EL RETORNO DE LA PRINCESA

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Ahora sí, a leer.

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Los brazos del hombre de larga melena rubia y canosa se aferraron al cuerpo de la joven con tanta fuerza que Miranda sintió que en cualquier momento la quebraría. Las lágrimas de Lucius Malfoy empaparon su túnica y ella, inevitablemente, también lloró.

Estaba allí... Después de tanto tiempo, finalmente estaba allí.

Nuevamente tenía un pie en la casa a la que llegó de bebé. Aquella casa donde su madre fue llevada, donde Starshine Malfoy creció como la hermana menor del hombre que se negaba a soltarla. Parecía como si hubiese perdido una posesión muy valiosa y finalmente se encontraba recuperándola. Era ese tipo de alegría que te provocaba un llanto ruidoso, como si con todas esas lágrimas pudieses quitarte la pena que cargaste durante años dentro del alma, porque así era, en efecto. Habían pasado cinco años en los que el mago se preguntó cuándo sería el día en que podría estrechar nuevamente entre sus brazos a la niña que cuidó como a su propia hija durante tanto tiempo.

Tenía tantas cosas por decirle... Tenía tanto de lo cual pedirle perdón, porque el gran Lucius Malfoy estaba muy arrepentido. Tarde comprendió que se portó muy mal con la joven que lo veía casi como un padre. Tarde comprendió que le hizo daño al último recuerdo que le quedaba de su hermana, a la hija que debía proteger con su vida de ser necesario.

Desgraciadamente, el Lucius Malfoy de hacía unos años atrás era lo suficientemente cobarde para no sacrificar su vida por el bienestar de su familia. Pudo más su miedo, su soberbia, su avaricia... pudo más su maldito orgullo de serpiente. 

—Realmente eres tú... —murmuró en tono ronco después de un rato. A la chica le llamó la atención notar que el hombre se encontraba sobrio. El último recuerdo que tenía de él era, por supuesto, ebrio.

—Soy yo... —murmuró con lágrimas resbalando por sus níveas mejillas—. Realmente soy yo.

—Miranda... 

Asintió mostrando una dolorosa sonrisa.

—¿Aún puedo volver a casa...? —Cuestionó temerosa. Que el hombre llorara con su repentina aparición no significa nada, salvo que quizá la emoción de verla nuevamente le estaba ganando. Eso no quería decir que el mago deseara tenerla de nuevo en aquella mansión, y Miranda Snape estaba dispuesta a aceptar lo que fuese que los Malfoy tuvieran que decir. 

Estaba consciente de la situación y, de hecho, no esperaba que la recibieran con los brazos abiertos. Poco importaba si los culpables habían sido ellos, poco importaba si el daño mayor fue ocasionado por los Malfoy. Lo único importante era que ella había tomado distancia y ahora buscaba regresar... como si nada.

—Mi niña... —sonrió el hombre. La llamó como desde hace mucho tiempo no lo hacía, con todo el amor que existía dentro de su corazón—. Tú siempre serás bienvenida a esta casa.

Bien. Aquello no se lo esperaba.

Las lágrimas resbalaron con mayor constancia en el rostro de la hermosa joven. Se sentía como al niña perdida que recuperaba su rumbo. De un momento a otro se convirtió en la pequeña niña que reía feliz en el regazo de su tío, la pequeña que amaba colgarse del vestido de Narcisa Black, aquella niña que corría junto a Draco, su primo, por los enormes jardines que aquella mansión. ¡Era una niña pequeña y frágil que solamente necesitaba un abrazo!

Le costaba creer que luego de todo el daño que le causó al hombre, éste aún pudiese abrazarla con tanto cariño. Le costó creer que el hombre que lloraba con el mentón recargado sobre su cabello era nada más y nada menos que el mortífago que casi la entregó a Voldemort seis años atrás, cuando la guerra recién comenzaba.

LA PRINCESA MALFOYWhere stories live. Discover now