P R Ó L O G O

30 2 0
                                    

He vivido mi vida entera siendo un dolor de culo para mis padres.

Desde que nací era imposible conseguir que me quedara dormido, lloraba y lloraba toda la noche. Lo máximo que conseguía dormir eran cuatro horas, no más que eso. No me pregunten cómo estoy vivo, ni yo lo sé.

A medida que fui creciendo, ni aunque me tomara tres pastillas para dormir conseguían que durmiera las ocho horas que un niño debería. Si me tenía que acostar a las nueve de la noche no me dormía hasta las cuatro de la madrugada, para despertarme a las ocho. Los horarios fueron cambiando, pero lo que sea que estuviera mal en mí, no.

Mis padres creían que el problema recaía en que era un niño muy energético y por eso me metían a toda clase de cosas que involucraran actividad física con el fin de cansarme, pero nunca resultó.

Cuando cumplí los diez años se dieron cuenta de que ya no había nada que pudieran hacer para que no cayera en las garras del insomnio. Había veces en las que me quedaba mirando el techo en la oscuridad por horas, esperando a que el sueño llegara por fin. Otras daba vueltas en la cama y contaba ovejas. En algunas ocasiones prendía la luz de mi habitación y me ponía a leer libros o a jugar videojuegos, incluso veía videos de cómo tocar el piano. Así toda la noche hasta que, entrada la madrugada, me quedaba dormido en cualquier posición en la que me hubiera encontrado, eso sí tenía suerte, porque había noches en las que ni dormía, solo pasaba de largo.

En agosto del 2016 me llevaron a ver un especialista. Tenía 14 años y solo entonces mis padres decidieron que me llevarían para que pudiera comprender qué demonios me pasaba.

— ¿Cómo que no saben qué le pasa a mí hijo? —exigía mi madre, furiosa porque el doctor no tenía ni idea de porqué tenía insomnio todos los días de mi vida. ¿No se supone que estaba especializado?

—Nunca había visto nada como lo de Daniel, señora —se excusaba el hombre, como si eso fuera a aliviar la inquietud de mi madre.

—No me importa lo que haya visto o no. Quiero una solución y usted debería dármela porque es su trabajo —mamá no se rendiría. Se supone que no por lo menos.

—Le pido señora que se calme y no cuestione lo que debería hacer yo o no en mi trabajo, eso lo tengo bastante claro.

Discutían como si yo no estuviera ahí, pero la verdad es que lo veía todo sentado muy quieto en la camilla de la consulta.

El hombre se dio vuelta y rebuscó en los cajones. De ahí saco un frasco azul que sonaba por las pastillas que llevaba dentro. Se las pasó a mi madre y le escribió la receta para que pudiera comprar más en la farmacia y así no tener que verle la cara a esa señora nunca más.

Mamá agarró fuerte de la manga de mi sudadera para que me moviera y salió hecha una furia de ese lugar, con la barbilla en alto y sin devolverle la mirada a tal inútil doctor.

Por mi bien mental y el de mi familia les hice creer que las pastillas si funcionaban, pero lo cierto es que no. Lamentablemente me descubrieron un año después, cuando ya tenía quince. Doctor tras doctor, mes tras mes, medicación tras medicación, ninguno podía solucionarlo. Hasta que ya no pude más; exploté. A los dieciséis le dije a mis padres que se rindieran, yo lo había hecho. No quería más doctores ni más intentos fallidos. Debieron de haber visto la mayor cara de sufrimiento de sus vidas porque aceptaron y no me dieron más falsas esperanzas.

Tiempo después fui a una fiesta en la cual me quedé dormido en un sillón. Dormí largo y tendido como no lo había hecho en toda mi vida. Así fue como me di cuenta de que había sido obra del alcohol, que era ese el remedio que tanto buscaba.

No me volví un alcohólico sin control, pero fui a todas las fiestas y ocasiones en las que hubiese de ese regalo caído del cielo para poder tener una noche de descanso. Y así fue por los años que siguieron. Con el tiempo ya podía resistir el impulso de golpear al que me dijera que debería dejar de tomar. Pasé a reírme con ellos, como cuando mi amiga Rudy decía que el alcohol era mi alma gemela y mi mejor amigo, Sam, le seguía la broma.

Mi vida fue así, despierto toda la santa noche, con la única compañía de la cerveza cuando no y mis propios pensamientos cuando sí.

Hasta que la conocí a ella, y nunca me volví a sentir solo en el mundo.

Chicos que Sueñan DespiertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora