Capítulo 8

1.5K 115 8
                                    

POV Alba

Me levanto temprano. He pasado otra noche sin dormir y creo que si me mantengo en pie es gracias a la cantidad de café que ingiero cada mañana. Cada día me encuentro peor físicamente. Me pesa el cuerpo y me cuesta hasta parpadear. No doy pasos como tal pues apenas y logro arrastrar los pies.

Creo que anoche hice bien en llamar a Elena. A pesar de la vergüenza que me doy por haberlo dejado pasar todo este tiempo, por no haber devuelto ninguna llamada y por no haber respondido ni uno solo de sus mensajes, me alegro de haber llamado.

Estoy nerviosa. Tal parece que no pasa nada, que no están enfadados conmigo por haberles dado la espalda tras la pérdida de Nat. Sin embargo, yo no puedo dejar de fustigarme con reproches. Podría haber actuado mejor, podría haber llorado con ellos porque aun sin Nat siguen siendo mi familia. Y no lo hice. Los dejé en la estacada.

No me preocupé y ahora pretendo que ellos me acojan porque no aguanto más, no me soporto y tampoco soporto esta pena.

Ordeno un poco la caravana. La verdad es que tengo toda la ropa por ahí tirada sin doblar. Limpio la pequeña mesa y hago la cama. Lo único que he mantenido bien todo el tiempo son el cuaderno de dibujo y la libreta de Nat. A fin de cuentas es lo único importante que hay aquí dentro ahora mismo.

Una vez que lo tengo todo listo me pongo en marcha. Me esperan casi tres horas de viaje. Haré una parada rápida a mitad de camino para descansar y continuaré.

Hoy el día se ha solidarizado conmigo y me acompaña en mi tristeza. Cuando me levanté había nubarrones amenazando conllorar. Y lo han hecho. Están en ello. Hoy el cielo se ha levantado triste, casi tanto como yo, y el sonido de las gotas chocando con la caravana me relaja y aplaca los nervios que siento desde la llamada de anoche.

Tengo ganas de llegar pero me da miedo enfrentarme a esta situación. Porque sé que me derrumbaré nada más verlos y entonces lideraré a las nubes en su llanto. Y me ahogaré mil veces. Y me volveré a romper.

Cuando llego paro la caravana frente a la casa de los Lacunza y me quedo un rato allí sentada con los ojos cerrados. No sé qué decir. No sé quién abrirá la puerta. ¿Me darán un abrazo después de todo? Dejo que la primera lágrima se precipite y caiga sobre la sudadera de Nat.

Decido enviarle un mensaje a Elena. No tarda en abrir la puerta, venir hacia la caravana y subirse en el asiento del copiloto. Me mira con preocupación. Supongo que no tengo buena cara.

– ¿De verdad quieren verme? – pregunto insegura.

– Claro que quieren verte. Eres parte de la familia desde el principio.

– No... no sé si es buena idea entrar – la inseguridad se abre paso hasta invadirme.

– No va a pasar nada, te lo prometo – me da un apretón en la mano que me sabe a poco –. Venga, vamos.

Sin darme tiempo a replicar, se baja de la caravana y la rodea, quedándose junto a mi puerta. Me bajo y lo primero que hace es abrazarme fuerte, con ganas.

– Te echábamos de menos – susurra sin soltarme.

– Y yo a vosotros. Mucho – respondo aferrándome a ella.

Me dejo arropar y cierro los ojos. Por una vez en diecinueve días dejo que todos los músculos de mi cuerpo se relajen y me permito descansar unos minutos. Es reconfortante y hasta los demonios se callan.

No me doy cuenta de que ha salido alguien más hasta que me envuelven otros brazos. Se ha unido María, su madre, quien deja un suave beso en mi coronilla. Y permanecemos así otro minuto, quizás dos. No lo sé, pero no quiero que se acabe.

Diario de CaravanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora