CAPÍTULO 4

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CAPITULO 4

          A las seis de la mañana Mimí se despertó transpirada. Había soñado con su pasado. Recordó el día en que su padre la había encontrado disfrazada como mujer. Era un día lluvioso y frío. No había colegio porque no había suministro de agua. Era una tarde aburrida y Marcelo tenía ganas de vestirse como mujer. Hacía un tiempo que soñaba con esa posibilidad. Se había puesto algunos accesorios, pero nunca había logrado vestirse completamente de mujer. Ese día Ricardo había ido temprano a trabajar y Silvia estaba engripada. Entonces Marcelo prometió cuidarla. Paula se había ido a la casa de una compañera del colegio a hacer un trabajo práctico. Marcelo tenía doce años. Aprovechó el momento en que su madre se había quedado dormida por la fiebre y se dirigió al cuarto de su hermana. Abrió el placard. Revolvió en las perchas. Eligió un vestido negro que Paula usaba para los cumpleaños. Revolvió en un cajón con ropa interior. Escogió un corpiño blanco. Paula tenía pechos grandes a pesar de tener catorce años. Era preciosa y varios chicos la pretendían. Paula era chica todavía pero ya se corrían rumores que salía con un chico dos años más grande que ella, aunque nunca había presentado algún novio oficial. 

          Debajo del placard encontró unos zapatos. Se los puso. Caminó hacia un espejo gigante que tenía en una pared. Se dio la media vuelta. Observó su trasero. Le faltaban unos aros y algo de maquillaje. Volvió a ir hacia el placard y en otro cajón los encontró. Escogió el lápiz más rojo que había encontrado. Volvió al espejo. Ahí fue cuando Ricardo entró al cuarto y encontró a Marcelo maquillándose. Quedó inmovilizado por varios segundos. Ricardo repetía - ¡¡¡ no lo puedo creer, no, no, no puede ser!!!! – su cara se entristeció. Meneaba la cabeza negando todo lo que estaba viendo. Pero era realidad. ¡¡¡ No, no puede ser!!! – repetía. Marcelo también se quedó quieto. Dio un paso hacia atrás. Ricardo reaccionó. Se acercó a Marcelo. Lo tomó de sus ropas y de forma muy violenta, lo bofeteó.

          -¿Vas a decirme que es esto? – gritó. Marcelo mientras tanto se tocaba la mejilla. El cachetazo le estaba doliendo mucho. No le salía ninguna palabra. Temblaba.

          -¿Qué es esto? – volvió a gritar Ricardo. Marcelo seguía sin emitir palabra. Antes que Marcelo le diera una explicación, Ricardo gritó - ¿Eres gay? – tomo del vestido a su hijo lo zamarreó - ¿Te gustan los tipos? – lo empuja hacia atrás. Fuertemente y Marcelo golpeó su espalda contra la pared. Desde el suelo, Marcelo llorando miró a su padre – Si papá. Me gustan los hombres. ¿Acaso está mal?

          -¡Puto! Te vas de acá ahora mismo-. En ese instante entra Silvia que había escuchado los gritos desde su cuarto. Vio a su hijo en el piso llorando. Miró a Ricardo que tenía los ojos con ira.

          -¿Qué pasó? – Marcelo se levantó del piso y abrazó a su madre.

          -¿Qué te parece? – respondió Ricardo. – ¿No ves que tu hijo está vestido de mujer? ¡Es puto! ¡Es maricón! – se dio la vuelta. Se marchó golpeando la puerta fuertemente. Silvia y Marcelo estaban arrodillados en el piso. Abrazados. Silvia empezó a recordar la primera vez que lo vio con sus zapatos. En ese momento ella se lo festejaba. Se reía. Estaba junto a Paula. No se imaginaba en ese momento que Marcelo era gay. A su edad, Silvia pensó que era un juego y que lo hacía para acompañar a Paula en la diversión.

          Ahora en el cuarto y con Marcelo llorando empezó a darse cuenta. Se separó unos centímetros de él y lo tomó por la cara. Lo miró fijamente. Marcelo pasó su mano izquierda por los ojos para secarse las lágrimas.

          -Mírame – le suplicó Silvia. Marcelo levantó la mirada. ¿Es cierto lo que dice tu padre o estás jugando nada más? Marcelo negó con la cabeza. – ¿no qué? – insistió Silvia.

          -No mamá. No estoy jugando. Soy gay – con miedo al rechazo también de su madre.

          -No hijo. No tengas miedo. A mí me da lo mismo. No te voy a negar que me sorprende.- El rostro de Marcelo se hundió en los hombros de su madre. – Yo solo quiero que seas feliz. Hablaré con tu padre para que entre en razón – Marcelo le sonrió a su madre con los ojos llorosos.

          Se levantaron. Marcelo se desvistió y volvió a ponerse un conjunto de gimnasia. Se recostó. Estaba triste. Silvia se dirigió a la cocina y se preparó una taza de té para bajar el estado gripal. Pensaba. Ya con la taza en la mano se apoyó en la mesada. Siguió pensando. Supo que sería una misión difícil convencer a Ricardo. Pero lo intentaría.  Llegó la noche. Marcelo estuvo toda la tarde refugiado en su habitación. Ya no lloraba pero seguía triste.

          A las ocho de la noche Ricardo llegó a su casa. Más tranquilo pero si desilusionado. Silvia le preparó la cena. Ella se acercó a darle un beso pero lo notó con cierta frialdad. Marcelo le había dicho minutos antes a su madre que esa noche no comería. A pesar de la insistencia de ella él le explicó que se le había cerrado el estómago y terminó convenciéndola.

          -Tenemos que hablar – le dijo a Ricardo que estaba sentado arremangándose la camisa.

          -¿Querés hablar de lo que pasó hoy? – dijo con tono evasivo. – tengo una desilusión enorme. Justo mi hijo varón me sale puto – empezó a levantar la voz.

          -No tenés por qué reaccionar de esa manera. Yo te entiendo. Yo también estoy algo desconcertada, pero mientras él sea feliz para que juzgarlo – Ricardo se levantó. Fue a la heladera. Tomó una gaseosa. La destapó.

          -No a mí si me importa – se llevó la botella a la boca – siento una vergüenza tremenda. ¿Qué imagen voy a dar delante de mis colegas?

          -Eso es lo que más te importa. Tu maldita imagen – gritó Silvia.

          Habían empezado a discutir. Marcelo empezó a escuchar los gritos y apoyo su oído en la puerta.

          -Lo voy a llevar a un colegio pupilo. Ahí lo van a enderezar. Lo van a llevar por el buen camino – puso de nuevo la botella en la heladera. Cuando Silvia intentó interrumpir, Ricardo la amenazó – será mejor que estés de acuerdo conmigo si no querés seguir viviendo con todos los beneficios que tenés.- Silvia terminó callándose. Dejó la cocina y se dirigió a su habitación. Ricardo se quedó en la cocina y comió en soledad. Marcelo en cambio se volvió a acostar. Pensó que su padre iba a recapacitar. No fue así. Estaba decidido a meterlo en un colegio de curas. Esperaba que su madre lo apoyara. Ella era la única esperanza a recuperar la sonrisa



DESTINOS CRUZADOSWhere stories live. Discover now