6. Los llaneros magníficos (Parte I)

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Survivor, 1872

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Survivor, 1872.

El golpe captó la atención. Las puertas colgantes de la taberna bailaron en el aire con la tambaleante entrada de un hombre malherido. Se desplomó en la banca de madera más cercana a la barra. Los lugareños no repararon en su estado; haciendo vista gorda al llanero, continuaron en los juegos de cartas y en las conversaciones inundadas con el olor a pólvora de sus vasos de whisky. Después de todo, en Survivor cada quien se las arreglaba como podía; no eran más que eso, sobrevivientes. Por las malas habían aprendido que era su lema de vida.

—Un jugo de tarántula, mézclalo con relámpago taos y ojo rojo —ordenó al cantinero.

—Vaya —respondió el hombre de traje, liberando un leve silbido. En ausencia de cabello sobre su cabeza, mantenía un bigote negro poblado—. ¿Otro mal día para el temerario Diegston Wern? —Limpió el vaso con un pañuelo.

—Si es que Dios no nos ha castigado ya con vivir en este pueblo, espero que este mal trago sea lo suficientemente fuerte para allanar mi memoria y borrar lo que vi.

—Eso suena profundo, Wern.

El cantinero deslizó el vaso por la barra, el vaquero de sombrero negro lo atrapó enseguida. Al menos el piano, los instrumentos de cuerda y la harmónica de fondo le regresaban un poco de tranquilidad.

—Un pájaro de trueno, Will —contestó, con sus ojos oscuros clavados en la nada—. Vi una maldita ave que lanzaba truenos. —Luego de un sorbo prolongado, le regresó la mirada, mantenía un gesto de fastidio que dio un aviso al cantinero: no estaba de juegos—. Con sus alas provocaba una tormenta. Perdí a dos de mis hombres en ella... ¿dime si eso no es un mal día?

—Pájaro de trueno, ¿eh? Eso es nuevo por aquí —añadió un hombre a su lado, vestía con un traje vaquero de colores café—. Como si no fuera suficiente ya con las sequías y los abusos del sheriff.

—No nombres a ese rufián, Mick —contestó de mala gana—. Solo se aparece por aquí para zaquearnos cada tanto. Le llenaría la boca de plomo de tener la oportunidad.

—Me gustaría verte intentarlo, Wern. —La voz gruesa a sus espaldas provocó un escalofrío en la mayoría de ellos, pero no en Diegston Wern—. A no ser que quieras volver a quedar en ridículo frente a todo el pueblo, como el héroe frustrado que siempre has sido.

El hombre acomodó su sombrero vaquero y se giró sobre la silla. Frente a él se alzaba un fornido gorila de unos dos metros. Vestía de gabardina y sombrero negro, a un lado de su pañoleta rojo sangre, relucía la dorada estrella que lo identificaba como sheriff. La mano derecha la mantenía apoyada en la funda de cuero de su cinturón de cuero caído, donde descansaba el imponente pacificador de calibre 45.

Su presencia en el salón provocó un silencio mortal. Solo ante él, los ojos de los lugareños se mantuvieron atentos a sus movimientos.

Las miradas de ambos hombres chocaron en un desafiante juego de amenazas. El silencio había bastado para responderle.

Mago Universal: Encrucijada temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora