El ruido de sus pasos contra el pavimento, de fondo el de un tráiler a la distancia, le acompañaban de regreso a su departamento, del que no podía llamar su casa. Una vez sintió que realmente tenía una, y actualmente la sensación no se comparaba ni un poco.
Bostezó un par de veces en el trayecto, sentía los hombros tensos y el estómago vacío. Acababa de salir del trabajo, tenía el turno de la tarde, y salía todos los días poco después de la medianoche. Ya no vivía con sus padres, ni siquiera cerca de ellos. Se había mudado a una pequeña ciudad en transición, que a la luz del sol estaba repleta de edificios en construcción, de máquinas y el ruido constante del tráfico; pero a medianoche no había más que las luces de los semáforos y una que otra tienda que abría las veinticuatro horas.
Su rutina se sentía tan vacía y monótona, y no se debía a su empleo. Trabajaba en una radio y le gustaba, porque a través de su voz se comunicaba con el mundo, no tenía que ver a nadie, no tenía que lidiar con las personas directamente. Y es que llevaba dos años así, ermitaño, extrañando a Mew, un hombre, o al menos aparentaba ser uno, del que en realidad no sabía nada.
Lo único que le quedaba de Mew eran recuerdos borrosos, dolorosos cuando cerraba los ojos bajo la regadera, inquietantes cuando a mitad de una frase le atacaban y sentía que se quedaba sin aire, absurdos cuando contra su almohada ahogaba un sollozo. Porque se había enamorado de Mew. Y no había encontrado a nadie que pudiera hacerle sentir así de vivo, ni siquiera una pequeña parte de lo que le provocaba.
Lo había intentado, en uno de sus días de descanso en el trabajo había aprovechado para ir a la ciudad vecina, que era más grande y más ruidosa. Se metió a uno de esos sitios donde podía encontrar a hombres disponibles. Ahí conoció a uno que le prometió hacerlo sentir bien.
Pero mintió, no sintió más que dolor y angustia.
Porque quería a Mew, extrañaba que le mirara con aquella expresión de intentar entenderlo, que le susurrara «regresemos a casa» y que se agachara frente a él para que pudiese subir a su espalda, que lo sostuviera con delicadeza y así permitirle dormir mientras sentía que flotaba en el aire. Con el aroma de sus cabellos contra su nariz, y sus propios latidos contra sus oídos.
Había amado, había atesorado la vida que tenía en aquel pequeño pueblo. Y ahora tenía que seguir adelante solo con recuerdos difusos que se iban distorsionando en su memoria.
A veces su piel rememoraba a Mew acariciándolo, a veces sus labios recordaban la textura de los de Mew, y todas esas veces no habían ocurrido. Porque solo habían compartido un simple beso, y su cabeza ya estaba creando historias, fantasías que en realidad nunca pasaron.
Desconectándose de sus pensamientos, a la distancia vislumbró con claridad el edificio donde vivía, su piso era el séptimo, y desde ahí podía ver la luz encendida del baño. Eso solo significaba una cosa, Thorn lo esperaba.
Thorn era un hombre de treinta años, un colega de su profesión, lo había conocido el verano anterior en un festival, y de alguna forma su rostro le recordaba a Mew; llevaban casi tres meses teniendo sexo casual con él.
Gulf no estaba orgulloso de su vida amorosa, pero su cuerpo necesitaba un respiro, y había encontrado la solución permitiendo que Thorn le poseyera mientras imaginaba que se trataba del vampiro.
Era enfermo, incorrecto. Pero no tenía remedio, así al menos no se sentía tan solo. Tan perdido.
Estaba en el elevador, masajeándose el cuello cuando alguien lo detuvo y subió a su lado. Gulf no le prestó atención al inicio, miraba al suelo cuando aquella persona entró, después por el rabillo del ojo vislumbró a un hombre.
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Porque nos pertenecemos
FanfikceEscritos inspirados en la serie de MAME12938, TharnType: The Series y en los actores Mew Suppasit y Gulf Kanawut. ►Si no te gusta el contenido favor de abstenerte a leer. ►Lenguaje inapropiado. ►Contenido sexual explícito.