El continuo vacío del espacio tuvo sonido por un momento. La asoladora sinfonía fue corrompida con el origen de un portal que expulsó una furiosa ráfaga de energía; luego, se cerró. Allí, en lo oscuro del cosmos, flotó una luz, un destello minúsculo que luchaba por no apagarse. Brillaba con debilidad, opacada por la ausencia de vida aparente en el cuerpo que protegía. La batalla reciente le había pasado factura, lo herido de su cuerpo y lo catártico de su mente no le permitió resistir al feroz salto temporal provocado por Doctor Universal.
El cuerpo de James Jerom se mantuvo a la deriva. La falta de oxígeno era mortal. El frío espacial lo consumía como fuego, sus facciones se hincaban y su piel se agrietaba por el desierto desatado en sus pulmones.
Y aún así, atada a su mano se mantenía la espada caída durante la batalla, fiel a su puño. Fue su única compañera en su viaje sin retorno, ambos condenados al final de su existencia, a ser nada más que materia danzante en lo lejano del infinito.
Al mismo tiempo, a miles de años luz hacia una galaxia consumada en la muerte, un planeta de tierras verdes y atmósfera rebosante de vida recibió un paso tan fugaz y abrupto como el de un meteoro. Otro portal acababa de abrirse en la atmósfera superior. De él había salido disparada la luz que centelleó con su arribo a la fortificada ciudad durmiente; surcó lo metálico de sus feroces construcciones puntudas y lo imponente de la edificación piramidal que sobresalía del resto, iluminada en su interior por una poderosa luz blanca que alcanzaba a arropar miles de kilómetros a la redonda.
La estrella se detuvo al golpear tierra firme, provocando un cráter al pie de la montaña; su luz redujo el brillo gradualmente, poco a poco mostraba un cuerpo magullado en el centro. El aterrizaje había sido lo suficiente impetuoso para captar la atención, incluso del lago próximo, en cuyas aguas el reflejo de la luz agonizó. Pero cuando los minutos comenzaron a pasar y nadie llegó al encuentro, la inconsciente Victoria Pembroke fue condenada a permanecer oculta bajo el manto de la fría noche, solo con la colosal pirámide luminosa de la ciudad como testigo.
No fue hasta minutos después que las llamas se apagaron y sobre las aguas rebotó un sonido, una esperanza que se creía perdida.
—¡φΦ×Δ!—se escuchó a lo lejos.
La voz provenía de una nave de vigilancia, una plataforma en punta carente de techo, tan grande como dos camionetas terrestres, la impulsaba una luz del mismo color del edificio principal. Quienes la tripulaban eran dos seres de apariencia humanoide, vestidos con una armadura tecnológica de impecable blancura.
El destello del vehículo era suficiente para iluminar el pie del acantilado, donde, unos cincuenta metros bajo tierra, se esclareció la figura de una mujer de cabellos rojos y vestido escarlata calcinado por el fuego del choque. Entre sus muchas quemaduras, resplandeció un haz dorado, un reflejo que chocó con los ojos de los sujetos, tan rápido como para desviar la atención hacia él y tan fulminante para dejarlo pasar inadvertido.
ESTÁS LEYENDO
Mago Universal: Encrucijada temporal
FantasíaUn mal antiguo amenaza con destruir el tiempo y la realidad misma. Mago y Madame Universal son los únicos que pueden evitarlo. *** James Jerom y Victo...