CAPÍTULO 2 (Editado)

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Alec

Soy de los que no piden permiso. Algún día voy a ser el alfa de Eclipse rojo, y tengo que comportarme como tal. Siempre he creído que las manadas de cambiaformas deben ser fuertes para poder luchar contra sus enemigos. Tienen que actuar como una unidad, una misma mente. Los lobos débiles son una carga que puede condenarnos a todos. Mi padre nunca lo entendió, y por lo tanto permitió que nuestra manada de llenase de parásitos. Permitir la debilidad en nuestro territorio fue lo que causó la muerte de mi madre. Ella, de entre todos, tuvo que pagar el precio por la debilidad que nuestro padre, su esposo, dejó que se asentase en nuestra manada.

Quizá eso fue lo que me empujó a jurar que, una vez que yo fuera el alfa, no permitiría que los lobos débiles contaminaran la manada. Con el correr de los años me acostumbré a identificar aquellos que serían nuestra condena, anotaba sus nombres en una lista y se las presentaba al alfa. La presentaba cada mes, sin falta. Probablemente fuese la única ocasión en la que hablaba con él. El propósito de la lista era lograr que los expulsara. Pero nunca hizo nada al respecto. Tenía que ser un líder comprensivo y protector, me dijo en una oportunidad.

Pero no pensaba quedarme de brazos cruzados. Por eso comencé a atormentar a aquellos que estaban en la lista. Muchos dejaron la manada por voluntad propia, prefiriendo el exilio antes que soportarme. Unos pocos se endurecieron, fortaleciéndose con el único objetivo de cerrarme la boca. La lista se hizo cada vez más pequeña. Hasta que solo quedó un nombre: Adeline Bianco.

Era, por lejos, la peor vergüenza de la manada. El haberme concentrado en otros eslabones débiles, desde la muerte de mi madre, le había brindado un tiempo de paz. Aunque lo cierto era que siempre había sido el blanco perfecto para los demás. Pero desde que yo había puesto mis ojos en ella, su vida se había convertido en un infierno. Recuerdo haberle dado vía libre al resto de las manadas para que hicieran lo que quisieran con ella. Permitir que lobos de otros territorios dañaran a uno de los nuestros era algo inaudito. Me las había arreglado para que mi padre nunca lo supiera. Era una suerte que estuviera demasiado ocupado como para perder el tiempo en las cosas que yo hacía.

Desgraciadamente, ella no parecía entender las indirectas. Las directas tampoco. Porque ahí seguía, contaminando el que algún día sería mi territorio con su molesta ineptitud. La había observado, llegaba última en las carreras, la vencían con facilidad, nunca expresaba sus opiniones, mucho menos defender sus ideales. Aceptaba las burlas con la cabeza gacha y lloraba todo el tiempo. Me daba rabia solo pensar en su rostro. No era digna de ser una cambiaformas, habiendo humanos que matarían por estar en su lugar. Incluso era difícil olerla. Podría pasar por una humana común y corriente.

Lo cierto era que la diosa de la luna tenía que odiarme. Porque Adeline Bianco, la persona que actualmente estaba en la cima de mi lista de personas indeseadas, no podía ser mi pareja destinada. Ella, de entre todas, no era lo suficiente para mí. Era un futuro alfa de Eclipse rojo, una de las manadas más respetadas en el mundo. La única mujer que imaginaba a mi lado era una que al menos alcanzase la misma fuerza que mi madre. Ser la Luna de Eclipse rojo no era una nimiedad.

No había podido evitar ilusionarme con la compañera ideal en el momento en que aquella fragancia a cereza y madera me invadió en el estacionamiento esa mañana. Como cualquier cambiaformas, había aguardado ese momento. Podría haber estado con muchas mujeres antes, pero mi corazón y alma solo responderían ante una. Y esa no iba a ser Adeline.

Rechazarla fue más difícil de lo que pensé. Una parte de mí, y no había esperado que fuera tan grande, quería reclamarla como mi pareja. Pero mis convicciones fueron más fuertes que mis sentimientos. Visualizaba un futuro en donde yo lideraba la manada de lobos más fuerte del mundo, imponiéndonos sobre los demonios de la noche y los humanos. Para lograrlo no podía tener a cualquier mujer a mi lado. Mi Luna sería mi igual, y Adeline no me llegaba ni a los talones. Así que la rechacé y me las arreglé para soportar el dolor en mi pecho durante el resto del día.

SERÁ TARDE (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora