3. El brujo

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El ambiente era torrencial, miles de asgardianos y cientos de valquirias habían perdido la vida en tan atroz encuentro, la batalla había sido sangrienta y el perdón y la reconciliación no era una opción

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El ambiente era torrencial, miles de asgardianos y cientos de valquirias habían perdido la vida en tan atroz encuentro, la batalla había sido sangrienta y el perdón y la reconciliación no era una opción. Odín había sido herido de gravedad, las Valquirias Hilga, Sigrún y Sváva habían perecido en batalla y las pocas sobrevivientes se habían refugiado en el Valhalla. El ambiente era abrumador, triste y sin vida, pero lo que más preocupaba ahora no era el ataque inminente del gigante, era el saber qué pasó con Freyja y Loki, pesé a los múltiples intentos de brujos, adivinos e incluso de las mismísimas Nornas (entidades femeninas tejedoras del destino) no habían logrado encontrar algún rastro de ambas deidades nórdicas.

— ¿Y qué le pasará a nuestra diosa?

Hnoss y Gersemi, ambas hijas de Freyja y su antiguo amante Ord (Óðr), estaban bastante preocupadas por su madre, sabían que Freyja era una mujer fuerte y poderosa, aún así el poder que Ollmhór presentaba haría temblar hasta el ser más valiente en la historia. Ollmhór era un ser atroz, con un poder maligno con el cual cumplía cada uno de sus caprichos y lamentablemente para las jóvenes diosas ese capricho era su madre, Freyja.

Durante muchísimos años el ardor y sudor de la batalla habían sido el elixir de la vida para Bjorn, sus numerosas conquistas lo llenaban de pasión y felicidad, era su virilidad en la batalla lo que había dejado un legado inquebrantable y llegando ...

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Durante muchísimos años el ardor y sudor de la batalla habían sido el elixir de la vida para Bjorn, sus numerosas conquistas lo llenaban de pasión y felicidad, era su virilidad en la batalla lo que había dejado un legado inquebrantable y llegando hacer el líder del pueblo guerrero Admunson. Pero ese día era especial, puesto que ese día su primogénito y su mayor orgullo: Haakon se uniría a sus tropas y saborearía la sangre y el hedor de la guerra. De tan solo imaginarse tan próspero y sangriento festín se le hacía agua la boca, llevaba días sin comer para poder hacer espacio a la delicia de la carne de una de sus futuras víctimas. También a esa pequeña fechoría iría su otro hijo - un rotundo bastardo -, Einar era un asco y desperdició de su preciada semilla; escuálido y sin vellocidad masculina, era fuerte y rápido, sí, pero solo eso, no tenía la devoción y pasión por la matanza como su hermano mayor, Haakon; Einar se tambaleaba al tomar una espada y era un rotundo fracaso con las hachas, si no fuera por su melena rojiza que delataba su verdadero proceder lo habría eliminado hacía mucho.

Aún así era el mejor para su cortísima edad, 12 años, la edad perfecta para un guerrero sanguinario.

Un gruñido de satisfacción escapó de su garganta al ver un puñado de tejados ocultos en el denso bosque. Una sonrisa lobuna asomó a su rostro ajado. No era más que otra tierra de simples mortales, al fin y al cabo. Animado por la promesa de un pronto festín, vació sus pulmones en un alarido, anunciando su presencia a los que pronto caerían bajo el filo de su machete. Los suyos respondieron como una manada, cientos de gargantas que festejaba con la promesa de una próspera conquista. Bjorn le dió unas palmadas en la espalda orgulloso a su hijo, el despiadado Haakon sonreía son perversión, no podía esperar para reclamar a todas cuántas mujeres se le pasarán por enfrente, violarlas y finalmente saciar su apetito con su jugosa carne.
Haakon se deleitó imaginándose a sus víctimas estremecidas ante aquel grandioso clamor. Le gustaba verlos temblar, arrastrándose a sus pies, rogándole piedad antes de que sus vísceras colgaran fuera de su cuerpo, los gemidos involuntarios, las lágrimas y sus sollozos. Haakon era igual de perverso que su progenitor. Bjorn gritó la orden que desencadenaba el lado más perverso de sus lacayos y todos dieron un alarido furioso y lleno de perversidad.

Llegó la hora.

Bramó Bjorn dando la señal a sus tropas de que se prepararán para pelear y empuñando un arma corrieron gloriosos hacía su destino. Sus guerreros se esparcieron por el fiordo como a una jauría de perros de caza, jaleándoles cuando pasaban a su lado, excitando sus instintos más primitivos. Él mismo no tardó en unirse a ellos, animado por los familiares alaridos que comenzaban a resonar por todo el bosque que rodeaba tan primitivo pueblo. Pero pronto esa alegría desapareció al ver las cabezas y extremidades mutilados de sus compañeros en batalla. Las puertas de la aldea estaban empapados de sangre y extremidades, pero a diferencia de las múltiples ocasiones anteriores las extremidades eran de sus propios hombres.
Bjorn alzó la vista encontrándose con un muchachito, de no más de de once o doce años; estaba medio desnudo y sujetaba con ambas manos el machete ensangrentado que le había arrebatado a su agresor. En sus ojos había miedo, pero también una férrea entereza. Sabía defenderse, de eso no cabía duda. Los aldeanos no podían ser más que un puñado de vulgares pescadores, no obstante el más joven de ellos había sido capaz de dejar fuera de combate a uno de sus mejores saqueadores. No, no eran vulgares en absoluto. Llevaba demasiado tiempo en el mundo como para no reconocer una estirpe guerrera cuando la veía.

