Capítulo 1

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Volví a darle un golpe a la mesa llevada por la frustración. Tenía que entregar al menos un boceto para dentro de una semana y no tenía nada, absolutamente nada. Llevaba varias semanas con un bloqueo mental que me impedía inspirarme a la hora de hacer diseños y ya no sabía qué hacer. Había montado un pequeño negocio de diseño gráfico junto a mi compañero Javy. Nos repartíamos el trabajo, yo hacía la parte gráfica de los pedidos y él llevaba todo el tema burocrático, trato con los clientes y de las cuentas. Lo cierto es que no éramos un mal tándem y llevábamos funcionando un par de años ganando lo suficiente para poder pagar nuestros respectivos alquileres, él con sus colegas y yo con Maialen, mi compañera de piso y mejor amiga de toda la vida.

Volví a mirar la pestaña abierta de Illustrator. Me habían pedido algo original, algo innovador, pero mi mente estaba en blanco y en la pantalla no había nada más aparte de un par de trazos hechos con aleatoridad. Evidentemente podría acabar el diseño con algo básico y para nada sorprendente, pero me daba rabia no hacer bien mis trabajos. Me tapé los ojos con las manos y gruñí con rabia. ¿Por qué me tenía que pasar esto a mí? Aburrida de seguir dándole vueltas a mi cabeza, decidí mirar por la ventana. Era de noche y llovía, así que la abrí para deleitarme con el sonido de las gotas impactando con el suelo y el aroma a humedad que tanto escaseaba en la capital. De pronto, un deseo de pasear bajo la oscuridad y la lluvia invadió mi ser y me dirigí rápidamente al armario para sustituir mi pijama por algo más adecuado al frío nocturno de octubre. Cuando lo tuve todo listo, agarré un paraguas. Maialen no estaba, esta noche tenía una especie de actividad con una asociación de rescate de galgos con la que colaboraba, así que cerré con llave y me dirigí al exterior.

Volví a aspirar el aroma del asfalto mojado en mi portal antes de abrir el paraguas y comenzar a caminar sin rumbo. Gran parte del ambiente de la noche madrileña había sido disipado por la lluvia, pero eso no la hacía menos mágica. Las luces de los bares iluminaban las calles y las parejas reían sin control corriendo a refugiarse en algún portal. Sentí una brisa gélida que se colaba sutilmente entre mis prendas, pero no me importaba, una fuerza hipnótica me alentaba a seguir perdiéndome entre calles que ya apenas me sonaban.

Tras algo más de media hora caminando llegué a un pequeño parque. Las gotas de lluvia caían de los árboles y resbalaban por los columpios formando en el suelo numerosos charcos. Contemplé un poco más el paisaje decidida a dar media vuelta cuando algo llamó mi atención. No me encontraba sola, en uno de los bancos al otro lado del parque había sentada una chica rubia. Se tapaba la cara con las manos sosteniendo sus codos en las rodillas y la lluvia había empapado por completo su ropa. La verdad es que no solía gustarme relacionarme con desconocidos, así que podría haberla ignorado y haber seguido con mi camino, pero me preocupaba que estuviera sola en la calle de madrugada, pudiéndole pasar cualquier cosa. Mi conciencia me habría martirizado varios días. Atravesé los numerosos charcos del parque, lamentándome porque luego tendría que lavar mi calzado y me dirigí hacia el banco en cuestión.

— Hola, perdona, ¿estás bien? — Le pregunté una vez llegué y colocándome en frente de ella.

La chica levantó la vista y me escaneó de arriba a abajo con curiosidad. Pude ver su cara húmeda a causa del agua de lluvia, pero sus ojos hinchados a través de la luz de una farola me delataron que también estaba llorando. Rápidamente me acerqué a ella para cubrirla con mi paraguas, aunque su ropa ya estaba empapada, así que poco podía hacer.

— ¿Necesitas algo? — Volví a insistir tras un silencio de varios segundos por su parte.

Ella volvió a mirarme a los ojos, se levantó y me abrazó con fuerza aferrándose a mí. Iba a apartarla con brusquedad porque seguía empapada, pero sentí que había empezado a llorar en mi hombro, así que me quedé dejándome hacer y acariciando su espalda tratando de consolarla. Su aliento olía ligeramente a alcohol, pero a pesar del dadaísmo de la situación y que, evidentemente esas copas, cervezas, lo que fueran ayudaron a su estado, ella parecía bastante lúcida. Probablemente solo estuviera triste y necesitada de apoyo. Cuando dejó de llorar me separé de ella y traté de regalarle una pequeña sonrisa de confianza. Por suerte al fin había dejado de llover.

La lluvia en tus ojos (Samaju)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora