimos hablando con tu padre y... Tomamos una decisión.
Tauro sintió que su corazón se saltaba un latido. Ya veía por dónde venía la cosa y no le gustaba para nada. Su madre siguió hablando.
-Nos gustaría haberte dicho esto antes porque sabemos que este intercambio es importante para ti, vamos a separarnos.
-Yo voy a empezar a buscar un lugar y me gustaría estar cerca tuyo- dijo entonces su padre- pero queremos que sepas que puedes llamarnos cuando quieras a cualquiera de los dos. Seguimos siendo tus padres, y siempre será así.
Ambos se callaron como para dejarlo que asimile las cosas.
El viaje se tornó incómodo, y ninguno de los tres hizo nada para cambiarlo.
Tauro miraba por la ventana. Sabía que sus padres esperaban que dijera algo, pero él no sabía qué decir.
Cuando lo dejaron en la casa él se despidió de ambos y se quedó solo, con su maleta a su lado.
Tocó la puerta de la casa y esperó a que le abrieran. Parecía haber sido el primero en llegar.
Y su nuevo comienzo no fue tan bueno como esperaba.
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La Casa de los Signos
CasualeLos doce signos conviviendo en una casa, ¿qué es lo peor qué podría pasar?