Las espadas golpeaban y arrasaban con todo lo que se le ponía enfrente, con personas, con carne...con vidas. Tanto hombres como mujeres habían sido adiestrados en el arte de la guerra y sus espadas eran completamente invencibles. Sus movimientos, sus gritos de guerra, todo demostraba su poder, sus habilidades. No, no eran simples agricultores, pescadores o granjeros, era una estirpe bendecida por los mismos dioses.

Un grupo de féminas empuñaron el arco y la flecha abalamzando una lluvia de mortales flechas, varias de estas se clavaron en el infame cuerpo de Bjorn. Con su orgullo más herido que su cuerpo, Bjorn dio la orden de retirada.
Pero su hijo mayor no estaba listo para ceder.

¡Haakon! ¡No! ¡Vámonos, ya perdimos!Haakon apartó a su hermano de forma violenta, Einar le rogaba casi de rodillas para que se fueran, pero el primogénito del clan Admunson no se rendiría.

¡No! ¡Soy un guerrero! ¡Y NINGUNA TRIBU PUEDE SUPERARNOS! ¡SOMOS LOS ADMUNSON! ¡GUERREROS DE SANGRE!

Haakon se abalanzó sobre una joven mujer, que en un solo movimiento acabó decapitando el cuerpo del indomable guerrero, la hembra observó curiosa a Einar.
El muchacho retrocedió, la fémina sonrió y alzó su espada hacía Einar, que viendo su destino desalmado soltó la única arma con la que podría defenderse.

Alto — una voz suave pero firme destrullo las intenciones de la mujer con eliminar a Einar de la faz del Midgard.

La mujer se inclinó, colocando su mano derecha sobre su pecho y su espada atrás de su cadera.

Mí señor — susurro la mujer bajando la cabeza —. Mí señor, Aren, yo solo estaba eliminando tal plaga.

— Gracias, Ondina, pero yo me encargo.

Una mano suave tomo su hombro derecho. Einar alzó su vista para conocer el rostro de su salvador, pero lo que vio lo dejó completamente embobado: era un hombre joven, no era muy alto, carente de musculos, pálido, pero parecía ser la encarnación masculina de Freyja, su piel, sus ojos claros, era toda una belleza. Pero a pesar de todo su corazón no estaba tranquilo, ¿Por qué lo salvaría? Acababa de intentar matar a su tribu, al parecer era el líder por ser tan respetado, pero Einar jamás había visto a un jefe tan piadoso como lo era está.
El muchacho le sonrió y se agachó un poco para quedar a su altura.

¿Estas bien?

— Yo...eh, sí, ¿Por qué me has salvado? ¡Intenté acabar con los de tú pueblo!

El joven sonrió.

Lo sé, solo que eres un niño...los dioses deben tener algún plan para tí y yo solo los estoy ayudando.

— ¿Cómo lo sabes?

— Porque los dioses se comunican conmigo — el joven muchacho de oscuros cabellos hizo un leve ademán de manos y unas llamas verdes aparecieron. Einar observó las llamas incrédulo, pese a estar en las manos del joven estás no lo quemaban y tampoco dañaban, pero el vikingo podía sentir el calor infernal saliendo de aura esmeralda —. Soy un aprendiz, de nuestra hechicera suprema, Freyja. Y jamás me atrevería a intervenir en el plan de nuestros dioses.

Aren extendió su mano y con muchísima más calma Einar la tomó. Aren chasqueó los dedos y el agua de un charco empezó a levitar, girando alrededor de las manos de Aren, danzando y tomando partes de la tierra misma que estaba a su alrededor, finalmente posicionándose frente a ellos y en su centro Einar vio una de las casas de su aldea, incluso vio a su propia madre pasando por allí.
Einar retrocedió asustado.

¿Qué... qué es esto?

— Descuida — Aren tomó los hombros de Einar y le susurró suavemente al oído para calmarlo —, solo es un portal, ve a casa.

Aren empujó a Einar por aquel vórtice y lo último que Einar vio de su apuesto salvador, fue como abrazaba a una pequeña niña, de castaños cabellos.

— Despídete, Amär.

Y desde ese día el corazón del vikingo quedó ligado con el del brujo, porque su amor sobrepasaba las líneas de la obsesión.

La Llegada De FreyjaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora