Híbridos [Parte única][MewGulf]

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La lluvia castigaba con violencia las ventanas de su departamento.

Mew se acurrucó en su cómodo sofá, a la vez que jalaba de la manta hasta su barbilla para mantenerse caliente.

A regañadientes sacó un brazo de la cobija, para así poder cambiar de película, ya que por quedarse dormido había perdido muchas escenas relevantes y no tenía sentido continuar si no iba a entender el final. Con el control de la televisión se desplazó por las opciones sin decidirse por una; tenía ganas de un thriller psicológico a la vez de una comedia romántica.

La realidad es que ya era tarde, al día siguiente tenía que madrugar para ir a la oficina y hacer papeleo, pero estaba muy a gusto en su mullido sillón para llevar su trasero a la cama. Además que el clima era perfecto para una noche de maratón de películas.

[Meaaaw meaaw]

—¿Qué fue eso? —dijo dirigiendo al instante su mirada a la ventana.

Se mantuvo en silencio un minuto, mas no volvió a escuchar nada raro y continuó con su búsqueda en Netflix.

[Meaaaaaaaaw]

—Definitivamente esa no fue mi imaginación —resopló saltando del sofá directo a la puerta.

Al abrirla gotas de lluvia le azotaron el rostro, y sin detenerse porque estaba descalzo, salió al pasillo para detectar de dónde provenían los maullidos.

[Meaaaaw meaaw meaaw]

Giró con brusquedad hacia el árbol que estaba justo en la entrada, cerca de las rejas que daban a la banqueta. Atravesó en con rapidez el pasillo y los vio.

Antes de tener tiempo de reaccionar, un gatito cayó de una rama a sus pies.

—¡¿Qué mierda?! —Expulsó asustado y cuando se movió para recogerlo un gato más grande saltó frente a él impidiéndole tomarlo.

Retrocedió un paso y observó cómo el gato tomaba por el pellejo a su cría para llevarla detrás de una de las macetas que tenía bajo el tejado. Cuando creyó que ya lo había visto todo, el gato regresó al árbol y bajó a una segunda cría.

Mew se mantuvo todo el tiempo con la boca abierta. No podía creer que unos gatos estuviesen viviendo en su árbol y él apenas se enteraba.

Interrumpiendo sus pensamientos un rayo iluminó el cielo y el trueno ensordecedor llegó dos segundos después.

No podía dejarlos allí a la intemperie, hacía un frío brutal y su conciencia no lo dejaría dormir tranquilo sabiendo que tenía unos frágiles inquilinos en el pasillo de su departamento.

Con mucho cuidado se acercó a los felinos, pero cuando la madre descubrió su intención, le lanzó un gruñido feroz como advertencia.

—No te haré nada, pequeña. Lo prometo —murmuró mostrando las palmas de sus manos, pero aquel gesto no calmó al minino.

Entonces una idea cruzó su cabeza como un rayo.

Regresó al interior cálido de la residencia, y de la alacena ubicada en la cocina, extrajo una lata de atún. Esta vez, antes de volver a cruzar el umbral, se calzó y salió con la lata abierta para ofrecerla al receloso felino.

—Anda, sé que tienes hambre —la animó con voz dulce y con asombro contempló cómo se acercaba muy sigilosamente.

El gato comió desesperado y, en cuanto terminó, regresó al lado de sus crías.

—Ven conmigo, adentro tengo unas mantas calientes y te puedo conseguir un poco de leche, ¿qué dices? —le habló como si fuese capaz de entenderle, y sorprendentemente, tomó a un gatito de nuevo por el pellejo y le observó cómo esperando que lo guiara.

Porque nos pertenecemosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora